Libro de notas

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La trituradora porcentual por Manuel Ortiz

Desde que Francis Fukuyama predijera el fin de la Historia hasta que Pedro Solbes descubriese el impacto de la desaceleración económica el día en que Zapatero decidió congelarle el sueldo, no ha pasado casi nada. Y lo que ha pasado, apenas tiene importancia. Bienvenidos a la Era de la Poseconomía Ignorante. El periodista y profesor Manuel Ortiz, autor de la bitácora Apuntes de bolsillo, publica una reseña pseudoeconómica todos los días 14 de cada mes.

La Europa de los desencuentros

No parece que los ciudadanos de la Europa comunitaria vayan a ver muy alteradas sus vidas tras los comicios del pasado domingo. Al fin y al cabo, siguen y seguirán viviendo sus vidas, sus amores y sus odios, sus trabajos y sus desempleos, gracias a su devenir particular y cotidiano. Veremos al vecino de enfrente comprarse un coche nuevo, y al de dos calles más allá haciendo la mudanza para irse a vivir a otro barrio más barato, probablemente para compartir piso o apartamento con sus alegres amigos divorciados. Decía Paul Valéry que “la política fue en un principio el arte de impedir a la gente meterse en lo que le importaba. Pero en una época posterior se le agregó el arte de comprometer a la gente en el arte de decidir sobre lo que no entiende”. Desde luego, achacarán estos unos y esos otros lo que les acontece sin fijarse demasiado en que gran parte de eso que les está ocurriendo sucede precisamente por sobrevenir circunstancias que ellos no han creado y que, por tanto, no entienden.

Definitivamente, la política es algo que les ha dejado de interesar. O, más bien, un estorbo, por el incordio que supone mantener económicamente a esos políticos a quienes ya desprecian abiertamente y sin tapujos. Y en cuanto a los vecinos, qué más da si a uno le desahucian o si el otro se compra un 4×4 y se despeña mañana por un barranco en un acantilado de Mallorca; bastante tengo yo con poder pagar al día siguiente la hipoteca y hacer de mi familia mi propio club privado. El té y el café se seguirán sirviendo en mesas aparte, en familias aparte. Igual que el voto, que aquí votamos los de casa, y no todos. Y dentro de los de casa, votan los que creen que atravesamos por una época difícil, sí, pero coyuntural, que pasará como pasan hasta los peores inviernos. Lástima que nadie quiera hacerse responsable del cambio climático, ni de su propio fracaso como conductor de una fenomenología que nos ha llevado a esto. Lástima que la responsable última del actual desastre económico sea esa sociedad desquiciada por su tremenda flexibilidad, que permite acudir a las urnas a los de fuera y hasta concederles créditos en igualdad de condiciones que a nosotros. La basura siempre la arrojan otros, está fuera de casa. La basura siempre proviene del Magreb o de la India, de Rumanía o de Bulgaria, donde todavía permanecen sus pasmados habitantes en el circo de Taras Bulba, el famoso domador de leones, igual que hace cuarenta y cinco años, matando las cucarachas a machetazos.

La Unión Europea, construida a toda prisa en los últimos años, es la que está fundamentalmente en crisis y no, como se ha querido ver, son los partidos los causantes de ella ―que también― quienes con sus subidas o bajadas en el recuento de votos apenas pueden obviar la música sinfónica de fondo: su fracaso como entidad plurinacional, su incapacidad para llegar a acuerdos importantes, a lazos que de verdad supongan un nivel de acercamiento que no haya sido la convergencia en el euro, una moneda que ha servido para hacer más visibles las tremendas diferencias que siguen existiendo entre unos y otros. El rapto de Europa es hoy el rapto del mercado. Y rapto ha de ser y seguir siendo porque a nadie enamora esta moneda de juguete que nos ha convertido de repente en impúberes jugando al Monopoly, ese juego al que se refería seguramente Valéry sin saberlo y que todavía nadie entiende porque nadie es capaz de fijar al fin sus reglas. Ya lo intentaron, y a la vista están los resultados. Pregunten si no a los irlandeses.

Así, esta Europa de múltiples velocidades se ha ido convirtiendo poco a poco en la Europa del mercado, y atrapada está por él. Jamás ha sido tampoco la Europa de los pueblos, como se nos quiso también hacer creer en un principio, y eso que sonaba bonito, sino la Europa de las naciones, la Europa de los Estados, que es algo muy diferente y más prosaico, y que desde el domingo pasado podemos ver todavía con mayor claridad.

