Libro de notas

Edición LdN
Pura Coincidencia por Santi Pagés

Un telefilm sin historia ni interés. Un culebrón con actores atroces y maquillaje pésimo. Una serie cancelada por falta de audiencia. Una novela gastada por los bordes. Una canción en repeat desde el lunes. Una pared cubierta con fotos de estrellas. Cada sábado, verán descomponerse una vida cuyo parecido con la ficción es pura coincidencia.

El pastor contratado (Ultima parte)

“Yo no quiero volver”

Tras un chispazo las luces del tranvía se apagaron y por un instante me vi en el centro de una estancia amplia y oscura, tal vez mi planta del CIC, sentado frente a una televisión encendida, en la pantalla aquellos labios enormes, granulados como en una fotografía antigua, a punto de rebosarla, repitiendo esas cuatro palabras. Yo no quiero volver. Me llevé las manos a la cara, me froté los ojos cerrados y cuando los abrí el vagón estaba de nuevo iluminado, los pocos viajeros en sus mismas y exactas posturas como si el parpadeo eléctrico hubiera suspendido la realidad durante unas décimas de segundo.
Anochecía. Me había quedado repasando las grabaciones varias veces. También había pedido a IH la identificación de todos los invitados que habían pasado por la cocina, incluido el hombre de la piel oscura y a la mujer del pelo corto, a la que renuncié a etiquetar con el nivel más alto de prioridad para hacerla pasar como una más entre esos otros rostros que en realidad no me interesaban, con la esperanza de que los técnicos no recordaran haberla rastreado ya en sus archivos a petición mía y procedieran a una nueva búsqueda. Pero no me hacía ilusiones. Sabía que el nuevo informe sería negativo.

Quizá eran ya las diez cuando llegué a casa. Había perdido el hambre. Abrí las portezuelas del aparador, saqué la botella de oporto y me serví una copa bastante llena. Me aflojé la corbata y me dejé caer en el sofá. Recuperé de la mesa un libro antiguo de cuentos de fútbol que había comprado unos domingos atrás en el mercadillo de Straussen, uno de esos que consisten en dos largas columnas de coches alineados con los maleteros abiertos y en los que puede encontrarse todo tipo de objetos inservibles, chatarra antigua, basura usada, regalos indeseados por sus dueños. El libro lo componían historias cortas bastante insustanciales. La mayoría trataban sobre el valor del esfuerzo y del trabajo en equipo. Aburridos, sencillos, simples. Me había llamado la atención el título del primero, La mejor jugada. Era curioso el estilo en el que estaba escrito. Pero que sé yo. No soy de los que les entusiasma leer. Solo probé. No costaba más que unos pocos unos céntimos.
No leí mucho rato, no me concentraba. Intenté vencer la tentación pero no pude. Me levanté y busqué la grabadora en el bolsillo de la chaqueta. En cierto modo, cuando decidí sacarla del CIC, sabía que terminaría haciéndolo, que terminaría por ceder a la obsesión por entender qué significaban esas cuatro palabras furtivas que la mujer del pelo corto había pronunciado a solas en un idioma que nadie más a su alrededor parecía poder entender. Di un sorbo largo al oporto y pulsé el play. Escuché de nuevo mi descripción de la escena, de los antecedentes, de sus elementos, uno a uno. Mi voz sonaba al principio tranquila y a medida que la grabación avanzaba se iba haciendo más nerviosa. El tono se hacía más alto, más exasperado. Abundaban los fragmentos silenciosos en los que había olvidado apagar la grabadora y solo se oía el rumor leve de los otros observadores yendo y viniendo en sus quehaceres. Cuando terminó la reproducción la hice comenzar de nuevo. Me noté cansado y a continuación caí dormido.

