El 11 de cada mes es la cita con la historia, o mejor, con sus máscaras. Tal como Jorge III observa al pequeño Napoleón en la ilustración de la cabecera, Julio Tovar —cuya única religión es el culto a Clío— , cogerá su microscopio para radiografiar el pasado, capa por capa, y diagnosticar los cambios en esos bichillos tan entrañables llamados hombres.
“El río Mississippi, en el espacio de más de mil leguas, fertiliza una deliciosa comarca, que los habitantes de los Estados Unidos llaman el nuevo Edén, y á la que han conservado los franceses el dulce nombre Luisiana.”
CHATEAUBRIAND, F. R. , Atala, Valencia, Mallen y Sobrinos, 1833, pág. 2
En medio de la parroquia de San Bernardo, en Nueva Orleans, se encuentra una pequeña iglesia católica de tipo colonial, con un blanco que contrasta de manera clara con la naturaleza indómita del territorio. La Iglesia, establecida en 1785, ha sobrevivido a un incendio a inicios del siglo XX y, más recientemente, a las inundaciones del Huracán Katrina para el 2005. Una pequeña Iglesia Católica en un territorio lejano a la frontera con México, y que consagró hace poco una estatua a San Bernardo, su patrón, cosa no poco extraña en un país cuyos padres fundadores son los puritanos del Mayflower.
Pero, ¿por qué erigir una estatua a San Bernardo? ¿Por qué precisamente ese santo? Es, claro, un justo homenaje al santo que da nombre al gran héroe que con su ambición salvó Luisiana de los británicos: Bernardo de Gálvez. Hombre afanoso, es otro de los “capitanes intrépidos” que dominaron el reinado de Carlos III (1759 – 1788) y que permitieron, gracias a sus acciones, mantener las siempre móviles fronteras americanas. Afirma José María Luis Mora, hombre del primer liberalismo americano, sobre él:
“…tenía presencia noble y gallarda, un carácter afable, comedido y franco, y modales caballerescos; en suma le favorecía la reunión de aquellas prendas que forman un hombre popular.”
Bernardo había nacido en Macharaviaya, pueblo de montaña de Málaga donde residía su linaje: los Gálvez. Esta familia aparece en la historia vinculada al proyecto de ultramar de Carlos III, y cuenta con Antonio de Gálvez (1728 – 1792) como primer eslabón de una cadena de militares andaluces destinados a la gobernación de las indias y territorios extra peninsulares. Dos de sus hijos, Matías de Gálvez y José de Gálvez, acabarán implicados en la administración indiana. El primero, favorecido por el acceso a Carlos III del segundo —Secretario de Indias—, conseguirá el puesto de Presidente de la Real Audiencia de Guatemala. Dice López-Carrión:
“Es una familia que está íntimamente interrelacionada, y en la que destaca José por su especial relación con el poder central de la corte y el Consejo de Indias en particular (…) la familia Gálvez son hombres de Estado.”
Matías no sería otro, entonces, que el padre de Bernardo de Gálvez, que, a diferencia de los estudios en leyes de su padre y su tío, había empezado muy joven en la carrera militar, vinculado a la guerra contra Portugal, en el marco de la guerra de los siete años (1756 – 1763). Esta guerra, verdadera piedra de toque del dominio continental británico en las centurias siguientes, supuso para España la pérdida de Florida como compensación por la rápida y eficaz conquista inglesa de la Habana para 1762. Francia, que había instigado la entrada de la guerra de España, compensó a su aliada con Luisiana a través del Tratado de Fontainebleau. ¿Era una consecuencia de la guerra o una compensación por la entrada?
Más bien, una aceptación de lo imposible de mantener un entramado colonial por parte de los franceses: del 59 al 60 habían perdido su joya norteamericana, Quebec. A lo largo de la década de los 60, la transición de la administración francesa a la española se hará poco a poco, con ciertos conflictos, y con los británicos más cerca que nunca en la frontera con Florida. Los propios criollos franceses expulsarán al primer gobernador español, Antonio de Ulloa, para 1766, sustituyéndole el mucho más asertivo Alejandro O’Reilly para finales de década. Detrás de los roces culturales, los viejos colonos franceses contra la administración española, se encontraba también una polémica económica sobre el comercio en los puertos de Luisiana, que Ulloa intentó constreñir sin éxito. La economía, y con ella la política, será resuelta con las acciones de O’Reilly, según reconstruye Armillás:
“…La situación (…) desembocó en la salida forzada del gobernador Ulloa, la conservación del status quo previo en manos de los oficiales franceses, y la expedición militar del general O’Reilly quién normalizó la situación, recibiendo el mando efectivo de la Luisiana el 18 de agosto de 1769. O’Reilly (…) supo combinar la dureza en represalias muy selectivas contra los cabecillas del levantamiento con la proclamación de un indulto generalizado, el diseño de una mínima infraestructura administrativa (…), la preocupación por la recuperación de la vida económica.”