Sí, vemos a los amsterdaneses, subidos en la bicicleta todo el día, como mejores exponentes de la que puede ser el ritmo de una ciudad más ecológica. Pero no deja de ser una aparición testimonial. El resto está por hacer. Y seguramente los holandeses estén ya cansados de soltar dinero para los fondos estructurales de muchos otros países de la Unión. Como lo deben de estar igualmente los alemanes de la Merkel, que bastante tuvieron con la colosal tarea de nada menos que engullir a otro país, la Alemania del Este. Hoy Europa, frente a la crisis, vuelve a ser la Europa del mercado, y del mercado y su balanza es donde se vuelve a vigilar con extrema vigilancia una patata mal medida en una báscula.

¿Y el Parlamento? ¿Qué opinión tienen los europeos del Parlamento? No hay grandes encuestas públicas al respecto, pero no parece probable que se tenga mucha fe en él. Ni en el resto de las organizaciones que lo aglutinan. Hay una gran desinformación al respecto, que se trata de paliar precisamente en los tiempos de campaña electoral. Apenas las noticias que de él emanan tienen una pequeña trascendencia, como la posibilidad de aumentar la jornada laboral que ―ésta sí― alcanzó un gran revuelo. Por lo demás, se tiene mayoritariamente la idea de que es una institución plagada de burócratas cuyo fin último apenas se conoce o se atisba a conocer de tan poco clara que es su expliación. Y con este equipaje no se puede realizar viaje alguno. Se aceptaron mal las nuevas incorporaciones. Y hoy nos topamos con una Europa no de dos sino de múltiples velocidades. Sólo así se explica el constante flujo de personas que siguen escapando de sus respectivos países para tratar de instalarse en la Europa de los ricos, ahora ya no tan rica ni tan sabrosa, que ―como dije al principio― “primero hemos de dar de comer a los nuestros”. Se aceptaron mal las nuevas incorporaciones, y no es de extrañar. En los pasados días de vino y rosas todo iba bien, cualquier país podía entrar alegremente en el club de los elegidos. Y ahora estamos pagando las consecuencias. Lo que al principio se miraba con lupa, hoy se observa desde el telescopio.

Y así, no se ha trabajado conjuntamente frente a la crisis. La falta de una política común ―fíjense, por ejemplo, en las agrias cuestiones agrarias o derivadas de la pesca―, de un proyecto mínimamente común, ha ido encastillando nuevamente poco a poco a los diversos Estados, porque todos han vuelto a sentirse más Estados que nunca. Gustosos estarían muchos si volviéramos a los viejos pasaportes y a la primitiva moneda de origen de apenas hace unos años.

En este contexto, y en la idea de que a río revuelto ganacia de la derecha ―incomprensible pero cierta máxima― se ha configurado la Europa que hoy nos acoge. La derecha se ha impuesto en Bruselas. La misma derecha que ha ido destrozando el sistema financiero es, por mor de la ciudadanía, la que ahora tiene la principal misión de sacarnos del atolladero. Es una contradicción tan estúpida que movería a la risa si no fuera porque vemos a nuestro vecino, y a tantos otros vecinos, ir haciendo la mudanza para cambiarse a vivir a pisos más sencillos, cuando no a centros de acogida social. Es en este mismo contexto donde los hijos oyen quejarse a sus padres ―pensando más bien con los pies que con la cabeza― de que la culpa de todo la tienen los extranjeros, estos nuevos e indeseables invasores que quieren atolondrarnos con su manera de ser, de vestir y de rezar, y que ocupan nuestros puestos de trabajo. Esos puestos de trabajo a los que nosotros, por otra parte, ya no queremos acceder ni en nuestra peores pesadillas.

No se trata ya de analizar las causas del error; por el contrario, lo que bien podría hacerse ahora es intentar enmendar los fallos perpetrados hasta la fecha. Pero estén seguros de que esto no se hará. Hemos puesto en marcha una maquinaria demasiado pesada, un acelerador de partículas tan poderoso que ya no hay quien lo pare por muchas complicaciones técnicas que pueda tener. Quienes esperamos una Europa más allá de Eurovisión y más comprometida por alcanzar una entidad verdaderamente supranacional, solidaria, cargada de proyectos avanzados ―ni siquiera quiero emplear la palabra ‘progresista’― podemos esperar sentados. ¿Y hay quien se sorprende todavía de la fuerte abstención electoral? ¡Bendito, que es usted un bendito!

Manuel Ortiz | 14 de junio de 2009

Comentarios

  1. Marcos
    2009-06-14 12:43

    Gran artículo, Manuel. Y me entristece decirlo porque está lleno de fracaso y pesimismo, pero es que creo que las últimas elecciones no pueden ser leídas más que como la confirmación del desencanto. Resignación. Haría falta una figura que diese un vuelco, alguien con ideas y que sepa transmitir la importancia de Europa, y sepa llevarlas a cabo, o intentarlo.

