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La trituradora porcentual por Manuel Ortiz

Desde que Francis Fukuyama predijera el fin de la Historia hasta que Pedro Solbes descubriese el impacto de la desaceleración económica el día en que Zapatero decidió congelarle el sueldo, no ha pasado casi nada. Y lo que ha pasado, apenas tiene importancia. Bienvenidos a la Era de la Poseconomía Ignorante. El periodista y profesor Manuel Ortiz, autor de la bitácora Apuntes de bolsillo, publica una reseña pseudoeconómica todos los días 14 de cada mes.

Un país de camareros

Seguramente, sí se les esperaba. Pero no estaban. En el último Foro Económico de Davos, celebrado hace unos días, 40 jefes de Estado y de Gobierno, y centenares de ministros de todo el mundo se reunían para analizar las causas y adelantar las posibles soluciones de la actual crisis económica mundial. La representación española apenas constaba de diez personas, tres más que las de Pakistán o Egipto, y dos más que la de Nigeria. Todo un indicativo del interés de España en, posiblemente, dos cosas: a) la propia crisis, o b) su miedo a hacer el ridículo. Descartando la primera opción ―se supone que España sí tiene algún interés en esta crisis―, cabe pensar que su temor a ser el hazmerreir de la cita propició que los dirigentes españoles se abstuvieran de estar presentes en tan distinguido foro. Aún así, que la representación de la undécima economía mundial, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), brillara por su ausencia resultaba más estridente que su propia presencia, aunque ésta hubiera sido de corpore in sepulto. Y no es que uno tenga la menor esperanza en que reuniones de este tipo vayan a desvelar los padecimientos de la maltrecha economía cósmica en un fin de semana en la nieve, pero no hubiera estado de más que nuestros representantes políticos y económicos se hubieran dejado ver por allí, aunque fuera solamente para degustar los platos de la cocina suiza. ¿O es que España no tenía nada que decir? Pues a lo mejor, no.

La crisis que padece España tiene unas características que la diferencian cuando menos ―nada nuevo― de la que atraviesa el resto de Europa. Durante estos mismos días, se está exponiendo en la sede del Consejo de Europa, en Bruselas, una instalación monumental del artista David Cerny, en la que se hace una caricatura de los países de la Unión. Y España aparece representada como un inmenso páramo de cemento sobre cuyo suelo transita una excavadora. Una metáfora icónica que quizá en este momento esté ya un tanto desfasada, pero que nos habla bien a las claras de la imagen que se tiene de nuestro país allende nuestras fronteras.

Desplazadas momentáneamente las excavadoras de nuestro suelo patrio ―ojo: volverán, como las oscuras golondrinas―, la economía española se lame sus heridas sin encontrar los recursos adecuados que le muestren alguna luz al final del túnel. Normal: no los tiene. Arrinconado el cemento, nos topamos con la cruda realidad: el potencial de la industria española en el ámbito mundial es irrelevante, y su presencia en el campo de la investigación y de las nuevas tecnologías (I+D+I) es, sencillamente, irrisoria. Seguimos anclados en aquel infausto pensamiento de “que inventen ellos”. Y así nos va.

De manera que, con todos mis respetos por tan digna profesión, seguimos siendo un país de camareros. Nos siguen quedando ―fíjese usted qué clase de recursos― el sol, la sangría, la paella, la siesta, los toros y las castañuelas, exactamente los mismos aditamentos gastronómico-festivos con los que contábamos hace cincuenta años, cuando el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, sacó a la calle aquella inocente pegatina que se colocaba en el cristal trasero del 600: “Sonría por favor”, para alentar al pueblo llano a ganarse al que entonces era ―y, como vemos, sigue siendo― nuestro único recurso salvador: el turismo.

Ahí sí, ahí sí que podemos estar bien orgullosos: tenemos el mejor sol de Europa, somos una potencia bronceadora de incuestionable nivel internacional. Nuestros chiringuitos de playa se han especializado en elaborar por un relativamente módico precio una de las drogas más alucinógenas que conozco: la sangría de garrafón, de comercio libre y promocionado, exento de impuestos y de tasas, droga dura y refrescante que enloquece a nuestros ya de por sí enloquecidos hooligans británicos. Esos mismos chiringuitos son capaces de ofrecer también una paella de difícil identificación para los nativos, pero que causa igualmente furor en tan ajados paladares, especialmente si se ha consumido previamente la mencionada sangría. Inevitablemente, ha de llegar después la siesta, otro gran producto nacional que ya hemos exportado con éxito a medio mundo. Lástima que el comercio de esta saludable práctica nos haya dejado cero dividendos. Y, como seguimos siendo diferentes ―y por eso no estamos en Davos―, continuamos agujereando cuadrúpedos astados con más arte y más gracejo que nadie. En España, la muerte sigue siendo un arte ―no lo olvidemos―, nunca una tragedia: Lorca era una excepción. La risa de alto decibelio, la guitarra que rasga ―más que nada ya por el cansancio de la madrugada― sus ráfagas de hispánico quejío, y esas castañuelas que, de pronto, nos despiertan de nuestra borrachera de sangre, sudor y arena, completan nuestra oferta comercial, nuestra industria más celebrada, nuestro recurso más natural, sustentando nuestro PIB y desacelerando temporalmente la inevitable cadena de parados que, nuevamente, al llegar el mes de octubre, volverán a enfilar las colas del INEM como un mal endémico para el que ni el Consejo de Europa, ni Davos, ni el FMI, ni la madre que los parió tendrán jamás remedio. No, mientras nuestros científicos estén trabajando en las mejores universidades de Estados Unidos; mucho menos mientras nuestros cerebros más audaces se sigan fugando a otros países, exactamente igual a como lo hacían hace cincuenta años.

