Un telefilm sin historia ni interés. Un culebrón con actores atroces y maquillaje pésimo. Una serie cancelada por falta de audiencia. Una novela gastada por los bordes. Una canción en repeat desde el lunes. Una pared cubierta con fotos de estrellas. Cada sábado, verán descomponerse una vida cuyo parecido con la ficción es pura coincidencia.
No puedo decir que lo que ocurrió a continuación me sorprendiera. A la mañana siguiente no encontré a Gunner en su puesto como solía. Las celebraciones le habían dejado fuera de juego. La planta estaba silenciosa y vacía. Un alivio. Apilé los informes en un solo montón y lo arrinconé junto al flexo. Encendí el equipo y mandé un mensaje al Departamento de Cronologías. Código 55. Sobrecarga de pedidos. Ordené una línea de prioridad con los calculadores. Iba a necesitar varios alephs. Iba a examinar cada rincón de aquel apartamento. Cada uno de esos estúpidos invitados. Como si no lo hubiera hecho nunca. Como si empezara de cero.
A las nueve los primeros observadores comenzaron a ocupar sus puestos. Me llegaban sus conversaciones. Se quejaban de que era martes, comentaban sus miserias, hablaban de la fiesta de la noche anterior o de ellos mismos y sus tonterías. Me coloqué los tapones en los oídos. Un mensaje entrante me avisó de que el primer disparo ya estaba preparado. Quería una perspectiva cenital del escenario. Activé el aleph. Solo podía ver una superficie gris. Giré 180 grados y contemplé el techo lejano y enorme de una estancia. Otra estancia. Los de Cálculo habían errado por unos centímetros y habían colocado el aleph en el piso de arriba, apenas sobre el suelo. Maldije a los calculadores y a su incompetencia. Pensé en enviar un formulario de protesta. Cuando me calmé pedí una rectificación de disparo. La tendrían en algo más de una hora, dijeron. Mientras tanto activé el segundo aleph. Este estaba colocado en la cocina, por encima del balcón trasero que daba a un callejón estrecho y blanco. Desde allí podría registrar sin problema los movimientos de los invitados que entraran. Contemplé una repetición más la escena del concierto, esta vez a través de la franja vertical que conformaban el pasillo y la puerta a medio entornar. Adiviné los movimientos, las secuencias. Las predije, las describí de memoria. Era sencillo reconstruirlas después de tantas reiteraciones. Cuando el recital terminó varios invitados entraron en la cocina en busca de las copas que estaban ya alineadas y preparadas sobre la mesa. Sacaron del refrigerador las botellas de vino blanco y regresaron al salón. Dos de ellos, un hombre de piel oscura y la mujer que se sentaba en el sillón claro, uno de los posibles objetivos, se apropiaron de una de las botellas. Ella le sirvió un vino espumoso mientras él la miraba. Ella levantó la vista y sonrió. Dijo algo. Se quedaron inmóviles, mirándose. La espuma se elevaba dentro de las copas que sostenían. Era sorprendente. En anteriores observaciones había visto a la mujer sentada junto al hombre mayor, tomados de la mano durante todo el concierto. Entraron más invitados y aquello les sacó de su estupor. Su conversación se diluyó en la del grupo pero para entonces ya había apuntado en mi grabadora que sería necesario observarles más de cerca. Quizá el objetivo auténtico eran ellos, aunque no sabía por qué. Me llegó otro mensaje de Cálculo confirmando que la rectificación estaba ya lista. Dejé el aleph de la cocina en modo de grabación. Repasaría las imágenes más tarde. Minimicé la ventana y activé el disparo. Esta vez los calculadores habían acertado (no era muy difícil). Giré el aleph hacia abajo. En aquel punto del continuo el concierto aún no había comenzado. Me preparé para una nueva repetición. Los invitados se estaban aún sentando. El pianista iba y venía señalándoles dónde sentarse. Los dos últimos en hacerlo fueron mis otros dos objetivos, que sin otra opción libre ocuparon la silla ancha en el borde de la terraza. La altura no era suficiente como para poder registrar toda la escena así que tuve que elegir. Ellos o la pareja del sofá. El encuadre era lo bastante grande como para incluir al hombre de la piel oscura en la esquina inferior izquierda y a la pareja de la terraza en la parte superior de la pantalla así que me decidí por esa opción. Ahora el pianista se dirigiría a sus invitados para presentar el repertorio de la velada. En ese momento Gunner asomó por encima de mi cubículo. Llevaba en la mano una taza de café con la foto impresa de sus dos hijos. Me habló. Señalé mis oídos para hacerle saber que no podía escucharle. Insistió. Me quité los tapones.