El teléfono me despertó de un sueño revuelto y profundo. Me atronó su sonido. Me levanté tambaleando, choqué con la mesilla, y el marco de la puerta antes de alcanzar el aparato. Respondí diciendo mi nombre completo con una voz amodorrada. Sentí vergüenza cuando al otro lado reconocí la seriedad de la secretaria del director Krueger.
Buenas noches, Señor Brünner, disculpe que le moleste a estas horas pero tengo un mensaje urgente del señor director para usted. Le pide que se presente en su oficina mañana a primera hora. A las nueve. Un poco antes, si puede.
Aturdido alcancé a decir que había comprendido y que allí estaría puntual. La comunicación se cortó sin más. Tardé unos segundos en reaccionar. Permanecí con el auricular en la mano. Estaba muy desconcertado. Cuando colgué me pregunté qué podía querer de mí el director. Me ilusioné por un momento. Tal vez tendría que ver con el ascenso pero pronto deseché la idea. Quizá fuera un chivatazo de Gunner, una queja por mi comportamiento poco cooperativo. Intenté dejar de pensar y dormir. Apuré el oporto y me fui a la cama.

Cumplí la orden y a las nueve menos diez llegué al despacho del director. Su secretaria ni siquiera me anunció.
Buenos días, Señor Brünner, disculpe la premura con la que le he hecho llamar pero he de hablarle de un tema de extrema importancia, dijo sin esperar siquiera a que me sentara.
Ningún problema, señor director, en qué puedo ayudarle.
Se trata de aquella asignación tan “extraña” de la que me habló el otro día. No es agradable para mí decirle esto, pero esa asignación es un error.
Le pregunté cómo podía haber ocurrido aquello intentando no ofenderle con mi incredulidad.
Me temo que es así. Un fallo en Cronologías. Un caso de mal archivo y peor investigación preparatoria. Usted mismo reconoció que el informe preliminar no cumplía con los protocolos habituales. Es una situación lamentable, lo sé. Muy embarazosa. Puedo asegurarle que el responsable del error ya ha asumido su responsabilidad y ha abandonado el CIC. Aún así es mi obligación pedirle disculpas oficiales. Estoy seguro de que usted, como miembro ejemplar de este Centro, sabrá aceptarlas.
No sabía que responder. La confusión me paralizaba.
Pero señor, ayer hice un avance significativo en la investigación. Identifiqué al objetivo e incluso…
Olvídelo, dijo sin dejarme terminar. A partir de este momento ha de actuar como si esa asignación no hubiera existido nunca. Usted entiende lo delicado de una situación como esta. La Cronovisión conlleva una gran responsabilidad. Nuestra tarea a menudo entra en conflicto con la privacidad de los ciudadanos, estén vivos o muertos. Le pido que cumpla con su deber y olvide cuanto pueda tener relación con este caso. Nos hemos tomado la libertad de destruir todos los archivos, grabaciones y documentación relacionados con esta asignación. No podemos correr riesgos. Lo entiende, ¿verdad?
Asentí con toda la convicción que pude. No era mucha.
Una cosa más, dijo Krueger. Entiendo que esta situación le haya resultado frustrante, como bien me describió en nuestro último encuentro. Siento mucho que un observador de su talento haya desperdiciado su valioso tiempo en una asignación así. Por eso quisiera encargarle otra muy especial. ¿Recuerda el caso del que le hable, el del físico italiano desaparecido? Justo acabo de recibir la aprobación final de mi solicitud y el CIC ha obtenido el permiso para investigarlo. Creo que sería una asignación perfecta para usted. Aquí mismo tengo el dossier preliminar, dijo ofreciéndomelo.
Me costó reaccionar. Creo que tomé la carpeta de sus manos por puro reflejo.
Sabía que le interesaría. No tengo duda de que lo resolverá con éxito. No le puedo asegurar nada pero creo que después de cumplir con ella estará en una posición inmejorable para obtener su tan deseada promoción.
Por un momento pensé en Gunner. Fue como si el director pudiera leer mi mente.
En cuanto a Gunner, no se preocupe por él. Es un buen observador pero la lealtad es muy importante en una organización como la nuestra. Y la verdad no conozco a nadie más leal que usted. Ahora, ¡a trabajar!
Apenas balbuceé un agradecimiento y sin saber muy bien cómo me encontré de nuevo en mi cubículo sentado frente a la pantalla apagada de mi equipo de observación. No recuerdo cuánto tiempo estuve así. Sé que me despertó el sonido del dossier que me había dado el director cuando se deslizó de mi mano y se desperdigó por el suelo. Ni siquiera recordaba haberlo traído conmigo. Recogí los papeles y al levantarme vi a Gunner a los lejos. Volvía como era habitual a esa hora de la cafetería. Nada había cambiado en él. Reía, seguía con sus bromas y sus chistes. ¿Era posible que no estuviera al corriente de lo que estaba sucediendo? Todo era demasiado confuso. Probé a comenzar con la nueva asignación pero no conseguí concentrarme. Recordé las palabras del director y quise comprobar si de verdad habían borrado toda la información concerniente al caso de la mujer del pelo corto. En el servidor no quedaba rastro alguno de las grabaciones. Ni una sola imagen del concierto, ni una sola copia de los informes de IH o de Cronologías. Ni siquiera un registro de las peticiones de disparo a los calculadores. Hasta el dossier preliminar había desaparecido de mi escritorio. Debían de haberlo registrado la noche anterior o quizá habían aprovechado mi entrevista con el director. No había nada que hacer. Decidí marcharme a casa. Ni siquiera me molesté en dar una excusa.

