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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

La República de los Economistas

Leo con interés a Félix Ovejero, siempre que no escriba sobre nacionalismo, y, afortunadamente para mí, sus dos últimos artículos no lo hacen. Eso le situa en un lugar destacado entre mis filias y fobias, mucho más arriba en mi ranking que Fernando Savater, a quien leo con interés siempre que no escriba. El artículo de menor interés, aunque más popular en tono y contenido, es el que publica hoy en El País sobre Ratzinger como filósofo. Resumiendo, arguye que los panegiristas que ensalzan sus virtudes como filósofo se equivocan. Cierto. Es más, yo añadiría que los panegiristas que ensalzan sus virtudes como teólogo también se equivocan. Pero no hagamos excesiva leña de este árbol caído, cuya principal virtud es, precisamente, su caída. Me interesa más la reseña que publica en la renacida on-line Revista de libros, sobre temas de su especialidad: ética y economía. Básicamente critica la posición de la economia como eje central de la realidad social, como reina de las ciencias diríamos, que la lleva a exponer sus modelos descriptivos de la realidad como modelos prescriptivos del funcionamiento social. Ovejero, con los autores de los libros reseñados, aboga por una ética económica basada en el sentido común, que no trate a las personas como piezas de monopoli.


La diosa economía, como disciplina académica, está en horas bajas, no sólo intrínsecamente, por la crisis mundial, sino también extrínsecamente, porque ha agotado buena parte del crédito que la caída del muro de Berlín le concedió gratis et amore. Su cientificidad ha quedado seriamente tocada porque no supo predecir lo que ha acabado sucediendo, cuando la esencia de toda disciplina científica es su capacidad predictiva. Buena parte del problema, en mi opinión, es esa pretensión de cientificidad, que, a fuer de justo, no es exclusiva de la economía sino también del resto de disciplinas que convenimos en llamar sociales. Podríamos bautizarlo como el complejo de Ícaro: la aspiración a alejarse del lodazal mundano de las opiniones y la política, del ensayo en definitiva, y aspirar a que sus construcciones teóricas adquieran el marchamo de las ideas platónicas, siempre limpias, siempre verdad. A este respecto, el artículo de Ovejero en Revista de letras me ha descubierto un ejemplo máximo de este síndrome, que no me resisto a exponerles.


Confieso que desconocía el libro, y las tesis de Bryan Caplan en The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies, de 2007. Al parecer, su crítica a la democracia circula ampliamente, con su lugar reservado en ese olimpo de la fama contemporánea que es la Wikipedia. Les resumo lo relevante. Caplan cree que los gobiernos democráticos implementan políticas económicas erróneas porque los electores son irracionales (lo que para él significa, y disculpen la brutalidad, que no tienen ni puta idea de economía), y se dejan guiar por prejuicios económicos antes que por la Verdad económica a la hora de elegir a sus políticos, los cuales caen en el círculo vicioso de que si, personas formadas como son, siguen su raciocinio e implementan políticas económicas ortodoxas o lo anuncian, no seran votados. Irracional aquí no significa imbécil. Caplan afirma que es justamente la parte no económica del hombre, su altruismo, lo que le empuja a dejar su propio interés a un lado y le hace pensar en el interés general cuando decide su voto. Bueno, igual sí significa imbécil. Los votantes no se comportan como compradores, lamenta, lo cual facilita que determinados errores intelectuales se transformen fácilmente en políticas insensatas. La gente realmente cree que el país estaría mejor si se regularan los beneficios, si los productos extranjeros pagaran más impuestos, y si las empresas no pudieran hacer EREs. Los políticos que les hacen el juego a estas creencias tienen más probabilidades de ser elegidos, y los intereses especiales que presionan a favor del proteccionismo y la legislación contraria a la competencia son los beneficiarios, no el público. El resultado, con el tiempo, es una disminución en el nivel de vida. Todavía es cierto que los sueños de la razón producen monstruos.


Básicamente se trata de una transposición esquizoide de la ortodoxia económica que nos llevó a la actual situación: la financiarización de la economía mundial y el ideal del progreso ilimitado fracasará si no es capaz de permanecer en un carrusel continuo de ganancias y pérdidas, para lo cual es necesario que no sólo la economía se rija mediante criterios ortodoxos (esto es, libre mercado irrestricto), sino que los hombres sólo accedan a la condición de ciudadanos si ellos mismos encarnan el ideal del homo oeconomicus. Para ello propone exigir a los votantes que aprueben un examen de competencia económica; dar votos adicionales a las personas con mayor conocimiento económico; reducir o eliminar las campañas para aumentar la participación de los votantes, introducir en los planes de estudio más cursos de economía, incluso si eso significa la eliminación de cursos de otros temas como los clásicos, en los que se eliminaría cualquier referencia a las limitaciones de la economía de mercado. Como lo leen. La República de los Economistas.


El problema es que, ahora que la democracia parlamentaria burguesa basada en los partidos políticos está en cuestión, sus alternativas totalitarias no son tan zafias como lo fueron antaño, y prefieren nuevas formas de voto censitario, una suerte de gobierno de los mejores, que, naturalmente, son los mejores economistas. En su afán de cientificidad, muchos economistas han cruzado la frontera entre el bien y el mal y se han adentrado en aguas muy procelosas. El problema es que nos arrastran con ellos.


Y ahora entiendo aquello de Rajoy, de que no cumplía sus promesas, pero sí con su deber. Según la lógica de Caplan, Rajoy es un auténtico homo oeconomicus que fue suficientemente racional como para ofrecer lo que el cliente quería en su programa electoral, y después cumplir con su deber como Presidente de la República de los Economistas.

Josep Izquierdo | 09 de marzo de 2013

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