Libro de notas

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Pura Coincidencia por Santi Pagés

Un telefilm sin historia ni interés. Un culebrón con actores atroces y maquillaje pésimo. Una serie cancelada por falta de audiencia. Una novela gastada por los bordes. Una canción en repeat desde el lunes. Una pared cubierta con fotos de estrellas. Cada sábado, verán descomponerse una vida cuyo parecido con la ficción es pura coincidencia.

Ampliación

Esperar. Tergiversar la nada. No se me ocurre qué más hacer. Salgo al balcón a fumar. El callejón parece un decorado barato. Es tan estrecho que si estiro el brazo casi puedo tocar el edificio de enfrente. Una farola basta para iluminarlo. Huele a orines y a comida china. Doy una calada, suelto el humo y miro hacia arriba. Veo una banda de cielo amoratado. A la izquierda la plaza comienza a relajarse. Algún taxi que pasa, grupos que se disuelven. Me reclino sobre la barandilla. Miro hacia dentro. La cámara sigue en el centro de la cama.

¿Eres fotógrafo?

Llamé al portero automático. Silencio. Insistí. Poco después me respondió un zumbido. Subí. Encontré la puerta de la pensión abierta. En el pasillo de la entrada una cómoda hacía de mostrador. El chico me esperaba de pie. Mientras rellenaba la ficha de huésped, se fijó en la cámara que colgaba de mi hombro.

¿Has visto la cola de ahí abajo?

Sí, me había fijado. Había venido corriendo desde el parque, buscando calles concurridas, sin saber muy bien adónde ir, sin querer pensar. Cuando quedó bien atrás aflojé el paso. Estaba exhausto. Me crucé con unos chavales con los brazos tatuados y vestidos con camisetas ceñidas que salían de un bar. Nos vemos en El Bruja, gritó el más alto. Pasé de largo, giré la esquina y me di de bruces con una cola larguísima. Fui remontándola. Chicos cetrinos con las manos en los bolsillos, chicas con vestidos centelleantes subiéndose el escote, bebiendo de latas plateadas, esperando a entrar. En la puerta tres gorilas con traje y corbata negra miraban a izquierda y derecha sin hablar entre ellos.

Te pondré en una habitación con cama doble. Si bajas al Bruja con esa cámara seguro que te hincharás a ligar. Luego te traes alguna aquí y te la follas.

Asentí, pero yo había preferido ignorarles a todos. No quería arriesgarme. Mientras cruzaba la plaza vi el cartel luminoso en la esquina. Pensión Azul, primer piso. Subí.

Sólo te quedas esta noche, ¿verdad?

Pili me había dejado fotografiarle las piernas. Las piernas bronceadas y esbeltas. Casi desnudas. Pili llevaba puesta una gabardina muy corta atada a la cintura cuando la encontré en aquel vagón del metro. Era divertido imaginar que no llevaba nada debajo. Pili era una chica de las de coleta en alto, tan adolescente que casi me sentí culpable deseándola.

Me parece que tu eres un fresco.

Qué va. Soy fotógrafo de moda. Mira. ¿Has visto alguna vez una cámara como la mía?

La gente tiene dos reacciones muy marcadas ante la cámara. La primera es de rechazo porque parece que mostrar vergüenza ante ella es lo que dictan las normas sociales. Después depende de cuánto se quieran a sí mismos. Unos la evitan. A otros la vanidad termina seduciéndoles. Es importante aprender a adivinarlo, anticipar si su primer rechazo será falso, saber leer su reacción en la décima de segundo después de sacar el objetivo. Pili tenía ojos finos y huidizos. Sabía que le encantaría.

¿A dónde vas así vestida?

A una fiesta.

¿Puedo ir contigo?

No. Es privada.

Pili no llevaba tacones sino unos zapatitos de bailarina que apenas cubrían sus pies de ninfa altísima. Pili creía tener clase. Pili no era de las chicas que te follan por un poco de farlopa ni de las que te la chupan en la primera cita solo para demostrar que son modernas. Pili creía valer más. Aún le quedaba por descubrir su plusvalía.

Tienes unas facciones preciosas. ¿Nunca te lo han dicho?

¿Y para qué revista me has dicho que trabajas?

Uy, muchas. Gira la cabeza. Así.

Pili se ha ruborizado y a sus pómulos altos se le asoman rojeces que el maquillaje no oculta porque Pili confía tanto en su juventud que sale de fiesta sin pintarse. Envidio al señorón de posibles que, sin duda, se la está follando.

Me bajo en la próxima.

Toma mi tarjeta. Te llamaré. ¿Tienes facebook?

Sí, me llamo Pili.

Y cruza todo el vagón, vacío salvo por un grupo de adolescentes asombrados por la liquidez de nuestro encuentro y desaparece a través de las puertas mecánicas que se cierran apenas pasa ella. Pili, pienso, qué nombre más ridículo.