Bernardo de Gálvez está ya en las nuevas y desdibujadas fronteras de Nueva España para 1762 como capitán del ejército real. Al oeste, se encuentra con las todavía débiles colonias tejanas, donde combatirá a los apaches de 1769 a 1771. Tomará de los colonos franceses la negociación con los indígenas en el norte, originada con el comercio de pieles, de los que dirá posteriormente: “el Rey los mantendrá muy contenidos por diez años con lo que ahora gasta en un año haciendo guerra contra ellos.”
Al este del Mississippi, se encontraba tanto la recién establecida Florida inglesa (con su parte oeste y la peninsular) y la difusa frontera de los indígenas, ya colonizada de facto por los colonos norteamericanos. La situación, inestable, hará decir a Gálvez sobre Luisiana según cita su secretario Francisco de Saavedra:
“Aquella provincia forma el antemural de nuestro reino de México contra los anglo-americanos que en algún día nos darán que hacer y que sublevada serían inconquistable.”
El amigo americano
Los estadounidenses, en estos inicios de la década de los 70, comienzan sus conflictos con la corona británica que llevarían a la guerra de independencia. Del 73 al 74 se suceden las leyes intolerables (que gravaban el comercio, acuartelaban tropas, y limitaban la soberanía americana) y el motín del Té. Hasta el 76, con la declaración de la independencia, los combates van a ser locales, poco decisivos, hasta que Saratoga consolide la posición de los estadounidenses. Ahora bien, el sur de las trece colonias dependía no sólo de la alianza con Francia —conseguida un año más tarde— sino también del apoyo español. Afirmaba el propio Washington:
“Temo que la armada británica tiene mucho poder para contratacar los planes de Francia (…) los ingleses son muy superiores a los franceses por mar…y continuarán así al menos que España se interponga.”
Es la hora de Gálvez, que en 1776 es coronel del regimiento de Luisiana, y contaba con la amistad de Oliver Pollock, agente y espía de Virginia. El propio Gálvez establecerá su posición en la colonia al tomar como esposa a Marie Felice de Saint-Maxen Estrehan, hija de criollos franceses. Este acercamiento se llegará, incluso, a concretar con tentativas a la larga infructuosas de reimplantar la esclavitud en la colonia, algo preferido por los viejos colonos franceses.
Con la ayuda de Pollock, Gálvez pudo establecer un sistema de información con los patriotas americanos, financiado por fondos del gobernador de la Habana. Obtendrá, así, una imagen clara de las debilidades en las fortalezas de la Florida y los planes británicos para Luisiana. En esta situación, buscó la alianza con los llamados por él “americanos británicos” para consolidar su posición en una futura guerra. Llegó, incluso, a realizar contrabando en favor de los colonos, llevando ganado tejano a los rebeldes en Filadelfia o a través de subastas públicas de víveres que permitieron abastecer las ciudades americanas del bloqueo británico.
Las fortalezas de Manchac y Natchez, abandonadas en los 60, volverán a ser rearmadas por los británicos de manera preventiva a finales de los 70. Gálvez se adelantó siempre a la iniciativa colonial de la Corona, timorata en este conflicto, y obtuvo información de las malas defensas en Panzacola. Por otra parte, los indios no intervendrán en el conflicto, asegurando una guerra prístina entre poderes coloniales.
La conquista
En 1777 se suceden el affair Dickinson y Stephenson y la captura de un corsario británico del San Pedro Thelmo con el objeto de extorsionar a la comandancia de Nueva Orleans: son pequeños síntomas de respuesta a las negociaciones pseudo-secretas del 75 al 77 entre la Monarquía Hispánica y el Congreso Continental americano. En 1777 la guerra, dominada por los británicos, tiene el cambio de rumbo en Saratoga que provocará la intervención francesa. La consecuencia directa, poco después, será la declaración de guerra de España al Reino Unido el 21 de Junio de 1779.
