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Màrius Serra - Patraña

Manuel Haj-Saleh

Màrius Serra
Patraña
Planeta, Barcelona, 2006
392 páginas, 20,19 &euro
ISBN 84-08-06827-X

La Barcelona actual es una ciudad cosmopolita y abierta que se presta mucho a la autoparodia. Quizá por eso no son pocos los escritores barceloneses que encuentran en la ciudad de sus amores auténtica carnaza para practicar ese sano ejercicio de reírse de uno mismo. Vázquez Montalbán fue un maestro en ello, caústico e inquisidor. Eduardo Mendoza es el estilista, tierno, mordaz y elegante. Cito a ambos porque son probablemente las influencias más claras de Màrius Serra en una novela como “Patraña”, una especie de cruce entre “La ciudad de los prodigios”, “El Premio” y “Sin noticias de Gurb”, aderezado con números circenses de lingüística a las que Serra es tan aficionado.

Ambientada en la Barcelona de 2004, en mitad del tan polémico “Fórum de las Culturas”, Serra entreteje las vidas de diversos personajes que pueblan, en realidad, una única orilla de la ciudad en la que la inmigración está presente, esa inmigración de nuevo cuño (nada que ver con el flujo de personas desde el Sur de España de los años 60 y 70) compuesta por magrebíes, subsaharianos, orientales, árabes y que son los que están conformando la imagen de la ciudad mediterránea, para bien y para mal. El difícil proceso de integración se plasma en la figura del único catalán que por allí hay suelto, un tal Josep Morell que ejerce de ilusionista con el nombre de “Gran Morelli” y cuyo espectáculo estrella es convertir inmigrantes en integradísimos catalanes, con nombre y documentos que harían envidiar al propio Carod-Rovira. La otra orilla (en realidad viene a ser la misma) es la de los inadaptados, reflejada en un racimo de seres humanos que pueblan de manera permanente el casino de la ciudad, decorando sus vidas con el tapete verde de las mesas de ruleta y las barajas de blackjack. Otro tipo de ilusionismo en el que el dinero jamás es capaz de superar al placer de ganar o a las divagaciones metafísico-matemáticas que siguen al perder varias manos.

El conjunto se escribe y relata de una forma bastante original, en la que el uso del pronombre “yo” como narrador ocasional de las historias tiene indudable protagonismo, de manera que el lector puede situarse en varios puntos de vista: a veces es Saïd, a veces Morelli, a veces Muna, a veces Sten… Probablemente cada lector se sienta identificado más con un personaje que con otro (o con varios), probablemente sienta más empatía con determinada situación o grupo, y eso quizá lastra el curso de la novela, ya que los cambios de una a otra historia son en ocasiones muy bruscos, como con prisas, impidiendo engancharse con ellas. No hay giros argumentales sorpresivos, lo que puede ser un defecto, pero tampoco recurre a trucos para justificar los desenlaces, lo que indudablemente es una virtud. El fondo se queda, sin embargo, un tanto corto, tanto por la parte de parodia o de sátira como por la de denuncia. Dicho con otras palabras, “Patraña” se dirige sin dudarlo a la vaciedad de las instituciones a la hora de integrar a sus inmigrantes, a la propia incomprensión y miedo de los aborígenes hacia los que son “diferentes”, “intrusos”, a las dificultades de los propios oriundos (como Saïd, catalán de nacimiento, idiosincrasia y habla, pero de padre tan inmigrante como intolerante) y a la realidad que muchas veces se disfraza de falso cosmopolitismo y se envuelve en celofanes decorados como el dichoso Fórum. Pero… le falta ser más incisivo en todos esos terrenos para despertar también al lector ante lo que quiere revelarle.

No es un libro pesado, sin embargo, más bien al contrario: se lee con rapidez y con interés, aunque quizá no perdure en la memoria luego. Tiene gotas de simpatía dispersadas por todas sus páginas, sobre todo con los juegos idiomáticos, que constituyen un aliciente en el que es fácil identificar más de un guiño (la referencia a la web www.verbalia.com, creada por el autor o la broma de Luis Aliseda de Soto) y se incluyen dentro de la narración sin hacerla chirriar, con naturalidad. Está bien escrito, con muy buen uso de la lengua (se ven tantos atentados al idioma últimamente que creo que es justo valorarlo aquí) y sin pretensiones ni esnobismos “de buen leído”. Me sigue gustando más el Màrius Serra que escribe artículos en La Vanguardia, pero su novela me ha hecho pasar un buen rato, en cualquier caso.

Manuel Haj-Saleh | 19 de diciembre de 2006

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