    Saludos

  2. Marga V.
    2009-06-14 21:55

    Pues yo pienso que los partidos sí tienen que ver mucho con la crisis de Europa. Seguramente no de una forma directa e inmediata, pero son los partidos quienes se han adueñado de la acción política en los estados, en los estados miembros, y quienes han ido construyendo Europa de espaldas a los europeos, al servicio de las corporaciones y sus intereses. De lo que se juega en nuestros estados aún nos enteramos, pero de lo que acontece en Europa, nos enteramos SIEMPRE TARDE y mal.

  3. NLG
    2009-06-15 13:06

    A mí me da la impresión de que usted toca el tema de refilón, como evitando mancharse (o mojarse) con el asunto. Cavila y hace aspavientos con ideas que son estrictamente personales y lanza piedras para después esconder la mano cuando el asunto es, por desgracia, prioritario. Habla usted de algo que ES un problema, aunque no se quiere reconocer: la inmigración. Se nos vendió un proyecto interesante hace ya unos cuantos años: una Europa fuerte y constructiva, una Europa con libertad para poder moverse en busca de aquello que se busca, una Europa basada en los valores de la cultura y el progreso, aunque nunca dijeron hacia dónde progresa. Observo mi país, España, y no veo movimiento europeo, sino todo lo contrario, millones de no-europeos (sí, millones) son practicamente invitados a ser españoles con tal de entrar en la dinámica de trabajar en la precariedad, una multiculturalidad falaz que pretenden que aprendamos de personas que apenas escriben correctamente. No son europeos, pero un ingenioso giro de cintura de algún político (y no miro a nadie …) los convierte en tales.

    Sin ser santo de mi devoción, créame usted, he de parafrasear al tan denostado il Cavaliere cuando dijo “la permisiva España” porque lo considero un juicio muy agudo. España es absolutamente permisiva y utiliza como moneda de cambio algo tan peligroso como la nacionalidad y, por supuesto, siempre se quiere poner la medalla. Demagogia. Resultado, no hay europeos que quieran venir a España excepto para el chiringuito, la pandereta el solecito y el olé. Entienda usted que no es una cuestión xenófoba, sino de llamar a las cosas por su nombre; y un magrebí, un sudamericano o un chino, NO son europeos, no es flujo europeo, por mucho que pretendan imponernos. Tampoco les interesa, en absoluto, el desarrollo de España, sino hacer ese dinero con el que sueñan poder formar parte del capitalismo (mal llamado democracia) y volverse al lugar del que vinieron. Para ello son capaces de tragar lo que los españoles no estamos dispuestos, por vaguería o por avance social (para cada argumento en favor de una de estas razones hay, por lo menos, otro en favor de la otra) y de echarnos en cara (jamás agradecer, excepto si se pretenden réditos con ello) algo de lo que ni uno solo de los que vivimos ahora mismo somos culpables y que ocurrió hace x años. No se ha preocupado este país de atraer próceres de la cultura ni del avance a nuestras tierras ni de proponerles condiciones de trabajo aceptablemente cómodas, sino que, por el contrario, ha buscado (o aprovechado) la oportunidad de una mano de obra a precios irrisorios que después ha pagado de manera inexplicable con una nacionalidad para granjearse el beneplácito de toda una sociedad hipócrita y temerosa de que se la califique como racista por parte de una progresía analfabeta (qué falta de criterio). Cuando las cosas han pintado mal, estos políticos que no son profesionales de nada, ha impuesto una sobreprotección (incido en el verbo y en el sustantivo) sin pensar en la discriminación que eso supone para los que sí estamos preocupados por la salud de nuestro país pero no trabajamos en el ladrillo por la razón que sea (eso es la libertad), y que siempre tiene peso.

    “Ser buenos vende”, pero el buenismo, al menos para mí, apesta. No es que no crea en un proyecto europeo, en el que sí creo. Es que los persistentes regates semántico-morales, las continuas mentiras, los engaños y la discriminación que vivo a diario han hecho que deje de creer en los políticos, me reafirmo en que no quiero ser partícipe a la hora de abonarles el terreno para que ejerciten su falacia y conviertan en humo ese proyecto de una Europa que hace valer todos esos siglos de historia, avance social y cultura que el resto, le pese a quien le pese, envidia. Ahora que en Europa, y en España, vivimos el momento de las vacas flacas no seré yo de los que huyan con el rabo entre las piernas y mascullando el mantra de “busco una vida mejor” para continuar viviendo en una nube consumista. Me quedo en mi país trabajando para volver a ponerlo en pie y ajustando mis necesidades a mis posibilidades. Lo contrario me parece cobardía, oportunismo, pancismo y algo que, para mí, es indignante: querer vivir de dar pena.