Hemos cambiado en las formas, no en los hábitos. España sigue debiéndole al gremio de los camareros la mayor parte de su riqueza. La segunda potencia turística mundial sigue importando y exportando los mismos bienes y servicios que hace medio siglo. Con una democracia de por medio, sí, pero con una economía basada en los mismos supuestos de entonces. Sólo que ahora la competencia es mayor. Sólo que ahora sonreímos menos. Pues cuidado: no sea que volvamos a tener que poner en los cristales traseros de nuestros vehículos el mismo cartel que colocaba Fraga. Y cuidado también: porque ahora, además, nos amenaza el cambio climático. Invoquemos al dios Sol y, como siempre, salgamos de fiesta, de romería y de parranda para pedir que este verano se consuman más sangrías y más paellas, se maten más toros y se baile más flamenco que nunca. Mientras tanto, ¿se acuerda usted de Fonseca? Pues allí sigue: triste y sola, sola en la Universidad.

Manuel Ortiz | 14 de febrero de 2009

Comentarios

  1. Marcos
    2009-02-14 13:19

    Exacto, somos un país de camareros; nada o casi nada han hecho los distintos gobiernos por desatarnos de la dependencia turística, y normalmente se han dedicado a incrementar esa dependencia. Es una opción, obviamente, pero tiene sus consecuencias. Muchas.

    Saludos

  2. Maria
    2009-02-14 21:29

    ¡España y yo somos así señora! Qué cruda es la realidad a veces. ¿Quien sabe? Tal vez exista la justicia divina que ha dado a los países mediterráneos el sol y las otras ventajas de las que sacar partido, especialmente aquellos que puedan echar de menos sus, antaño, grandes imperios. Saludos

  3. El Blog Comercial
    2009-02-15 01:48

    Y que esperabais????

    Spain is different…

  4. Rosie
    2009-02-15 21:26

    La verdad es que me he pasado los ultimos años describiendo asi la situación política: el gobierno es malo y solo se salva porque la oposición es peor. Afirmación que me ha costado mas de una regañina, especialmente de amigos de izquierdas. Dejemos de lado por el momento a una oposicion sumamente inutil (al periodico del día me remito). Centremonos en el gobierno.

    Les echo una apuesta: busquen alguna medida que implique gasto y gestion por parte del ejecutivo. Se daran cuenta que no abundan, el gobierno ha sacado muchas leyes estrella, que curiosamente eran siempre a cargo de otros: matrimonio homosexual (aparte de registrar algunos matrimonios mas, nada), tabaco (los gastos a cargo de bares y restaurantes), carnet por puntos (basicamente mas trabajo para la policia y algunas multas), igualdad (a cargo de las empresas), memoria historica (chocolate del loro, cuando la cosa amenazaba algo serio se cortó por lo sano)… La única un poco compleja ha sido Dependencia, y ya sabemos que su gestión real ha sido caótica (y yo vivo en una CCAA socialista). Mención especial merece EpC, una asignatura contra la que no tengo nada en contra, aunque creo que el 5% o asi que es polemico podría haber sido consensuado. El problema que yo tengo con EpC no son los contenidos, es la supina estupidez de pensar que tal “maria” (que lo va a ser, no se engañen) sea realmente una prioridad ante los gravisimos problemas de la educación, evidenciados año tras año en el PISA y que ciertamente si que lastran nuestro futuro.

    Mientras tanto, no se ha mejorado realmente la educación, no se ha desenladrillado la economia, no se ha fomentado la I+D… Alguien puede decir que no es labor del gobierno dirigir la economia. Dirigirla no, pero tener una política economica si. Veamos por ejemplo algunas perlas: para incentivar la natalidad se hace el cheque bebe (en lugar de fomentar las guarderías para las madres trabajadoras), como se ha prometido, se reparten 400e de manera totalmente irresponsable en plena crisis, y para paliar el paro, se reparten millones a los ayuntamientos para hacer reparaciones (es como un despedido que se gasta la indemnizacion en reformar el baño).

    En resumen, he llegado a una conclusión aterradora. Tenemos un gobierno que no sabe gestionar. Y lo tendremos mientras la oposición sea tan tonta de a) estar dividida b) no tener un mensaje claro c) darle la batalla al gobierno donde este quiere: en las batallitas culturales izquierda-derecha, y no en la gestion del pais.

  5. joseluis
    2009-02-15 22:45

    Pregunto: dado somos desde hace medio siglo un país de camareros, efectivamente, ¿a santo de qué los camareros deben o debemos pagar tan numerosa clase política y funcionarial?


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