Libro de notas

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El estado de la crítica literaria (y III)

por CARLOS ACEVEDO y JÓNATAN SARK

CARLOS ACEVEDO: hay muchos críticos meramente divulgativos cuya opinión me interesa. Incluso podría decir que mi gusto se ha forjado gracias a “dialogar” con ellos.

JÓNATAN SARK: Me refería más a eso, a la función pretérita de la crítica y su situación ahora en este ecosistema de reseñismo en el que vivimos con los periódicos sin un espacio para poder hablar de cultura —y sospecho que tampoco sin ganas o encontrarían alguna forma de ser algo más que anarroseadores de notas de prensas y asistencias a saraos— y la existencia de suplementos culturales es a la vez limitada e innecesaria. Entiéndeme, no porque no esté bien tener un especial cultural sino porque parece un ghetto. El tipo de ghetto que faculta a alguien como Reig o Rodríguez Rivero a escribir en el ABC porque existe un foso alrededor del suplemento cultural que le permite decir Non olet como si los lectores fuéramos lerditos. Que sí, que peor es tener un periódico y dedicar un espacio residual a la cultura, como pasa en Público, o tener una tradición de cachondeo como en La Razón, ese periódico del Grupo Planeta cuyo contenido cultural ha ido variando con ahora suplemento, ahora no, ahora La fiera literaria (Otros que tal bailan, por cierto), ahora no, ahora Caballo verde, ahora… ahora ya ni sabemos. Pero eso sí, una página para Jesús Mariñas.

CARLOS ACEVEDO: Sí, bueno, es que la cultura al ser entendida como una cosa chachi, divertida, muy parecida a las fiestas de pueblo, es decir: donde se conocen todos y todos bailan lo que les pongan porque pa eso han llegado al pueblo, pa bailar lo que les pongan con todos los conocidos, impide que exista cualquier cosa parecida a la crítica. ¿Cómo vas a criticar que alguien no sepa bailar Lindy-Hop en una fiesta de pueblo? Es imposible, está fuera de lugar: es ridículo. El problema es, creo, fundamentalmente ese. Y ese problema acaba en el ghetto. Lo cual no me acaba de parecer mal. A ver como explico esto…

Al final, a la mínima que prestes un mínimo de atención sabes quienes son los habitantes del ghetto. Incluso, si prestas más atención aún puedes llegar a saber quién ha erigido las paredes del ghetto y tal. El caso es que yo prefiero el ghetto que la cosa residual, porque la cosa residual invita a que el periodista o lo que sea tenga la necesidad de brillar. De jugar a ser Messi. De hecho, incluso es posible identificar que usan ciertos libros y temas para hablar de cosas de actualidad, no porque en los libros y temas estén esos temas sino porque, al parecer, no les dejan tener una columna de opinión donde hablar de cualquier cosa. O sea que sí, que también son falta de ganas. Falta de ganas y exceso de ego podrían servir para definir el estado de la crítica, ¿no?

JÓNATAN SARK: De hecho, falta de ganas, falta de medios, existencias sólo de Ego. No sé ni si podríamos estar peor que en el XIX en cuanto a falta de importancia, interés y fundamentos en la crítica pero desde luego el desprestigio del crítico es evidente incluso con los ‘70-’80; no hay un Rafael Conte que diga ¡Saltad! y todos boten. Fíjate en Echeverría desgañitándose a favor de Hilos de sangre de Torné y sin lograr el más mínimo impacto, incluso entre la gente que no conoce a nadie que lo leyera. Hace falta una organización de comentarios agrupados casi a la vez en distintos medios y mucha gente hablando para mover al comprador. Porque, como decías antes, la edad de los que vienen con el recorte es alta. Bien porque los jóvenes no se acercan a los periódicos —que tras el affaire Vigalondo tampoco me sorprende— o porque los que lo hacen pasan ampliamente de esos críticos. Algo comprensible también por una situación derivada.