Dije que hola, Brunner. ¿Cómo estás?
Trabajando.
Ya veo. Ayer te marchaste pronto. No te quedaste a la fiesta.
Tenía que hablar con el director.
Ah, entiendo, dijo desconcertado.
Su mirada se fijó en la pantalla.
Qué escena más rara. ¿De qué se trata?, dijo acercándose.
Me levanté para cortarle el paso.
Estoy en medio de una observación muy importante, dije.
Perdona. En realidad venía a proponerte que comiéramos juntos. Quería hablarte de algo.
Estoy muy ocupado. No creo que tenga tiempo. Comeré aquí, dije señalando el sándwich sobre mi mesa.
Sí, claro, no querría molestarte, ya hablaremos con calma cuando puedas pero en cualquier caso déjame que te diga que necesitaré ayuda para el caso Baader-Meinhof. Estoy formando un equipo de observadores y me encantaría que formaras parte de él. Admiro mucho tu trabajo. Me gustaría que colaborásemos.
Así era Gunner, esa era su estrategia. Parecer inofensivo, inocente. Hacer como si nada. Pretendía que le ayudara para facilitarle el ascenso. ¿Es que me tomaba por imbécil? Me costó controlar mi enfado.
Esta asignación me ocupa por completo, dije.
De reojo vi en la pantalla que el concierto había comenzado. Me impacienté. Tenía que librarme de él.
Es un encargo del director, mentí.
Aquella nueva mención al director noqueó a Gunner.
En ese caso te deseo buena suerte, dijo. Si tienes algún hueco, por favor, dímelo. Si pudieras dedicarnos solo un par de horas para establecer el dispositivo nos ayudarías muchísimo.
No creo que pueda. Ahora he de volver al trabajo.
Gunner marchó sin responder, cabizbajo, y yo regresé a mi asiento sintiéndome triunfante. Pero mi euforia se disipó pronto. Aquella era una escena aburrida. Unas cuantas personas escuchando un recital. El pianista estaba fuera de campo. El movimiento era mínimo. El hombre calvo miraba con sus ojos cerrados hacia arriba, casi en mi dirección, concentrado en la música una vez más. Me fijé en el hombre de la piel oscura. Permanecía inmóvil con las manos apoyadas en los muslos. Le observé durante diez, quince minutos. Perdí la cuenta. Estaba empezando a perder la concentración cuando giró la cabeza. Era probable que en dirección al sofá. No podía asegurarlo. Tendría que triangularlo. La mujer de la pareja de la terraza giró la vista hacia el hombre de la piel oscura. Creo que fue entonces cuando me fijé de verdad en ella por primera vez. Tenía poco más de treinta años y el pelo muy corto. Podía distinguir unos pendientes largos y plateados cayendo sobre sus hombros desnudos. Llevaba un vestido de lunares con escote recto. El hombre que se sentaba con ella advirtió su interés en el hombre de la piel oscura y miró también hacia él. Ambos sostuvieron su examen unos segundos hasta que él levantó su mano para acariciar la oreja derecha de ella. Hice un zoom. Reevalué. Quizá el objetivo fueran ellos. La mujer del pelo corto pareció apreciar la caricia porque frotó su mejilla contra la mano de él. Ella le correspondió buscándole por detrás de su espalda. Alcanzó su muslo. Se lo acarició. Disimulaban. Fingían permanecer atentos a la música. En respuesta él fue a su encuentro y se inclinó más sobre ella. Su nueva postura me ocultó el juego de sus manos. Sus rostros ahora estaban muy juntos. Imaginé que la piel de ella sería suave. Que probablemente olería a perfume. Imaginé