Desde que Francis Fukuyama predijera el fin de la Historia hasta que Pedro Solbes descubriese el impacto de la desaceleración económica el día en que Zapatero decidió congelarle el sueldo, no ha pasado casi nada. Y lo que ha pasado, apenas tiene importancia. Bienvenidos a la Era de la Poseconomía Ignorante. El periodista y profesor Manuel Ortiz, autor de la bitácora Apuntes de bolsillo, publica una reseña pseudoeconómica todos los días 14 de cada mes.
Sospecho que Zapatero comienza a estar cada día más solo en su siempre bien amueblado y decorado pisito de La Moncloa. Intuyo que el aire que inhala diariamente le acompaña ya de algún otro elemento oxigenado que lo hace más saludable, confortable y duradero. El tufo monclovita se ha enrarecido demasiado en las últimas semanas y es bueno que alguien cuide por la salubridad del elemento más importante que respira el presidente: el jardín de sus delicias, el de su propia casa, siquiera ésta sea tan marcadamente temporal. Ese jardín, como muy pronto entendió González, era y es demasiado importante como para dejarlo en manos de una naturaleza contaminante que llega de las afueras de Madrid, la capital de España con el aire más deteriorado.
Zapatero, sí, se adentra en su segundo mandato dando muestras de que los fantasmas de La Moncloa perviven y persisten en el tiempo y terminan por sacudir a todo presidente, sea cual sea su nivel de resistencia o de acomodo a la arbitrariedad. Además, a partir de este momento siempre le será mucho más apto impartirse a sí mismo clases de economía. Gran parte de las lecciones se las sabe ya de corrido: buena cara al mal tiempo. En este sentido, la patata caliente que le deja Pedro Solbes no a su sucesora sino al propio presidente, es más llevadera, y casi todo va a ser resuelto o tratado de resolver a base de gasto público, que es cosa bien agradecida por el grueso del pelotón, sobre todo cuando ve que las luces de los semáforos funcionan y que de vez en cuando algún alma caritativa municipal se ocupa de tapar una acequia que invitaba al suicidio improvisado. Lástima que para llevar a cabo tan laboriosa función Solbes le haya dejado a Zapatero un caballero dotado de tan poca envergadura política, un joven que nunca dejará de sorprenderme por su impenetrable tarea por llevarse a coces con la sufrida lengua de Cervantes, en una particularísima lucha cuerpo a cuerpo en la que siempre le he visto salir extrañamente victorioso.
Tranquilo y despejado Zapatero en el cuartito de estar de La Moncloa, mientras su partenaire, varios pasillos más abajo, entona quizá algún aria de la Callas, que quién sabe qué grado de armonía puede haber en esa mansión. Tranquilo mientras sigue rodeado de mujeres, que en esto el presidente no parece tener nada de misógino, y se aferra a ellas quién sabe por qué ansia de madre consejera que le pudiera orientar en estas horas bajas y enanas. Tranquilo mientras observa los datos del paro, del IPC y valora las recomendaciones de Botín, por más que ni siquiera éste sepa tampoco emplear su inmensa fortuna en la compra de unos calcetines adecuados.
No, Zapatero no se declarará en huelga de hambre como ya ha hecho alguno, que es el colmo de la estupidez de un presidente, como lo sería que lo hiciera el Papa por falta de fieles o el mismísimo Dios por no ver después de tantos años consolidadas en las universidades de todo el mundo sus propio creacionismo. Y es que en realidad, todos los personajes históricos de cualquier época, por mucho que marcaran en su momento el paquete de la Historia se equivocaron estruendosamente. Y lo hicieron en función de la aplicación de varios criterios en los que están a punto de caer los nuevos y más jóvenes líderes mundiales actuales, que son, como todo el mundo sabe y por este mismo orden, Obama y Zapatero. Fue su intención humanizar la economía ―craso error―; de aplicar socialismos con “rostro humano” ―más de lo mismo― o de frivolizar con los dineros del Estado. No. Ni se puede ni se debe hacer tal barbaridad. Al Estado no se le puede dejar nunca jugar el papel del abuelo simpatías; el Estado debe recuperar cuanto antes su tradicional rictus amargo. Y, por favor, que ningún economista de bolsillo aparezca ahora hablando de no sé que ninjas capaces de establecer supuestos parangones con las crisis hipotecarias estadounidenses. A la economía hay que tratarla siempre con el respeto con que, por ejemplo, lo hace el señor Rajoy cuando, desde su privilegiada atalaya de fracasado se permite dar consejos a descrédito total, seguro de que nadie le hará jamás ningún caso pero de que al menos le tendrá el respeto que se le supone se le debe tener a un señor que necesita tanto maquillaje para ocultar el rubor que le produce su propio pasado.
Aborda, pues, el presidente la mar rizada de su mandato en la soledad de La Moncloa, como debe corresponder a todo presidente que se precie cuando va ya por la senda de su segundo mandato. Con más mujeres, con más obligaciones y con toda una cola enorme de parados a los que hay que darles cita para dentro de unos días, cuando menos. Pero no tiene demasiada importancia. Alguien le resolverá la papeleta. Alguien que será el de siempre: o el francés, o la alemana o el descubrimiento de una mina de pistachos de oro en Cuenca. Ahora ya apenas queda un pequeño detalle para redondear, y dentro de nada parecerá como si la crisis estuviera ya definitivamente resuelta: sólo consiste en no poner fechas al calendario. Ni mente, por favor, don José Luis, el ciclo que durará la tal crisis. Diga simplemente que está muy ocupado nombrando ministras, arreglando semáforos e incoando Expedientes de Regulación de Empleo. ¿Qué otra cosa puede hacer? Nada, lo sabe usted muy bien. Y además, de no formularlo en estos términos, acabarán por llamarle tonto hasta en los libros de Educación para la Ciudadanía que ha escrito su amigo, el profesor Marina. Y eso ya sería demasiado.
2009-04-14 13:57
Oye, vale, me lo he pasado bien leyendo y eso, en serio. Es más, estoy de acuerdo con todo o casi todo. Pero ¿y ahora qué?
2009-04-15 02:20
No sé a qué se refiere usted con ese: “¿Y ahora qué?”. Me parece que el post habla bien a las claras de lo que suele suponer el segundo mandato en la presidencia monclovita. González y Aznar atravesaron por el mismo síndrome, sólo que mientras el uno se dedicaba al cultivo de los bonsáis, el otro predicaba con conflictos armados allá donde le llevara su guía espiritual, George W. Bush. Pero todos ellos estuvieron solos al final. Zapatero también lo estará. Y yo diría, y sostengo aquí, que ya lo sabe. Y que está empezando incluso a disfrutar de esta nueva condición, no sé si maldita o inevitable.