La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Como a muchos de ustedes, me parece evidente que la actual voluntad del gobierno español de modificar la legislación sobre el aborto es una cortina de humo para consumo interno de sus votantes: algo legislativamente factible (y no el carajal que supondría invalidar el matrimonio homosexual, por ejemplo) y socialmente polemogénico (como las informaciones mediáticas demuestran).
Pero también creo que este humo no es una nubecilla inocua, sino un auténtico hongo radiactivo que envenenará las vidas de hombres y mujeres presentes y futuros, y la sociedad que conforman y conformarán. Dejaré de lado determinadas polémicas parciales, como la penalización del aborto en casos de malformación fetal, dando por descontado que se trata de una estrategia para que finalmente demos por buena una ley que no la incluya, pero que a cambio transforme la ley de plazos en una ley de supuestos claramente restrictiva respecto de la de 1985, y tantas otras polémicas que en estos días recorren los medios, para centrarme en lo que creo que es el nudo gordiano ideológico de la nueva ley del aborto: la utilización de la biopolítica como estrategia de control social de las mujeres.
Ese nudo gordiano se forma con dos cuerdas: una, la aparición de un nuevo sujeto de derechos políticos, el feto; y dos, la desaparición del avance más valiente de la anterior ley, esto es, que las mujeres menores pudieran tomar por si mismas la decisión de abortar sin el consentimiento de sus padres.
Vayamos con el primer concepto, el de biopolítica. Siguiendo a Aristóteles con Agamben, diremos que aquello que diferencia al hombre del resto de formas vivas de la naturaleza es la política, que existe para “vivir bien”, y no simplemente vivir, mediante el desarrollo de la potencia vital racional: la obra del hombre una vez segregada de la vida vegetativa (aquello que tenemos en común con las plantas) y la sensitiva (aquello que tenemos en común con los animales). Por bonita e intelectual que nos parezca la definición, no olvidemos que esta concepción de la buena vida no es una reflexión sobre la naturaleza del hombre (y mujer), sino una distinción social: excluye a aquellos que no pueden desarrollar la potencia vital racional, sea por su propia naturaleza o por su condición social, y que no pueden formar parte de la polis: justifica la sociedad estamental, y la exclusión de mujeres y esclavos, dotados exclusivamente de vida vegetativa y sensitiva, y excluye, también, a fetos y niños que no alcanzan a desarrollar la potencia vital racional. De ahí que el aborto y el infanticidio fueran comunes en el mundo antiguo. En la Edad Moderna, ese “vivir bien” se traduce en la asunción colectiva de una tarea histórica por parte de un pueblo o una nación, que tiene su traducción metafísica en que con ella el hombre se realizaba en tanto que ser viviente racional. Obsérvese que el pensamiento de Marx supone la impugnación del proyecto aristotélico en la medida en que una sociedad sin clases es una sociedad sin política. Pero desde la Primera Guerra Mundial el paradigma según el cual “vivir bien” equivale a llevar a cabo una tarea histórica (nacional, o de clase) se desmorona y, ante la imposibilidad de asignar una nueva al hombre, la política, entendida como trabajo por una vida virtuosa, se transforma en biopolítica, en la que la vida biológica (la vegetativa y la sensitiva) se transforman en la última y decisiva tarea histórica. Todo esto tiene, al tiempo, consecuencias positivas y negativas. Es biopolítica el exterminio (eliminación de la vida biológica defectuosa o peligrosa para otras vidas) pero también la sanidad pública (conservación de la nuda vida), que son formas de mejora del mundo (mejora como concepto técnico, no valorativo) llevadas a cabo con las tecnologías para el gobierno de las poblaciones, como dice Sloterdijk; mientras que el desarrollo de la psicología y la psiquiatría y su papel clave en la evolución del mundo moderno responde al desarrollo de las tecnologías del yo, entre las cuales la tortura psicológica, la autoayuda o la integración de nuestra parte sensitiva entre los bienes a proteger por las leyes. Y, por supuesto, ello supone la integración de las mujeres y los niños como sujetos activos de derecho, es decir, con derechos que pueden y deben ejercer (y no como en el mundo antiguo). Este es el marco en el que nos movemos en la actualidad. Es lo que nos diferencia de los antiguos, lo que nos hace distintos, modernos.
