Libro de notas

Edición LdN
Pura Coincidencia por Santi Pagés

Un telefilm sin historia ni interés. Un culebrón con actores atroces y maquillaje pésimo. Una serie cancelada por falta de audiencia. Una novela gastada por los bordes. Una canción en repeat desde el lunes. Una pared cubierta con fotos de estrellas. Cada sábado, verán descomponerse una vida cuyo parecido con la ficción es pura coincidencia.

El candidato manchú

1.
El sol comienza a asomar por encima de las ramas retorcidas de los árboles y por fin me tranquilizo. La noche ha pasado. Me quito el casco porque lo siento ya como una parte más de mi cuerpo. Mi cráneo agradece el frescor húmedo de la mañana. Ahora podré dormir, aunque sea ligeramente. Me cubriré con la tela de saco y le robaré al día cuantas horas pueda. Después buscaré algo de comer. Algún animal que cazar, espero, aunque en estos tres días no he escuchado ni siquiera el cantar de los pájaros. Del kit solo me queda algo de chocolate, poco más, nii siquiera agua. Esta iba a ser una misión rápida. No nos habíamos preparado para pasar tanto tiempo fuera de la base. No tendré más remedio que contentarme con lo que pueda encontrar antes de que oscurezca. Algo irracional me dice que mientras haya luz estaré seguro. Que puedo dejar de vigilar, relajar la guardia, que no aparecerá. Aún así debo tener mucho cuidado. Ojalá pudiera dormir con los ojos abiertos. Hay un horror ahí fuera, mas allá de mi comprensión, mas allá aún del horror de esta guerra, que al fin y al cabo es humano. El horror de ahí fuera no lo es.

2.
Sospeché de Chan-wook desde el principio, ya desde que el Mayor Marco nos lo presentó en la base. No me gustó su sonrisa, su uniforme negro, su pose de oriental servil. No me gustaron sus facciones, tan occidentales, tan recias. No me gustó que fuera nuestro guía. Nuestra misión era reconocer el sector, explorar una posible ruta que nos llevara por detrás de las líneas enemigas o al menos que nos permitiera alcanzar una posición elevada desde la que observar su despliegue y así asistir a los bombarderos. Yo hubiera esperado que un aldeano, un pastor, un guc cualquiera, conocieran bien estos pantanos, no alguien con una educación militar tan perfecta, alguien tan pulcro, con un inglés tan transparente. Sí, desconfié de él, y debí decírselo al Mayor. Es mi culpa. Ahora es demasiado tarde. Probablemente todos estén muertos. Quiera Dios que sus almas hayan encontrado descanso.

3.
Me deslizo entre los cáñamos que rodean la charca. Tengo que llenar la cantimplora porque la sed me está abrasando la garganta. No puedo saber quién mira. No quisiera caer como un ciervo. Quizá los norcoreanos estén esperándome. O la criatura. Pero es demasiado grande y demasiado lenta, la vería venir. No así a las arañas. Aún me estremezco al pensar en ellas. Zancudas, flexibles, tan rápidas. Podrían estar aquí también, acechando. Me tumbo muy despacio sobre el barro, sin dejar de mirar a todos lados, intentando escuchar cualquier alteración en la brisa, un cambio en la dirección del roce de los tallos. El borboteo de la cantimplora llenándose me sobresalta. La ansiedad me posee hasta que el burbujeo se apaga y los sonidos del pantano regresan a su sitio. Sí. Sí estuvieran aquí, ya me habrían devorado.

4.
Los días son muy cortos y no puedo alargar mis expediciones lo suficiente como para alcanzar la base. No sé si habremos iniciado ya la ofensiva. No se oyen ni vuelos rasantes ni movimientos de tropas. Tampoco quiero perder el refugio que supone este búnker abandonado, estos cinco muros casi derruidos que me protegen. Y aunque quisiera. Porque perderlo de vista parece imposible. Supongo que como no reconozco la orografía de este valle, termino andando en círculos, volviendo aquí irremediablemente. Como nos enseñaron, he probado a romper ramas, a colocar juntas unas pocas piedras, a dejar señales que solo yo comprenda para así poder guiarme entre estos légamos que no parecen tener fin. Pero no sirve. Nunca encuentro mis propias marcas, aunque juraría haber pasado por donde las dejé más de veinte veces. Tampoco ayuda la niebla que cae sobre esta región a las cuatro de la tarde, cuando el sol, que apenas se ha levantado sobre el horizonte, vuelve a ocultarse tras los montes. Prefiero no arriesgarme. La criatura podría esconderse en la bruma y sorprenderme. Así que vuelvo sobre mis pasos. Aún no sé cómo, pero siempre, sin esfuerzo, encuentro el búnker. Es inútil. Sin ayuda no seré capaz de escapar de estos pantanos.