Gálvez, el día 25, intercepta una carta de John Campbell —general británico de gran prestigio— donde se hace patente el plan de atacar Nueva Orleans. Es el tiempo para que por su propia ambición comience su gran campaña con “menos de 700 hombres de varias naciones y colores, seis cañones, y un solo oficial de artillería”. Las plazas fronterizas de Baton Rouge, Natchez y Manchac caerán a lo largo de este año, gracias a la batalla de Baton Rouge (21 de septiembre), y su tropa se reforzará con un regimiento de tropas españolas enviado desde la Habana, de la que depende militarmente Luisiana.
Quedaba Mauvila (Mobile) como puerta de acceso a la Florida peninsular y la última posición de los británicos. Una campaña sin apenas fuerzas, casi destinada a perderse, en un territorio hostil, pero que pudo llevar a cabo. Dice Andrés Cavo:
“Allí luchó un mes continuo con las tempestades demasiado comunes en este clima, que maltrataron en gran parte sus buques, y lanzaron en las playas ochocientos hombres que perdieron sus armas, vestidos, y demás útiles, quedando sin ninguna clase de recursos. Los Españoles sufrieron este azar con un valor estoico, y que es ordinario en ellos; perdióse la mayor parte de la artillería; pero Gálvez hizo construir con los fragmentos de sus buques destrozados escalas de asalto, y se preparó para tomar la Movila por medio de esta desesperada tentativa.”
Charlotte era una fortaleza que vigilaba Nueva Orleans, y marcaba el paso a Mauvila. Con inferioridad en número, Gálvez pudo tomar la plaza a través de un duro asedio de febrero a marzo de 1780. Con no más de 1091 hombres, será magnánimo con una capitulación honrosa para los británicos (cuya guarnición, intacta, enviará a la Habana). Sólo resistiría la capital de la Florida peninsular, Panzacola (Pensacola), última gran posesión continental en la zona con la que contaba el Reino Unido, y que será el objeto de sus campañas en primavera de 1781. Para esta campaña Gálvez reclutó un ejército de 7000 a 9000 hombres multirracial, que tenía tanto colonos franceses como negros, indios o mestizos. Sobre la campaña nos comenta Saavedra:
“Don Bernardo de Gálvez pretendía llevar a Panzacola fuerza bastante para no arriesgar el éxito de una expedición que iba a decidir de su fortuna y de su fama, que tenía en expectativa a sus protectores y sus émulos.”
En esta ocasión, la única de la guerra, los británicos tenían un número inferior de soldados, pero la fortaleza de Panzacola, titulada Fort George, y una estimable colocación de la artillería impedían una rápida campaña. La toma previa del fuerte británico en Santa Rosa permitía el acceso a la bahía, pero era una acción realmente arriesgada. Aún con estos inconvenientes para Gálvez la movilidad era esencial según cita su secretario:
“Él conocía mejor que yo la insuficiencia de sus medios; pero no se atrevía a pedir más tropa por no dilatar la salida de la expedición; yo quedé en agenciarse después de su salida algunos refuerzos de gente y bajeles de guerra, especialmente si se llegaba a traslucir que los ingleses enviasen socorro a la Plaza.”
El jefe de las naves españolas, José Calvo Irazábal, intentó disuadir en principio de entrar a la Bahía de Panzacola por temor a las bajas que provocaría la artillería británica, pero Gálvez hizo el gesto, y armado de valor comandó un pequeño bergantín según describe Saavedra:
“…Bernardo de Gálvez sin dar parte a nadie de su resolución se embarcó en un bergantín corsario de Nueva Orleans llamado el “Gálvez-town”, enarboló la bandera de Comandante se hizo a la vela, y entró en el puerto pasando sin lesión alguna por medio el continuo fuego que le hizo la batería de las Barrancas. Inmediatamente imitaron su ejemplo las fragatas y los demás buques de guerra y transporte logrando todos meterse en el puerto sin que de más de 400 cañonazos tirados por el enemigo resultase avería de consideración ni desgracia alguna notable.”