Si te lees a un crítico puedes hacerlo desde dos posiciones: habiéndote leído el libro o no. Incluyamos la posibilidad habiendo iniciado la lectura para ahorrar discusiones y pensemos en lo que significa: que el lector puede tener ya su idea sobre el libro formada, moldeada por sus gustos y experiencias, y al leer lo que dice el crítico se formará otra idea, bien sobre el libro que ya leyó, bien sobre el crítico, que es lo más habitual. La opinión sobre el crítico será lo que prevalezca la próxima vez que lea algo suyo —si ha sido capaz de quedarse con el nombre, que esa es otra— de manera que el de qué pie cojea se irá sumando a la ecuación del “¿Me lo leo o no?”, que es lo que, suspiro, parece que quiere la gente al leer las críticas. No lo que pueda reflexionar sobre el libro o contraponer visiones. Y, peor aún, puede acabar decidiendo que el crítico sólo merece la pena como algo a lo que no hacer caso. Dos ejemplos y te dejo hablar que ya llevo rato:

1) Nada reciente ha hecho tanto daño a la crítica como la entronización de esa hedionda bola de estiercol llamada Fin. La… cosa… de David Monteagudo en Acantilado pareció gustar a los críticos más allá de la masa crítica haciendo que los lectores se lo compraran. No sabes la de lectores cabreados que tuve que tratar. La de gente diciendo que ya se cuidarían de la crítica. Porque —y este es el punto de destino— cuando a alguien no le gusta algo de los más vendidos se siente especial, ajeno a la masa pero cuando no le gusta algo de los críticos piensa que son elitistas, comprados o idiotas. A veces las tres. El resultado fue, claro, que la siguiente novela de Monteagudo no se vendió nada y, de hecho, la primera está por ahí aburriéndose a ver si a alguien le llega tarde la serpiente del verano pasado.

2) Hay gente que compra a la contra y, por tanto, se queja incluso cuando el crítico por error acierta. En género negro, por ejemplo, la gente es capaz de saber lo que Jose María Guelbenzu o Lilian Neuman ha escrito, pero no saben por qué lo han hecho y tampoco tienen interés o intención de hacerles caso, antes casi lo contrario. Lo que les sirve de esa crítica es, por triste que suene, el saber que existe el libro que se menciona. Y luego ya buscan por otros lados. A veces con un interés que hace temer el éxito que un Rotten tomatoes de libros podría lograr.

Todo lo cuál nos llevaría de nuevo a preguntarnos si para tener esto necesitaríamos de verdad ponerle el nombre de crítica.

CARLOS ACEVEDO: Creo que no. La mención a Fin me ha recordado una anécdota muy curiosa. Voy a una presentación y conozco a un crítico, hablamos de literatura española contemporánea. Le digo, vaya mierda lo de Monteagudo. Sí, sí, me responde. Le miro extrañado y le digo que de su crítica se podía desprender que le había encantado. Y me dice, sí, bueno, lo que pasa es que cómo le había gustado a todo el mundo… no iba a ser yo el que dijera la verdá. O algo así. No te diré quién es porque no hace falta, pero sí puedo añadir que me llamó muchísimo la atención esto porque a) es inexplicable que alguien cuyo trabajo es tener una opinión decida, por sus santos cojones, usar la de otro, en este caso la de toda la crítica española; y porque b) le pareció sumamente molesto que le cuestionara sus “opiniones públicas” (según me enteraría luego, por un conocido común). De alguna manera, creo que este tipo de actitudes invitan a que el lector medianamente atento se desentienda de esa cosa que se llama crítica. Básicamente porque si seguías el trabajo de este crítico verías que oscilaba siempre de acuerdo a lo que el medio indicaba como interesante, sin ejercer nunca su derecho a pensar diferente que todos los demás. Esto, volviendo a lo que decíamos al principio de ésta charla, invita a pensar en la sospecha, invita, pues, a sospechar de la labor del crítico en cuestión. El hecho de que, como dices, el comprador se sienta estafado acaba de ilustrar este idéntico proceso donde cualquier autoridad asumida no funciona, genera esa suerte de intuición que ilustra que algo que no cuaja, por ende el lector, el tipo que busca una guía para ordenar sus lecturas, acaba por desentenderse. El caso es que ese desentendimiento entra perfectamente en las categorías que has esbozado más arriba, lo cual hace que todo sea infinitamente más complejo una vez identificada una dicotomía que sólo responde a un tipo de impulso. A veces pienso que cosas como un Rotten Tomatoes de libros sería lo mejor. Al menos, nos libraríamos de leer tantos reportajes sobre ebooks y similares. Digamos que una mera valoración por estrellitas está más cerca de un ideal de crítica que la crítica actual. No sé cómo lo ves…