    “Ser solidario” vende, y cómo vende. Analicemos si verdaderamente somos solidarios cuando permitimos que países con menos posibilidades se queden sin mano de obra efectiva porque nuestros príncipes del ladrillo prefieren ahorrar costes. Los políticos (y también los que nos vendieron un europeísmo que ha sido mentira) son cómplices, o sea, culpables.

    Por favor, a las cosas, por su nombre.

    Un afectuoso saludo

  4. Sergio
    2009-06-15 14:56

    NLG, en parte estoy de acuerdo con sus opiniones. Importar mano de obra barata de otros países para alimentar la burbuja económica fue en mi opinión un error. Eso sí, este error fue producto de nuestra decisión consciente, consensuada e irreversible. ¿Quienes fueron los responsables?

    - En primer lugar, los empresarios que contrataron mano de obra ilegal y barata buscando el enriquecimiento rápido. – En segundo lugar, los partidos políticos que no solo no actuaron contra estos delincuentes sino que los alentaron y justificaron. – En tercer lugar, la ciudadanía que apoyó a estos partidos políticos.

    Evidentemente quienes no tienen la culpa de nada son los inmigrantes (el tema de que sean o no europeos asumo que es irrelevante), que se han limitado a aceptar los trabajos que se les ofrecieron. Solo faltaría que encima se les negasen los derechos que se conceden a los demás trabajadores o que tuviesen que pagar por la falta de planificación de los gobernantes que nosotros no ellos hemos elegido.

  5. pessoa6
    2009-06-15 18:05

    A NLG. Es Rumanía, que sí es Europa, de donde procede la mayor parte de los trabajadores involucrados en la construcción.
    En cuanto a lo de “no hay europeos que quieran venir a España excepto para el chiringuito, la pandereta el solecito y el olé” dese un paseíto por Gerona, Valencia, Alicante, Málaga o Almería y pregunte qué hace una cifra importante de profesionales que vive en esas provincias y trabajan en el centro de Europa. Muchos cogen su avión el lunes y vuelven el jueves a donde les apetece estar por las razones que ellos consideren, que no tienen por qué ser el chiringuito y el olé.
    Sobre el personaje negro, italiano para pena del país más bello de la Tierra, del que hace referencia, sólo comentar que lo que pueda venir de tipo tan torcido no se debe ni insinuar. Siempre habrá alguna intención de la que qerrá sacar dinero. No cuadra con lo que venía indicando.
    Estoy de acuerdo sobre la calidad personal de los políticos europeos. Pero no tenemos todos un poco de culpa por aguantarlos?

    Otro saludo

  6. joseluis
    2009-06-15 19:38

    Pues yo ando muy de acuerdo con el artículo de M. Ortiz, y con la nada incompatible aportación de NLG.

    Puedo aportar que varios amigos de toda confianza, profesores de instituto, están que se los llevan los demonios con tanto niño traído por sus padres a mitad del curso, por intereses de los padres, claro está, y llegada tan mal hecha que le hace perder curso y perder el tiempo a sus compañeros de clase. Hablando de buscar culpables del desbarajuste, y procurando no caer en generalizaciones (otra forma de buenismo), también son culpables los de la red de embajadas y consulados, que ni enterarse; pero a lo que iba, cualquiera sabe que aquí y en la Cochinchina, “la inmigración hace más ricos a nuestros ricos y más pobres a nuestros pobres”. La frase, desde luego que no es mía pero describe (repito que buenismos aparte) los resultados. Porque tanto inmigrante, y más entrado como turista (=sin papeles), ha provocado también, un descenso salarial, propio y de los autóctonos. (¿a lo peor se quería eso?)

    Un desbarajuste desde que Rajoy era ministro cuando Aznar, hasta Caldera con Zapatero. Después llegó la crisis y vamos hacia los 4 millones de parados. Maravilloso. Es que nuestra clase política no resuelve problemas: los crea.

    Saludos.

  7. fernando serrano
    2010-10-25 02:09

    hola manuel, me ha gustado tu articulo, y sobre todo me ha entrado curiosidad por una frase que comentas:
    “la política fue en un principio el arte de impedir a la gente meterse en lo que le importaba”, no la entiendo muy bien, tu como la entiendes, ¿que queria decir paul valery con esta frase?
    Saludos

  8. Libro de Notas
    2010-10-25 02:57

    Hola Fernando. Desgraciadamente hace ya algo más de un año que se nos murió Manuel Ortiz después de una enfermedad y ya no puede contestarte.

    Todavía tenemos la suerte de poder leer cosas suyas que fue escribiendo en los últimos años en esta columna o en otras como Apuntes de bolsillo o Las aves migratorias

    Saludos.

  9. israel pozos
    2011-11-11 03:29

    Excelente post ….me gusta mucho su blog felicidades. Salu2


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