No sólo sobrevivió a su heroicidad: llevó a que varias fragatas españolas siguieran su ejemplo. Esta valentía quedó asegurada para la posteridad con la concesión de la divisa “Yo solo” en su escudo. Calvo, que sólo se encargó de la asistencia de la expedición, volvió a la Habana poco después: la fortuna sólo sonríe a los audaces.
La toma de Panzacola todavía se retrasaría bastantes días, con un asedio duro, a lo largo de marzo y abril, con cientos de ingenieros y baterías preparando un posible asalto mientras recibían fuego británico constante. Para inicios de abril, una flota de refuerzo –que en principio fue confundida por una fragata británica- aumentará el número de hombres hasta los 8000. El 12 de abril Gálvez sería herido por el fuego enemigo, y el asalto recaería en el coronel José de Ezpeleta. Será el 30 de abril, en la frontera con mayo, cuando las baterías españolas comiencen su difícil asalto final contra los fuertes de Panzacola.
A ello se unieron las tormentas propias del territorio, las cuales dominarán las primeras semanas de mayo, y obligaron a la armada española a retirarse. Como homenaje a la resistencia en las trincheras, que llegaron a desbordarse por la lluvia, Gálvez ofreció botellas de brandi a todos los militares en el fango. La situación, extrema, se resolverá con estallido de un polvorín el 8 de mayo en un fuerte aledaño, que permitirá abrir brecha a las tropas de infantería ligera comandadas por Ezpeleta. Casi tres meses de asedio tuvieron su éxito y obtuvieron la gloria final de Gálvez: la toma de Panzacola y la expulsión británica completa de la Florida.
Efímero éxito
El 10 de mayo de 1781 se firmó la capitulación que permitió repatriar a los más de 1000 soldados británicos de la guarnición de Panzacola, y que fueron intercambiados por prisioneros españoles (este gesto magnánimo fue algo criticado por los estadounidenses). Se tomó también un importante botín de guerra, mucho material bélico y se reforzaron las posiciones ya fuertes de Panzacola y Santa Rosa, evitando futuros conflictos desiguales con el siempre presente enemigo inglés.
La paz de París de 1783, que reconocía la independencia de EEUU, aseguró Menorca y las dos Floridas para España. Washington, consciente de la ayuda indirecta de esta guerra —que impidió el plan tenaza británico en el sur estadounidense— tuvo a su diestra a Bernardo de Gálvez en la parada del 4 de julio.
Gálvez, por parte de España, sería nombrado teniente general y gobernador de la Florida y Luisiana ese mismo año. Su expedición a Jamaica, que pretendía expulsar para siempre a los británicos del Caribe, quedó inconclusa ante las negociaciones de paz. Poco después sería nombrado conde por Carlos III, y luego de un viaje efímero a Europa, retornaría a América para ser gobernador capitán general de Cuba y conseguir en 1785 el mayor éxito en su carrera: Virrey de la Nueva España. Su gobierno será pequeño en el tiempo, hasta 1786, debido a su fallecimiento por causas naturales el día 30 de noviembre.
Este gobierno, de apenas un año, no le distrajo de establecer una gran batería de reformas ilustradas, muy basadas en las de su protector Carlos III, que pretendían promover la ciencia, las infraestructuras y la autonomía de las provincias norteamericanas de España. Ocupado también por las hambrunas del año 85, llegó a donar parte de su herencia para combatirlas. Cavo dejará testimonio de su éxito social en México en esta colorida estampa:
“Su aire galante, festivo y caballeroso, no menos que el de su esposa, joven hermosa á par que amable, le atraían una benevolencia general é ilimitada. Al presentarse al público en un quitrín manejando por sí mismo los caballos, llevando á su esposa al lado, se poblaba del viento de repetidas y festivas aclamaciones; quizá el Monarca de las Españas si hubiera recorrido la plaza de toros de México no habría recibido iguales aplausos.”
Bibliografía
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2012-06-12 11:28
Al oeste, se encuentra con las todavía débiles colonias tejanas, donde combatirá a los apaches de 1769 a 1771
De débiles nada, joven. Ahí estaba batiéndose el cobre la caballería pesada de Nueva España, unos tíos con los cojones de acero sobre los que un humilde servidor ha escrito algo: aquí y aquí. Y lo que te rondaré, morena.
Por lo demás, articulazo; sí, señor.