JÓNATAN SARK: ¡Mal! Ya sé que a la gente en realidad lo que no le gusta es pensar, quieren que les des un libro y que les guste —en realidad casi cualquier libro les va a gustar, pero ese es otro tema— y para evitar pensar van de cabeza a dónde va la gente por aquello de algo tendrá el agua cuando la bendicen, igual que se fían de cosas como el si te gustó esto prueba aquello de Amazon. De manera que un ranking como el de Rotten Tomatoes sería útil, sí, como una lista de Los más vendidos —y, de hecho, no sé cómo nadie se ha puesto a ello aún— pero no mejoraría en nada el panorama de la crítica. Igual que la página habitual ha sido más útil para golpear disidentes que para notar la disparidad de criterios.

CARLOS ACEVEDO: Volvemos, otra vez, a la pertinencia no ya con la cual se realiza sino de su mera existencia. De los dos puntos que señalas extraigo una pregunta ¿a qué crees que se deba esa actitud intelectual tan fuerte en el público español?

JÓNATAN SARK: ¿En el público? ¿En qué público? ¿No decías que lo que tienes en la copa es té con hielo?

CARLOS ACEVEDO: Veo una permanente necesidad de distanciarse del vulgo que me parece alucinante. Esa labor que en Vila-Matas se ve tan natural, lo de buscar a los raros, y que muchas veces, en el resto, parece ser una especie de barrera o trinchera. Un lugar donde ubicarse para ser o parecer especial. Lo curioso es que, como tienen que comer de leer y comentar best-sellers o libros lisa y llanamente fallidos, se les deforma el gusto y ese intento de snobismo acaba en una gestión del gusto que poco y nada tiene que ver con una directriz estética en la que se ha acabado por recalar sino, muy por el contrario, en una postura que tiene más de capricho que de opinión concienzuda. Es rarísimo. ¿Crees que se debe al exceso de oferta?

JÓNATAN SARK: Es cierto que el exceso de oferta es un problema, no diré que grave porque uno nunca sabe por dónde recortarían pero sí que complicado de manejar. En principio ese exceso de oferta serviría para que se pudiera elegir de todo y en algunos géneros de moda hubiera más variedad. En la práctica sirve para que la gente se sienta agobiada ante la avalancha de textos aparentemente iguales y le pille ojeriza a lo que esté de moda alejándolos durante los siguientes años. También significa en realidad que determinados géneros o subgéneros que están en problemas como el horror o la ciencia ficción van a tener unas novedades mínimas de sellos concretos, por lo menos mientras no se pongan de moda. El asunto es que esa oferta permite que haya un poco de todo y, entre eso, la posibilidad de vender como autor maldito al primero que se ponga a tiro, o como editorial minoritaria a la que no deja de ser una mediana con poca distribución. Lo que pasa es que esos autores desconocidos, esos libros malditos hacen que los lectores se sientan especiales. Los raros vocacionales como Vila-Matas manejan eso perfectamente, como si llevaran su propio sello de excentricidad en la forma de los libros que lleven en la mano. Angelitos. Pero, eso sí, hay toda clase de público —¿No he dicho esto ya durante esta conversación?— así que junto a los Raros Vocacionales están los compradores de Bestsellers o la gente que va a mirar lo que hay. El comprador no es una masa homogénea. —Incluso teniendo en cuenta que muchos de esos teóricos Bestsellers luego venden mucho menos de lo supuesto mientras las alternativas de calidad como Javier Marías logran ser #1 de las listas de ventas durante varias semanas. Pero no se lo menciones a los que Nunca jamás leerían un Bestseller porque se cortocircuitan y la búsqueda de una explicación les bloquea— De manera que no veo yo tan claro esos compradores de lo raro.

