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Martin Pawley
Editor de días estranhos
El País Durmiente, la Nación Prozac, el Impaís, el lugar donde la gente no protesta sino que emigra, ya saben: Galicia. Después de diecisiés años, o de dieciséis siglos, no me acuerdo bien, de mayorías absolutas de Fraga, ese hombre; después de una política de pandereta y empanada, pervertida la democracia hasta quedar reducida a una fiesta de aclamaciones y vítores a ritmo de viño de ribeiro y carne ao espeto; después de las listas negras y de los cargos públicos recogidos sistemáticamente por unos mismos apellidos, guiados por la genética de su buena estirpe; después de docenas de miles de jóvenes que han tenido que marcharse conscientes de que escasean las oportunidades en un territorio cada día más envejecido; después de la paulatina e inmisericorde doma y castración de un país que han pretendido convertir en un simple paisaje, el escenario de fondo para el reparto codicioso de la caja; después de todo eso, por fin, el pueblo gallego llega a unas elecciones con la hermosa incertidumbre de no saber de antemano el resultado, de creer que el cambio, esta vez sí, será posible. Ha empezado por fin la primavera, en la feliz metáfora nacida en el diario Vieiros que muchos hemos aceptado como leitmotiv espiritual.
Tenemos derecho a la ilusión y a la esperanza, algo que durante demasiado tiempo nos fue negado. Hemos aprendido que somos capaces de superar la rutina y vencerla. No me cabe duda de que la mejor herencia de los años Fraga, obviamente muy a su pesar, ha sido la reactivación de la iniciativa ciudadana. A Fraga no lo va a derrotar ni Touriño ni Quintana, y bueno sería que ellos comprendiesen con claridad este hecho; a Fraga lo va a derrotar un país que hace tres años empezó a decir “Nunca Máis”. Lo derrotarán los miles y miles de ciudadanos que han apostado por el ingenio y por la creatividad, por el humor y por la sátira, dirigidos únicamente por el pensamiento libre y la conciencia crítica y sin ninguna de las ataduras que paralizan la acción de los partidos. La marea humana del Prestige, la de los que no esperaron a ver qué hacían sus líderes y se lanzaron a recoger chapapote, los que se echaron un montón de veces a la calle para exigir a sus representantes políticos que se comportasen como tales; son ellos, y no otros, los que van a triunfar en las elecciones de este domingo. Porque el resultado, realmente, es casi irrelevante: los ciudadanos hemos recuperado el protagonismo que nos corresponde y por eso, pase lo que pase, ya hemos ganado.
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