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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Escrituras en verano VI

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Sobre mis actos futuros sólo tengo la certeza de que asistiré a mi muerte. Observa que a pesar de su obviedad, ese universal naufragio del mundo que se produce a millares, y en ocasiones a millones a cada instante pocas veces es señalado como un pilar de la construcción identitaria que los demás realizarán de nosotros, puesto que esa personación, cuando al fin ya sólo somos cuerpo, añadirá a nuestras vidas, ya recordadas por otros, el sentido del que carecían hasta ese momento, o cerrará los sentidos que hemos intentado tejer durante su transcurso. La muerte es el nudo que impide que el tapiz se deshilache. Benjamin entendió que toda ficción es la ficción de la búsqueda del sentido que adviene solo con la muerte del personaje, sea ésta su muerte en la ficción o el punto final de la novela, a propósito del aforismo de Heimann cuyo sentido sólo se alcanza para las vidas recordadas «Un hombre que muere a los treinta y cinco años, es, en cada punto de su vida, un hombre que muere a los treinta y cinco años.» Nuestro tiempo vital se ilumina y se solidifica a través de esa hora en que la vida nos abandona, aunque todas las horas hieran. Los que dejamos tras nosotros se preguntan por qué, por qué entonces, por qué en aquel momento, por qué esa hora, que, como todas, es la última para muchos. Querer ver en el azar y en la biología una cifra secreta de nuestro destino es inevitable para nuestras mentes fundadas sobre el símbolo y su arbitrariedad. El lector de novelas busca personas en las que pueda efectuar la lectura del sentido de la vida, y el escritor no puede dejar de proporcionarle la esperanza de calentar su vida helada al fuego de una muerte, de la que lee. Elegir el momento de la muerte es elegir el sentido de la vida, nunc hoc in marmore est incisum, ahora está grabado en mármol, el mármol del recuerdo y la trascendencia. Pero elegir tu hora es un epitafio escrito de tu propia mano, y con ello un gesto de desconfianza hacia el futuro, y el futuro es de los vivos, de tus hijos, de tus amigos… ¿Qué derecho tengo a privarles de su propia construcción del sentido de mi vida, a imponerles un momento a partir del cual seré siempre el hombre que murió cuando quiso? Cierto, siempre seré el hombre que murió en un momento dado junto a tantos otros, pero el sentido es siempre de los vivos, no de los muertos, y yo no quiero desheredar a mis hijos de esa posesión. Ya te imaginas que en caso de necesidad tengo a quien dirigirme, a quien pedir, nunca mejor dicho, un último favor, pero me parece pretencioso, y no es el modo en que quiero ser recordado: prefiero que la enfermedad se anote ese triunfo. No soy Benjamin en Portbou siendo consciente de que le alcanza el ángel de la historia, a mí sólo me está alcanzando mi propia mortalidad. Es una diferencia importante que puede aplicarse a cualquier cosa que muere: un paisaje, un país, un hombre; y de la que pocos suicidas son conscientes. Ni siquiera Benjamin, con toda su agudeza para los pequeños detalles. ¿O sí lo hizo? Ahora mismo estoy recordando… búscame la cita, es una carta a Scholem de 1933, de su segunda estancia en Ibiza… Recuerdo que dijo, a propósito de la avaricia con que los lugareños fomentaban las nuevas construcciones y la llegada de turistas, que echaba de menos las densas sombras con las que las alas de la crisis económica enterrarían en pocos años toda aquella soberbia de tenderos y veraneantes. Asegúrate de que dijo «las alas de la crisis económica». Si escribió «alas» eso debe remitir necesariamente al ángel de la historia, empujado por el viento del progreso hacia el futuro, pero cuyo rostro contempla tras de sí no una cadena de acontecimientos, sino una única catástrofe cuyos escombros se amontonan hasta el cielo, como dijo en la Tesis IX. La crisis económica trajo el fascismo y la guerra civil (esa forma de suicidio), que aparcó la avaricia de los ibicencos, y de tantos otros, hasta finales de los cincuenta. Y, más acá de la perspectiva mesiánica desde la que él escribía, ¿no te parece magnífico lo de «la soberbia de tenderos y veraneantes»? Creo que define acertadamente el colaboracionismo (y digo bien: colaboracionismo) necesario para que un país muera, aunque no sea la única causa de su muerte. Sea como sea, y esto ya lo digo retomando la perspectiva mesiánica de Benjamin, lo que el ángel de la historia contempla de nosotros son los escombros acumulados desde el siglo XIII.

Josep Izquierdo | 09 de agosto de 2013

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