CARLOS ACEVEDO: Otra cosa que me llama la atención el predominio de lo libresco, que, en gran medida, creo que viene de la llegada al público mediano de Vila-Matas. Con lo libresco me refiero a esa idea de literatura que sólo admite dentro de ella aquello que ya está en los libros, haciendo que la vida cotidiana le resulte ajena. Una vez quitas lo cotidiano de la ecuación, queda poca cosa. De hecho, con este panorama, una crítica de rasgos políticos, como esa maravilla que se despachó Jordi Costa sobre la peli A 3 metros sobre el cielo, se vuelve quimérica, una rara avis en un paisaje donde son más importantes las conexiones entre libros que la relación entre el contenido de esos libros con la realidad o su capacidad de enfrentar a la misma.

JÓNATAN SARK: Pero eso es porque la gente no entiende el cruce cultural, a mí me parece más sencillo explicar mediante lo que se conoce, da igual que sea con libros, películas o series. Hay gente que no parece relacionar que a un chaval le gusten las películas de espías con que pueda disfrutar de un thriller de espionaje, por lo visto sólo sirve para hablar de El Padrino o Los Soprano todas y cada una de las veces que salgan mafiosos en una novela. Sólo parece aceptable el uso de la alta cultura a toro pasado. Ahora mismo están asimilando Mad men y yo calculo que de aquí a cinco años habrán pillado lo que ahora disfrutamos nosotros y leeremos que un libro es Como The good wife hecho novela.

Pero, volviendo a la crítica, el problema es que no está a lo que está, no ya a la reflexión o —presupongo— a tratar de sacar algún jugo de algo plano, sino, simplemente, a esbozar algo que pudiera ser mínimamente polémico.

CARLOS ACEVEDO: ¿Viste la micro-polémica sobre Richard Yates de Tao Lin? Digo micro porque a) no se llevo a cabo en medios tradicionales, sino en Internet, donde cualquier discusión toma ribetes de querelle; y porque b) no tuvo ninguna relevancia, pero sí que tuvo más de un punto interesante. Por un lado se puso en cuestión el tema del autobombo, del marketing, del vender el hecho de ser escritor antes que practicar la literatura en cualquiera de sus formas; y por otro, que por una vez se puso en duda el culto a la juventud y se intentó matizar acerca de la pertinencia del comentario masivo por parte de los medios, de una alternativa u opción editorial. Mientras, la reacción de la propia editorial, tanto por parte de sus responsables como por parte de sus acólitos, al menos en su faceta pública, léase redes sociales, fue absurda. Un berrinche infantil. De hecho, fue tan infantil que se acusó a los críticos de viejunos, de no ser capaces de leer los nuevos tiempos. Fue muy gracioso ver eso, ver como la crítica en sí de pronto no dialogaba con nadie, ni con autores, lectores o editores. De pronto, y por una vez, respondía sólo a la sospecha.

JÓNATAN SARK: Ah, sí, ese es mi tipo de crítica. Imagino que con un libro tan mediocre que vender, en una editorial tan acostumbrada a sacar el equivalente literario a las Power Balance, antes o después tenía que acabar sucediendo. No es malo, es que no lo has entendido es muy útil porque casi todo el mundo puede aplicarlo en algún momento, como Te gusta por las razones equivocadas o, directamente, Sospecho que no te lo has leído —o la síntesis de las tres, como la crítica a Juego de tronos de Alvy Singer— pero el problema es el de la clásica paradoja de la fuerza irresistible que choca con un objeto inamovible, solo que aquí la duda es si es peor el libro o la crítica literaria que tiene que juzgarla. Tiemblo sólo de pensar que el Señor Patata, digo, Juan Manuel de Prada tuviera que hacer un juicio crítico sobre el aquello de Luna Miguel. En el mejor de los casos habría heridos. ¿Cómo manejar algo así? La parte buena es que por lo menos no sabríamos por dónde va a salir sólo leyendo el título del libro y el autor de la reseña.