que él estaría deseando besar sus hombros. Me sentí extrañó. Me sorprendí respirando entrecortado. ¿Me había excitado? Seguí observándoles. Usé el zoom de nuevo. La mano izquierda de la mujer reapareció. Sus dedos recorrieron la nuca de él peinándole. Me resultó imposible seguir mirando. Agitado me puse en pié casi de un salto. Por fortuna ya era la hora del almuerzo y la planta estaba casi desierta. Un par de observadores me miraron sorprendidos pero no me prestaron más atención. El corazón me latía tan fuerte que casi dolía. Intenté recomponerme. Respiré hondo. Tosí como si quisiera aclararme la garganta. Me coloqué bien la corbata y despacio volví a mi asiento. No sabía muy bien cómo continuar. Necesitaba tranquilizarme si quería sacar algo en claro de aquella observación.
Miré mi bandeja de entrada. Ordené mensajes por carpetas para distraerme, para entretenerme en algo mecánico, para olvidar esas imágenes. Cuando empecé a relajarme recordé el aleph que había colocado en la cocina y que había dejado en grabación. Para entonces ya habría registrado toda la información que pudiera serme útil. Cargué el archivo y adelanté hasta el momento en el que los invitados habían interrumpido al hombre de la piel oscura y la mujer del sofá. En los siguientes minutos otros convidados fueron y vinieron. Se formaban pequeños grupos, conversaciones efímeras junto al refrigerador en busca de más vino o copas limpias. La joven del vestido marrón que en otras observaciones no me había parecido demasiado interesada en el concierto entró seguida del hombre calvo que apoyaba una mano sobre su hombro. Aún mantenía los ojos cerrados. Comprendí que era ciego. Detrás de ellos venía la pareja de la terraza, muy juntos. Reían. Buscaron dos copas y se sirvieron de una botella a medio vaciar. Me centré en ellos. Hablaron unos momentos sin dejar de mirarse. Me esforcé de nuevo en intentar averiguar qué decían pero resultaba imposible. Por un momento consideré buscar ayuda. Quizá algún observador pudiera identificar alguna palabra suelta y de ahí deducir el idioma que hablaban. Después con un intérprete todo sería más sencillo. Pero deseché la idea. Tenía que cumplir con esa asignación por mi mismo si quería que el director me concediera el ascenso. Sin embargo me desanimé. Iba a ser muy complicado. En ese momento ella acarició la mejilla de su pareja. Se sonrieron. El se marchó camino del baño. Ella se acercó hacia la terraza. Se acercó hacia mí. Era esbelta. El vestido se ceñía sobre sus caderas estrechas. El aleph pasó por encima de su hombro y ella se perdió detrás de mi punto visión. Lo hice girar. Ahora tenía su rostro a apenas medio metro. Estaba apoyada sobre la baranda. Miró hacia el callejón. Sus pendientes bailaron y pude distinguir mejor su rostro firme y marcado. Bebió de su copa. Un pequeño sorbo. Miró hacia el aleph casi como si pudiera verlo. Me sobresalté aunque no tardó en desviar sus ojos unos centímetros. Dio otro sorbo. Entonces movió los labios. Esta vez algo me resultó familiar. Detuve la reproducción. Fui hacia atrás unos segundos. Ella repitió las palabras. No había duda. Era alemán. Retrocedí una vez más. Hice zoom sobre sus labios. Ahora ocupaban toda la pantalla. Eran finos y rectos. Estaban apenas pintados. Habló de nuevo. Leí a la perfección cuatro palabras.