Cuando salí del CIC los colores me parecían de otro mundo. Los sonidos de la calle me llegaban acolchados y difusos. No era siquiera la hora del almuerzo. En once años nunca había salido tan temprano. La cabeza me daba vueltas. El aire fresco pareció hacerme bien así que dejé atrás la parada de Richtung y seguí caminando hasta Tonhalle. Me resultaba imposible entender qué había sucedido. Jamás habría podido pensar que errores como aquel pudieran suceder en el CIC. Comprendía el interés del Centro en ocultarlos, pero la explicación de Krueger no tenía demasiado sentido. Era cierto que el informe preliminar había llegado a mis manos incompleto y que la escena a observar no revestía de interés histórico alguno. Pero si todo había sido un terrible fallo de investigación preparatoria que se había traducido en una asignación absurda y que por pura coincidencia y mala fortuna yo había recibido ¿por qué el informe describía de forma tan precisa al objetivo? Quizá era una casualidad. Una tonta casualidad. Subí al tranvía. Me senté al fondo. En la siguiente parada subieron más pasajeros. Entonces la vi.

No la reconocí de inmediato. Llevaba el pelo aún más corto que en el concierto y mucha más ropa. Una chaqueta gris gruesa, una bufanda de lana azul. Apareció entre un grupo que casi había conseguido abarrotar el pasillo. Miró por la ventana sujeta a una de las barras. Su perfil encajó en mi recuerdo. No había duda. Era ella. No puedo asegurar que me produjo mas ansiedad, si encontrarla resucitada en el tiempo, o la posibilidad de haber observado sin saberlo en este lado de El Muro pese a la prohibición que nos estaba impuesta. Parecía algo más mayor que durante mi observación. Creí distinguir más arrugas alrededor de sus ojos, pero no pude concluir si para ella habrían pasado más de diez años desde aquel concierto. Me prohibí pensar en las implicaciones de aquel pensamiento. El hecho cierto era que mi cuerpo temblaba por completo. Pensé en acercarme a ella. No sería fácil, pero tampoco sabía qué podía decirle. Sin poder mostrarle ninguna evidencia se asustaría, se ofendería. Tal vez me denunciaría. Sería el fin de mi carrera. Violación de confidencialidad, negligencia profesional. Las paradas se sucedieron. Pense en la ironia de que para los demas viajeros aquel era un simple trayecto en tranvía. Solo yo sabía. No quedaba ningun rastro que uniera aquella mujer anónima a la cronovisión de aquel recital de piano. Ninguna demostracion, ninguna prueba. Todas habían sido destruidas. Todas menos una, recordé. Mi grabadora.

La mujer del pelo corto bajó unas paradas más tarde. No me importó. Era probable que aquel fuera su trayecto habitual. No sería imposible encontrarla de nuevo. Sabía que existía aquí y ahora. Esperé con impaciencia el momento de llegar a mi parada. El trayecto pareció eternizarse. Por fin bajé corriendo. Entré en casa. Creo que ni siquiera cerré la puerta de la calle. Busqué la grabadora sobre la mesilla. Después en el sofá. Pensé que quizá habría caído entre los cojines al quedarme dormido. Aparté los cojines, los asientos, el respaldo. Lo desnudé hasta dejar al descubierto el armazón de madera El resultado fue el mismo cuando después levanté la alfombra, cuando abrí los cajones, cuando vacié uno a uno los estantes, los armarios. No la encontré.

Nunca la encontré.

Santi Pagés | 12 de noviembre de 2011

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