CARLOS ACEVEDO: En este sentido hay otra cosa que me fascina, y es que la mayoría de los críticos se han vuelto sumamente predecibles. Eso, de alguna manera, además de alimentar la sospecha, implica que la crítica no se ejerce sobre el texto sino que se establece en base a apriorismos. Es decir, funciona bajo una lógica inamovible que impide ver, digámoslo así, la relevancia de algunos esquemas. El género, por ejemplo, aplicado a otros ámbitos. El caso de la novela negra es ejemplar en este sentido. Al parecer, desde que una serie de autores (Piglia, por ejemplo, que lleva 40 años dando la chapa al respecto) está dando la tabarra diciendo que la matriz del género sirve para hablar, por ejemplo, de la ciudad, como puede ser el caso de la última novela traducida de Richard Price, La vida Fácil creo que se llamaba, todo el mundo parece ver sólo ese factor y que, al mismo tiempo, es un elemento que justifica que se glose sobre novela negra en todos los suplementos. Llámemoslo factor denuncia. Un factor denuncia que es evidente en algunas obras de Ciencia Ficción, pero cómo la Ciencia Ficción no tiene el sellito de “esto puede que tenga factor denuncia en grado de 5 a 10” no se habla de ello, no aparece. No existe salvo para los fans del género. Esta es otra cosa que me llama la atención. La imposibilidad de generar nuevos protocolos de lectura. Una falta que hace que algunas cosas de Jenkins, por poner un ejemplo, gocen de una excesiva lozanía en el panorama español, que parezcan una novedad a pesar de estar escritas hace casi 20 años…

JÓNATAN SARK: De hecho, leer espantos insoslayables como la conversación a gastos pagados de Guelbenzu y Savater defendiendo una novela negra sin fondo social, un regreso al juego de la habitación cerrada y un cagarse en los nórdicos sin razonar —todo perfectamente coherente con ambos escritores y sus acercamientos al género— como si no hubiera mañana. Igual que Olmos no tiene problemas en cagarse en el que se ponga por delante para arañar notoriedad como Mal-Herido pero si alguien critica sus novelas —un asunto de ganas, porque primero se las tiene que leer uno— se pone a la defensiva y lanza zarpazos. Como pasó con el excelente blog literario Patrulla de salvación Otro ejemplo más de que los críticos —bueno, presuponer a Mal-Herido crítico es mucho suponer— no tienen problemas siempre que no les toque a ellos. Todo lo cuál viene al caso porque es gente que no lee lo que está leyendo, perdón, no lo procesa, sí que lo lee —supongo— porque mientras lee lo que hay está pensando en Lo que podría haber y Lo que debería haber ¿Qué sentido tiene juzgar una novela a partir de lo que no hay? ¿Te imaginas a alguien quejándose de que un cuadro de Goya no es bueno porque tendría que haber incluido más lagartos radiactivos y haber girado la cámara? Pues eso es lo que tenemos en España por crítica.

De hecho, la falta de una crítica real, independiente y capaz de juzgar desde fuera del amiguismo —como decía al principio, fuera de los independientes— se nota precisamente al enfrentarse a algo nuevo, a entender fuera de un concepto empresarial o de autobombo cosas como la Nocilla. Incluso la incapacidad para comprender que hay gente que ha estado dentro y fuera y gente que se ha desmarcado desde el primer minuto.

CARLOS ACEVEDO: Hace un tiempo fantaseaba con qué hubiera dicho Bolaño del fenómeno Nocilla. Creo, y de esto estoy seguro, básicamente porque lo he contrastado en reiteradas ocasiones, que cualquier persona con medio dedo de frente habría sabido identificar dos cosas. En primer lugar, que todo a lo que se apelaba como “nueva poética” llegaba con más o menos tres décadas de retraso; y, en segunda instancia, que todo no era más que una movida que hacía referencia a la necesidad imperiosa de los medios de generar una nueva generación, como si la literatura en lengua hispana sólo pudiese leerse bajo esa clave, como si el concepto de generación tuviera, a día de hoy, la misma relevancia que tuvo en, no sé, el 27 o el 98. ¡Cuando hasta en el 98 ya se quejaban que darle un nombre homogéneo a todas las propuestas era un tema discutible! Fue un caso acojonante de inoperancia que Bolaño, tal y como demuestran Los Mitos del Chtulhu, habría sabido ver y contrastar desde la sátira. Habría sido muy gracioso, creo, aunque considero triste pensar en un muerto como persona que podría haber puesto un mínimo de cordura desde la sátira o, lisa y llanamente, desde la risa.