5.
Chan-wook nos aseguró que aquella ruta a lo largo del riachuelo era desconocida para los comus. Maldita sea. Era un torrente infecto, un lodazal sucio y denso. No oíamos más que el constante chapoteo de nuestras botas en el barro. Esto no me gusta nada, recuerdo haberle dicho a Melvin. A él tampoco. Chan-wook nos hizo una señal para que calláramos. Nos detuvimos. El tipo había escuchado algo. Trepó por el borde del riachuelo y subió con esfuerzo colina arriba. Cuando llegó a la cima nos hizo una señal para que avanzáramos. Todo estaba aparentemente despejado. El Mayor ordenó que el pelotón se dispersara en linea para coronar la cima. Yo estaba en el extremo izquierdo de la formació, cerca del borde en el que la colina se quebraba bruscamente en una pendiente casi vertical. Me quedé rezagado. El peso de la radio-mochila, el frío y las horas de marcha me habían molido la espalda y tenía calambres en las piernas. Cuando mis compañeros estaban a punto de alcanzar la cumbre se escuchó un sonido imposible. Un gruñido, un grito ronco como el mugido de cien toros que hizo temblar el suelo. Desde detrás de la colina, recortada contra el cielo estrellado, apareció como venida de la nada una forma grotesca y corpulenta, oblonga como un bulbo, de unos veinte metros de altura. Diría que su cuerpo, su tronco si pudiera describirse así, lo ocupaban unas fauces enormes, que se abrieron y soltaron un bufido colosal, un viento caliente y arrollador que me hizo cerrar los ojos. Era de un negro opaco, apenas distinguible. Y gracias a Dios que así era. Podríamos habernos vuelto locos solo con verlo si la luna hubiera estado llena. Ni siquiera en los cómics de terror que leía de niño había visto dibujadas monstruosidades tan malignas como aquella aberración. La tierra se sacudió. Un brazo grueso y larguísimo había chocado contra el suelo levantando la tierra a terrones, rasgándola, proyectando arena y piedras que llegaron a alcanzarme. Bajé la cabeza para protegerme con el casco. La gravilla sonó metálica contra él. Cuando levanté la vista Melvin estaba en el aíre, después Wilcox y Smitty, tomados en volandas por uno, dos, tres brazos, o quizá tentáculos, que nacían de la parte superior de la criatura. Mis amigos gritaban, pedían ayuda. Yo estaba paralizado. No era capaz más que de contemplar la escena, como si un espíritu burlón hubiera poseído mi entendimiento y mis músculos. El miedo me hizo olvidar mi equipo, mis armas, mi entrenamiento. Fue entonces cuando aparecieron las arañas. Con un chillido se lanzaron sobre el resto del pelotón con tal rapidez que mis ojos apenas podían seguirlas. Mientras tanto la gran criatura continuaba aullando, agitando sus extremidades como un molino. La amenaza hizo que mis compañeros vencieran el pánico y que despertaran, pero apenas tuvieron tiempo de usar sus fusiles. Dispararon unas pocas ráfagas antes de que las arañas se les echaran encima. Forcejearon, se resistieron, intentaron no dejarse acorralar, pero terminaron cayendo al suelo presas de sus zancos. Aquellos seres debían de exhalar alguna sustancia narcótica porque mis amigos se desmayaban tras unos segundos de lucha. Una vez vencidos, las arañas les arrastraban colina arriba. Juraría que se daban órdenes, que se comunicaban entre ellas, que sus chirridos insoportables conformaban algún tipo de habla. La criatura fue tomándolos a todos, uno por uno, con sus brazos. Abrió sus fauces y se los tragó, incluido el Mayor Marco, que vació su pistola contra el ser sin causarle ningún daño antes de desaparecer en su interior, como los demás, con un silbido. Después solo hubo silencio.

¡Ese! ¡Ahí!

Chan-wook me señalaba desde lo alto de la colina, ordenando a las criaturas que me capturasen. Solo entonces reparé en mi situación y reaccioné. Corrí pendiente abajo como si me persiguiera el diablo mismo. Las ramas de los arbustos me rasgaban el uniforme y cortaban mi piel a medida que iba ganando más y más velocidad en mi huida. Me trastabillé, perdí la secuencia de mis pasos, perdí el control de mi cuerpo. Rodé cuesta abajo, las piedras golpearon todo mi cuerpo y se levantó a mi alrededor una nube de polvo irrespirable. Me cubrí la cabeza con los brazos. Recé. Me resigné a lo que pasara. El mundo se convirtió en pura bruma y caí inconsciente. Unas horas después, ya era de día. me despertó el frescor de la corriente. Mis piernas habían quedado sumergidas en el riachuelo. Me incorporé. Increíblemente no me había roto ningún hueso. Tuve que recoger mis propias piernas, dormidas tras tantas horas en el agua. Comprobé que aún tenía conmigo el kit de supervivencia. Sin embargo la radio-mochila había quedado inservible. Se había reventado por completo en la caída, actuando al mismo tiempo de coraza. Era un milagro haber sobrevivido.