Vayamos con la primera cuerda del nudo gordiano. El proyecto de ley de “regulación de la interrupción voluntaria del embarazo” de Gallardón es un proyecto que nos retrotrae a las seguridades del mundo antiguo con las armas del moderno. Por un lado, dinamita las bases sobre las que se asienta la modernidad, es decir, la equiparación entre nuda vida y ciudadanía, entre ser viviente y hombre político (que abarca a todo el género humano en todas sus edades y estados) haciendo emerger un nuevo sujeto activo de derecho, el feto. El argumento no está mal traído, porque podría pensarse que simplemente ampliamos el espectro, que incluimos a un excluido al que protegemos (incluso de otros sujetos activos de derecho) mediante leyes ad hoc, como las de protección de la mujer o de la infancia. El problema es que todavía existe una diferencia, y existía también en el mundo antiguo, entre la nuda vida humana y las otras, como lo demuestra el hecho de que las leyes de protección de los animales no les otorgan derechos sobre la vida de los hombres, y el perro asesino es sacrificado sin contemplaciones posibles. Y el feto no es nuda vida humana, condición que sólo adquirirá cuando nazca. Por mucho que lo amemos desde su concepción, o por mucho que lo odiemos. Si es sujeto activo de derecho, y además sus derechos prevalecen sobre los de la madre, retiramos a las mujeres su condición de ciudadanas, las relegamos a meros contenedores de vida otra, una “reducción al útero”, sin vida propia y sin autorización para utilizar las tecnologías del yo y alcanzar una “buena vida”. La emergencia del feto como sujeto activo de derecho se hace contra las mujeres, y supone el mayor ataque que pueda realizarse contra la igualdad de género.
Y la segunda cuerda del nudo gordiano es no permitir que las mujeres jóvenes puedan abortar sin el consentimiento de sus padres. Inteligente también. Ofrece seguridad a sus votantes (las afectadas no votan, hay que recordar), a cambio de condicionar la asunción por parte de estas mujeres jóvenes de sus responsabilidades vitales desde el momento en que están biológicamente preparadas para ello. Las tecnologías para el gobierno de las poblaciones, como la educación, y las tecnologías del yo las han preparado para ello, o como mínimo fueron creadas para que lo hicieran posible. Condicionarlas a la voluntad parental es quitarles la posibilidad de decidir sobre su vida biológica y sobre su “buena vida”. ¿De qué tenemos miedo? ¿De que se equivoquen? Por supuesto que lo harán. Contra lo que parece dictar el sentido común, la “buena vida” no es posible si no existe la posibilidad de equivocarse. Lo contrario es mutilar su condición humana y retrotraerlas al mundo antiguo. Y no es que exagere: el nuevo “plan de educación afectivo-sexual” está promovido por el ministerio de Ana Mato, Sanidad, y no por el de Educación, lo cual supone la conversión de la sexualidad juvenil en un problema de salud, y no en una etapa del desarrollo psicológico-afectivo de la personalidad. Y también es una oportunidad de negocio: “decir no” no es muy realista como política de natalidad, y más embarazos adolescentes pueden ser un buen negociete para la burbuja sanitaria que promueve el gobierno. Digámoslo en un castellano muy castizo: que las mujeres jóvenes sexualmente activas, encima de putas, tienen que poner la cama.
Brutal, lo sé, disculpen si les he ofendido, pero si yo fuera ellas, me sentiría así. Como padre de una mujer joven de 14 años a la que deseo por encima de todo una “buena vida”, quiero que sepa y sienta que le están recortando sus derechos, que están limitando su vida.
2013-05-11 13:15
Enhorabuena, en un artículo relativamente corto has analizado la ideología que este gobierno trasmite en esta ley, robando, de esta manera, el derecho a decidir de las mujeres.
2013-05-12 17:13
Nada especial que comentar, pues soy hombre y este asunto no me atañe (se pongan ustedes como se pongan), pero si quisiera señalar un detallito de nada: La “actual voluntad del gobierno español” es “voluntad popular” pues tenemos lo que la mayoría ha decidido que tengamos a un señor como Gallardón metiéndose a regular la vida de los demás. Por comentar
2013-05-13 13:08
¿Por qué “el feto no es nuda vida humana, condición que sólo adquirirá cuando nazca”? Esto es falso.