El 11 de cada mes es la cita con la historia, o mejor, con sus máscaras. Tal como Jorge III observa al pequeño Napoleón en la ilustración de la cabecera, Julio Tovar —cuya única religión es el culto a Clío— , cogerá su microscopio para radiografiar el pasado, capa por capa, y diagnosticar los cambios en esos bichillos tan entrañables llamados hombres.
El historiador y politólogo Gaddis, que fuera consejero áureo de la Casa Blanca, puso como portada de sus lecciones sobre Clío el célebre cuadro de Friedrich donde se muestra al poeta ante el acantilado.
Esta metáfora visual, hilada con afecto y tino, es para el autor el horizonte al que se enfrenta el historiador con el pasado. No supone, entonces, la recolección de datos jerárquicos, conclusos, con límites (más en sociedades no racionalistas…), sino el enfrentamiento al vasto panorama de un marea de informaciones en las que la bruma hace imposible centrarse en los detalles.
La idea no es falaz: recoge el concepto implícito de la historia simplemente como artesanía. Y la artesanía es lo contrario a la manufactura, a las líneas racionales de producción en base a un esquema; al logos.
Cuando Gaddis recoge la quiebra de la historia, ejerce de enterrador del mundo de los grandes paradigmas occidentales: la crisis de la dialéctica histórica y la muerte fáctica del progreso predictivo. Poner, en fin, el último clavo en el ataúd de Hegel. La dialéctica del filósofo alemán cambió el timón predictivo de Dios al progreso: esta vez el hombre puede controlar y prever su futuro. Marx como hijo no deseado llegará a vislumbrar la metodología de la gran emancipación; Lenin, el plan de acción.
En 1989 todos esos paradigmas, cúspide del positivismo (porque la Ilustración fue siempre progreso), fallecieron con los últimos piquetes del Muro de Berlín. Quedaban fuera las utopías del progreso, los estados colmena, dando paso a la vuelta del mito como vertebrador de la sociedad. La infame, decía Voltaire, regresa del pasado para destruir el futuro: el año 2000. “No hay futuro” berreaba Johnny Rotten, casi 10 años antes…
Con la quiebra de las grandes teorías, con la conversión de las Facultades de Ciencias Sociales en clubes del nuevo opio (las drogas y la religión siempre unidas), el investigador social es un remero con los ojos vendados que avanza en un mar que no conoce.
¿Es el fin? Más bien, es sólo un bache: nunca el investigador social ha tenido instrumentos de tal sofisticación para recoger los datos y articular sus hipótesis. ¡Qué habría hecho Von Ranke de haber nacido en estos tiempos! Más aún, con la quiebra de los modelos, los historiadores se han convertido en maestros de los ejemplos, de las excepciones. Se estudian éstas como ejemplos de aquello que puede repetirse en un futuro, se concretan formas, se recogen informaciones y se preparan nuevas teorías… que serán ya para siempre falibles, si creemos a Karl Popper.
Esta columna quiere recoger este espíritu y ofrecer una pequeña exploración con la linterna en la cueva del ayer. No de “nuestro pasado”, o “nuestras raíces”, sino de la visión meramente funcional de los tiempos pasados, ejemplo positivo de los errores humanos y construcción en permanente y necesaria renovación.
Afirma Huysmans en su seminal À Rebours que todo hombre cultivado ha tenido alguna vez nostalgia por vivir en el pasado. Más aún, el pasado es un horizonte estable e inerte, más a medida que el reloj avanza de manera inversa. El concepto de cambio, aceptado en occidente desde el siglo XV, es desconocido para sociedades cuyo motor no es el progreso.
¿Y cuál es el interés de la historia? ¿Cuál su objeto? Simplemente la variación, el proceso por el cual nosotros somos diferentes a aquellos que nos preceden. ¿Quién no se ha sentido fascinado alguna vez al ver las fotos de su grupo favorito? De cómo cambian su vestimenta, sus peinados e incluso su música en apenas dos o tres años. Este proceso traspasado a centurias, milenios y de lo visual a todos los ámbitos es simplemente lo que estudiamos: oteando el horizonte y comprobando el movimiento del firmamento.
Y, tal como el Capitán Féraud ve un rayo de luz en la tormenta en Los Duelistas de Ridley Scott, el investigador encontrará su quimera.
BIBLIOGRAFÍA
BUENO, G. , El individuo en la Historia (Comentario a un Texto de Aristóteles), Oviedo, Imprenta Cabal, 1980
GADDIS, L. J. , El paisaje de la historia. Cómo los historiadores representan el pasado, Barcelona, Anagrama, 2004
HERNÁNDEZ SANDOICA, E. Tendencias Historiográficas Actuales, Madrid, Akal, 2004
2011-03-11 11:54
Mis felicitaciones por el arranque y entusiastas espectativas por el porvenir de tu columna.
2011-03-14 12:53
Se agradece que surja una columna de estas características. Creo que el valor social de la historia está más en la capacidad de hacer reflexionar sobre el pasado para preparar un proyecto de futuro, que en la simple narración/explicación de los hechos. Esto, que parece una tautología, queda absolutamente olvidado en los actuales planes de estudio tanto en la educación secundaria como en la propia universidad, sobretodo desde algunas cátedras que proclaman las nuevas formas de hacer una historia totalmente vacía, centrada en el estudio del detalle más que en los grandes problemas y procesos. Eso sí, todo justificado desde un nominalismo perfectamente adornado, pero absolutamente vacío
Estoy seguro además, que dará lugar a interesantes debates.
Aprovecho para sugerir un de libro más a la bibliografía:
FONTANA, Josep; Análisis del Pasado y Proyecto Social. Barcelona, Crítica 1999.