La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Charcos de mierda
Ramo de Al-Andalus, deseo de los ojos y las almas, Dios la favoreció con la mejor situación y la rodeó de ríos y jardines; sólo se ven aguas que corren en todas direcciones, sólo se oyen pájaros que cantan, sólo se huelen flores que perfuman; no poses tu mirada en nada sin decir: esto es más bello. Tiene la Albufera, que aumenta la luminosidad de València por el reflejo del sol; dicen que la luz de València supera la del resto de lugares de Al-Andalus i que su atmósfera es siempre diáfana, sin que nada turbe la mente o la vista, porque la rodean jardines y ríos y ni las huellas de las pisadas ni el soplo de los vientos levantan en sus parajes polvo que enturbie el ambiente. Su aire es sano por estar situado en el clima cuarto y le han tocado toda suerte de bondades: tiene el mar cerca y tierra amplia; a donde vayas en sus alrededores no encuentras más que lugares de diversión y recreo, y entre los más bellos y célebres están la Russafa i la almunia de Ibn Abi ‘Amir.
Al-Hijari (s. XII)
València, villa Paraíso, cuando te fijas tiene defectos:
Su exterior, todo flores; el interior, charcos de mierda.
Al-Sumaysir (mediados del s. XI)
La memoria de València es la memoria del agua. Desde Almenara a Dénia, los recuerdos afloran como afloraba el agua en su superficie, y se deslizan como los ríos que de cuando en cuando olvidaban un pedazo de tierra entre sus meandros como refugio y defensa de cuantos accedían desde el mar o de cuantos bajaban de las montañas y montículos en busca del agua y sus productos. En el principio era el agua. La más antigua de las descripciones que conservamos, escrita a finales del imperio por Avieno, pero basada en fuentes del siglo quinto antes de Cristo, es un batiburrillo de nombres de poblados íberos, tartésicos, cartagineses y griegos con tribus celtas pastoreando en las montañas ya desaparecidos o ya irreconocibles en la geografía contemporánea, con alguna excepción. Ni siquiera Valencia aparece, ni Alzira, las islas. Y todos elevados, ninguno en su planicie. No es probable que los antiguos considerasen saludables estas tierras permanentemente enfangadas, si se recuerda que la malaria, el cólera i las fiebres tifoideas ha sido endémicas hasta principios del siglo XX, y que la ciudad que controlaba el territorio era Sagunto, construida sobre un montículo que la aislaba de las llanuras insalubres. La planicie aluvial del golfo de València no fue de nadie, o mejor, se mantuvo al albur de las leyes naturales, que sometieron también a cuantos hombres se acercaron, hasta que llegaron los romanos y elevaron el concepto griego de colonia a su máxima potencialidad, pasando del aprovechamiento a la explotación. Como colonia romana fue fundada València en el 138 a.C. sobre una isla del río Tyrius, encomendada a los veteranos que lucharon con Décimo Junio Bruto, llamado Galaico por la conquista del cuadrante noroeste de la península, y abuelo del Marco Junio Bruto dramatizado por Shakespeare, que conspiró para el asesinato de César y empuñó la daga en defensa de los valores republicanos. La vía heraclea, posteriormente vía augusta, se construyó sobre la estrecha franja que, a los pies de los montículos habitados, delimitaba la tierra firme de la marjal, y atravesaba la isla del Túria que permitía vadear el río para continuar, bordeando la albufera, hasta la actual Xàtiva, la ciudad elevada que al sur controlaba la planicie. Mi abuelo materno fue colono, o masovero, en una de las alquerías de la marjal de Almenara, o cuanto quedaba de ella durante la postguerra civil. Un Bruto anarquista que defendió la república. Allí nació mi madre, y allí pasé los veranos hasta los seis años. Su mujer, mi abuela, nació en Castell de Castells, cerca de Dénia, la Sagunto del sur: un montículo bajo el Montgó rodeado por una llanura aluvial semi-inundada de características similares a la valenciana, de la que apenas quedan rastros ya en la marjal de Pego-Oliva.