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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Twitter y la ironía cibernética

Como alguno de mis lectores sabe, he reingresado en Twitter desde hace un par de meses. No había ninguna razón especial para ello, debo confesar, más allá de la curiosidad que impele a comprobar si te estás perdiendo algo, si algo sucede sin ti. Más allá, por tanto, de comprobar si el gato estaba vivo o muerto.


Nada más llegar me encontré con más de un tuit preconizando que lo verdaderamente cool ya no era estar en Twitter, sino irse de Twitter. “Vaya,” pensé, “otra vez llegando tarde. Va a resultar que tardaste tanto que el gato se murió, y solo vas a encontrar un cementerio de gatos. Tu y la procastinación otra vez”. Pero bueno, decidí que, ya que había hecho el viaje, me daría una vuelta por el lugar, a ver si se trataba de un cementerio estilo mediterráneo donde encerramos a los muertos tras la muralla para que no molesten, o se trataba más bien de uno parecido al cementerio sefardita integrado en el campus del Queen Mary College, en Londres, cuyo recuerdo siempre me proporciona paz y una razonable nostalgia de una juventud no del todo desperdiciada. Pronto descubrí que, como en el experimento de Schrödinger, lo importante no era si el gato estaba vivo o muerto, tampoco que estuviera vivo y muerto al mismo tiempo (algo que la sabiduría antigua sabía antes que la física cuántica: en palabras del padre de Pere Marc: “al punt que hom naix comença de morir”), y ni siquiera que mi mera intervención como observador resolvería la superposición de estados posibles. Lo importante era que Twitter, como la paradoja de Schrödinger, me proporcionaban una ilustración perfecta de lo que Sloterdijk llama la ironía cibernética.


Para Sloterdijk, la teoría de Niklas Luhmann de que no son los individuos sino las comunicaciones las unidades constituyentes y reproductoras de los sistemas sociales, y el papel fundamental de la observación, que se produce cuando un sistema opera en base a distinciones para obtener y manipular información, nos aboca al advenimiento de un nuevo tipo de ironía, al que llama cibernético.


La ironía cibernética presupone la romántica, vigente hasta el momento. La ironía romántica socavaba la apariencia de objetividad al ha­cer que lo dado y establecido apareciera y desapareciera. Ya no era una urbana dissimulatio, mediante la cual un orador dice con disimulo lúdico lo contrario de lo que piensa, sino la ironia que permite al productor operar al mismo tiempo la creación, la modificación y la descomposición de su obra: es de lo que hablamos cuando hablamos de la ironía como motor estilístico de la obra cultural de la modernidad, y del consumidor como su máxima expresión: el consumidor es un coleccionista que acumula y desecha al mismo tiempo.


La ironía ciberné­tica, según Sloterdijk,  quita el suelo de los pies a la apariencia de subjetividad al disolver el yo y luego hacer que recomponga. El sujeto de la ironía cibernética sabe muy bien que ha de ignorarse regularmente “y hace el descubrimiento de que, en vez de desprenderse de sí mismo o perderse, cae aún más en sí mis­mo, una y otra vez, y de que ello le pone en las manos el material para una nueva posición irónica: la que resulta de la perplejidad que le produce ser un sujeto que duda de poder ser sujeto, más aún, de ser un sujeto desmen­tido como sujeto. Con ello, una buena parte de lo que hasta ahora se ha des­crito bajo el epígrafe de humor pasa al terreno de la ironía, pues si el humor clásico implicaba una reducción del yo superior al yo cotidiano, la ironía ci­bernética provoca un cambio en el saber, que pasa del yo suprimido al efec­to del yo retomado. El sujeto se siente entonces como una figura interme­dia entre el local hero y el local loser. Debe aceptarse a sí mismo y mostrar una fortaleza que, según todo lo que sabe de sí mismo, no tiene”.


¿Qué hay en Twitter? Mucha ironía cibernética. Un lugar en el que el sujeto es desmentido como sujeto: en el que el disfraz, el pseudónimo, el avatar, la impostación, el fake y la identidad cambian en función del observador, lo que a su vez modifica y descompone la obra, los tuits, de cada uno de los generadores de información. Hasta el infinito y más allá.


Francamente, una gozada.

Josep Izquierdo | 27 de abril de 2013

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