6.
Hoy ha sucedido algo muy extraño. Poco después de mediodía me he quedado adormilado, oculto entre los juncos, mirando la corriente. El torrente parecía llevar oro en vez de barro. Los reflejos del sol sobre su superficie me alcanzaban directamente, pero resultaba un resplandor agradable, cálido, que me hizo caer en un sopor peligroso. La corriente se aceleró por un instante, se encrespó ligeramente, y los destellos me cegaron por un momento. Me froté los ojos. Podía ver manchas rojas moviéndose tras mis párpados. Cuando los abrí de nuevo contemplé una escena incomprensible. Me encontraba en una habitación, en una sala de hospital a juzgar por su blancura y sus vitrinas llenas de instrumental. Estaba tumbado en una camilla. Alguien analizaba mis ojos linterna en mano. Su luz me hería. Se retiró y cuando mi vista se recobró del resplandor pude ver a un oriental en bata, un hombre de apariencia siniestra, con bigote ridículo y fino, que me miraba con dedicada satisfacción. Junto a él, un coronel, a juzgar por el número de estrellas y el tamaño de sus insignias rojas, me miraba con una frialdad que me hizo temblar de mismo miedo. Intercambiaron unas palabras en su idioma. El coronel asintió varias veces, se dio la vuelta y dejó la estancia con aire marcial, las manos a la espalda, flanqueado por dos soldados. Ya solos, el doctor dijo algo dirigiéndose a mí, pero no le entendí. Después chasqueó los dedos como una orden y alguien detrás de mí me colocó algo en la cabeza, un objeto frío que sentí como una diadema que se aferró fuertemente a mis sienes. El doctor tomó un extraño aparato, una especie de lámpara de pantalla cónica y la dirigió hacia mí. La lámpara empezó a cargarse con un zumbido amenazador. El doctor dijo “dulces sueños” en nuestro idioma. Abruptamente todo regresó al negro como en un apagón eléctrico y ya solo recuerdo haber despertado lentamente, recobrando la conciencia del río, de los reflejos, de las ramas del arbusto que me protegía. Todo parecía normal, como si no hubiera transcurrido más de un minuto desde que comenzó aquella visión misteriosa cuyo origen solo puedo atribuir a la tensión y a la falta de sueño.

7.
Este ha sido el único incidente inusual que ha ocurrido desde que mi pelotón cayó presa de la criatura y sus esbirros. Me temo que dormir de día y permanecer vigilante la noche entera me está haciendo perder la cordura. Intensos dolores de cabeza se suceden y si cierro los ojos fogonazos de luz me castigan. Al conciliar el sueño temo despertarme de nuevo en aquella sala de hospital. Pero no tengo más opción. Esperar a que me encuentren y confiar en que sean los míos quienes lo hagan. Aún así, la tranquilidad no me asiste. Los norcoreanos, no se cómo, han encontrado aliados en seres del infierno. Lo que dicen es cierto: El comunismo es una fuerza maligna. Con la ayuda de esas criaturas del averno barrerán Corea. Después, el mundo. Ni siquiera nosotros podremos detenerles. Quizá nuestra única salvación sea La Bomba.

Ojalá pudiera dormir. Aún puedo escuchar sus gritos.

Santi Pagés | 13 de marzo de 2010

Comentarios

  1. no importa
    2010-08-17 21:33

    esto que he leido me parece muy bueno no tengo idea de como llege aqui, ahora no importa, solo el hecho de que…

  2. Santi Pagés
    2010-08-18 13:17

    Pues ya que has llegado, no te marches. Que casi todos los sábados podrás encontrar aquí un nuevo relato quizá te guste tanto como este.


Librería LdN


LdN en Twiter

Publicidad

Publicidad

Libro de Notas no se responsabiliza de las opiniones vertidas por sus colaboradores.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
Desarrollado con TextPattern | Suscripción XML: RSS - Atom | ISSN: 1699-8766
Diseño: Óscar Villán || Programación: Juanjo Navarro
Otros proyectos de LdN: Pequeño LdN || Artes poéticas || Retórica || Librería
Aviso legal