JÓNATAN SARK: Ya sabes que no comparto tu aprecio por Bolaño, aunque espero que hubiera podido satirizarlo porque, la verdad, una buena sátira le hacía falta. Y, de hecho, algo ha habido, Javier García Rodríguez les daba un buen repaso en Mutatis mutandis: hacia una hermenéutica transficcional de las narrativas mutantes: de Propp al afterpop (o ‘nocilla, qué merendilla’), todo merecido. La lástima es que parece quedarse en sólo eso cuando se podría haber sacado toda una novela universitaria —sí, conozco los riesgos españoles de hacer eso, sé lo que dijo Orejudo— que haría que La suerte de Jim de Kingsley Amis pareciera las actas del Congreso Nacional de Ornitólogos.

CARLOS ACEVEDO: Te comentaba lo de la sátira, entre otras cosas, porque me alucina la falta de humor en estos temas. No existe una crítica articulada desde el humor, una cosa que en otras latitudes es posible y aplaudida, una cosa que, en definitiva, serviría para quitar esa sensación de homilía constante que parece ser el ejercicio de someter a un testimonio de cultura, o la cultura misma, a examen. En ese sentido, es alarmante que la única revista de humor relevante sea El Jueves. No porque sea mala, sino porque su estructura parece estar articulada en base a nichos concretos y no bajo una idea general, salvo en las páginas de actualidad que son las que, en definitiva, justifican su cadencia semanal.

JÓNATAN SARK: Es que El Jueves tiene una prioridad en estos momentos: Sobrevivir. Y lo que se ha intentado desde el humor ha sido casi siempre más tratando de ridiculizar y humillar, con unos sarcasmos muy burdos, ya sabes La fiera literaria, Mal-Herido y sus mariachis.

CARLOS ACEVEDO: Quizás es que estoy realmente obsesionado con el tema del humor. Aterrado ante esa idea que sostiene que la cultura ha de ser frecuentada como se frecuenta una misa, desde el silencio y el decoro, esperando a que algo te ilumine y/o te absuelva de todos tus pecados. Lo que más me obsesiona, de hecho, es que todas las grandes obras y autores del canon tienen momentos de humor. Desde Shakespeare y Cervantes, pasando por Sterne, Baudelaire… Las vanguardias eran, en gran medida, y por mucho que le pesara a Breton y a los futuristas, una gran humorada. Un chotearse de todo hasta que las velas no ardan. En gran parte, creo que una de las razones porque no es posible la crítica es porque la cultura se entiende como una homilía y no como una fiesta. ¿Me estoy repitiendo demasiado, verdad?

JÓNATAN SARK: Pues anda que yo. El problema en parte es esa seriedad, sí, pero es una seriedad que surge de algo muy concreto: Surge de la concepción de unos como Negocio y de otros como Arte. De hecho: Arte. De modo que un crítico que desdramatice parece que sólo podrá hacerlo para cargarse una obra, nunca para ofrecer otras ideas. Pero fíjate en lo que nos ha pasado a nosotros. Pese al sano cachondeo reinante en muchos momentos de esta charla nos hemos puesto o hemos trazado unos panoramas como para saltar de un puente las veces que haga falta. Decía Jardiel que la vida es tan amarga que abre a diario las ganas de comer, así que imagino que es un problema de la Cosa Cultural que es algo tan revuelto que las quita.

CARLOS ACEVEDO: Ah, igual deberíamos hacer una entrega extra dentro de unas semanas. Una entrega donde analizar por qué esto, que en principio quería ser algo divertido, acabó siendo un lamento extremadamente largo.

LdN | 26 de agosto de 2011

Comentarios

  1. sigfrido
    2011-08-26 12:00

    ja ja.. desde luego que tienen que hacer una entrega extra!!


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