La cámara me mira desde la cama, pidiéndome explicaciones. Ha refrescado. Entro de nuevo pero prefiero no tocarla. No quiero escucharla, no quiero saber nada de lo que lleva dentro, aunque solo tenga que cerrar los ojos para que las imágenes acudan. En la habitación huele a guiso y cena y me pregunto si una ducha será una buena idea. Pero tengo que seguir despierto y temo que el agua caliente me amodorre. Me siento sobre la almohada, me apoyo sobre el cabecero, cojo el mando del televisor y miro. Paso los canales sin detenerme. Los fragmentos de la programación van acumulándose en una retahíla sin sentido. Un grito, un gemido, una ocasión de gol, el frenazo de un coche. No sé que hacer, si esperar o huir. Solo sé que mañana tengo una sesión con Bella y que no iré. Siempre puedo excusarme en el estudio diciendo que me embarqué en un viaje, en un proyecto africano, en una clínica de desintoxicación, en un éxtasis místico. Lo que sea. No puedo volver a casa. Quizá me esté esperando allí. Tendré que desaparecer al menos unos días aunque tampoco sé si servirá. Todo, menos cerrar los ojos.

Había salido del metro deprisa, con la esperanza de poder aprovechar aún la luz del atardecer que estaba cayendo precioso y seco gracias al viento. Estaba contento. Casi feliz. Veía posibilidades de llevarme a Pili a la cama. Hasta que apareciera algo mejor. Atravesé los portones del parque y me interné por el camino que subía a meandros por la colina, esquivando corredores y niños desbocados que huían de las exhortaciones de sus madres. No tomaba fotos. Quería estar tranquilo, reposar, alejarme un poco. Había estado retocando y editando todo el día. Necesitaba aire. Deambulé un buen rato. El parque iba haciéndose cada vez más sombrío, los arboles más gruesos y espesos. Vi a una pareja a lo lejos, sentada en un banco y me divirtió la idea de espiarles. Creo que conversaban, pero desde allí solo podía escuchar el rumor constante del viento en las ramas. La tarde parecía haber quedado suspendida en ese intervalo de tiempo en el que se resiste a convertirse en noche. Miré por el objetivo. Usé el zoom. Se tomaban de las manos. Comencé a disparar. Ella llevaba un vestido largo negro. Su melena clara no me permitía ver su cara. El contraste de colores era interesante. Continúe disparando. Ella recogió las piernas para sentarse sobre ellas y al hacerlo se le levantó la falda. Cuando fue a cubrirse él no la dejó. Al principio pensé que estaba jugando a desnudarla. Pero no era así. Él se había quedado petrificado, con la mano levantada, agarrando el borde de la falda, mirando hacia abajo, hacia sus muslos, mirando algo que yo no alcanzaba a ver. Ella se la quitó de un manotazo y se tapó las piernas. Amplié más el zoom. Ahora podía entrever su gesto. Estaba enfadada. Él estaba sentado de medio lado. Yo solo podía distinguir que sus labios se movían y que parecía repetir una y otra vez la misma frase. Ella no hablaba y no apartaba sus ojos de él. Intuí que algo iba a suceder. Coloqué el disparador en modo automático. Apreté. Ya solo escuchaba el golpeteo rítmico del obturador. Él comenzó a levantarse apartándose de ella, sin darle la espalda. Los ojos me picaban. Pestañeé. No vi cómo ella se le echó encima. A él se le quebró el cuerpo, las piernas dobladas sobre si mismas, el torso completamente fuera del banco. Creí que le estaba estrangulando. Ella tenía las manos alrededor de su cuello. Ninguno de los dos se agitaba. Los oídos me latían. Me había quedado rígido, me faltaba el aire. No dejé de tomar fotografías. Ella se apartó por fin y quedó descansando sobre su pecho. Pude ver que el cuello de él se doblaba sobre el suelo en un ángulo imposible. Los ojos en blanco. Entonces ella comenzó a olisquear el aire. Levantaba la cabeza en pequeños espasmos, girándola despacio, poco a poco, buscando, buscándome. Me temblaban las manos. Agarré la cámara más fuerte, como si fuera a salvarme, hasta hacerme daño. Ella se detuvo. Escudriñó los setos, me encontró y miro hacia mi con sus ojos negros, sin párpados.

Santi Pagés | 19 de junio de 2010

Comentarios

  1. Zark
    2010-06-19 14:40

    Genial una semana más, Santi. Cómo se nota que le gusta experimentar, que cada texto es un reto. Aunque en esta ocasión la estructura es complicada, con varios saltos desde diferentes puntos y luego vuelta a esos puntos, ha resuelto perfectamente el entrelazado entre tiempos. Con la profundidad de siempre.

    La duda que se me plantea es, ¿piensa primero en el texto y después lo crea en la forma que más le conviene, o decide un tipo de estructura y a partir de ahí encaja un texto?

  2. Santi Pages
    2010-06-21 15:40

    Muchas gracias Zark.

    Respondiendo a su pregunta, la cosa depende. En general la historia surge primero y luego paso a difuminarla. Alterar la estructura es una forma. En otras ocasiones se trata de set pieces que van surgiendo y que luego van enlazandose casi solas, a veces con estructuras como esta.


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