La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
La afición de Bárcenas por el montañismo extremo ha sido tratada con sorprendente ligereza por la prensa española que, a lo sumo, le ha dedicado unas cuantas chanzas a propósito de la “ruta española” a la cima del Everest y su descenso esquiando, y a sus visitas a Suiza. Hay que tener mala leche para insistir en los 22 millones de sus cuentas y obviar su ascensión al Mont-blanc en solitario. Y no crean ustedes que rezumo ironía, sino que más bien me lamento de la escasa capacidad del periodismo español para analizar vida y obra de un personaje con fama de oscuro, discreto, y casi anónimo a partir de los hechos que se le conocen. Básicamente, como no sé interpretar lo que sé, resulta que no se sabe nada. Pues no. En realidad, lo que sabemos es mucho, y puede aportarnos una comprensión cabal de la persona.
Porque Bárcenas es un romántico. No, no, no ese tipo de romántico en el que están pensando. Nada de cenas con velas, ni flores en las citas, ni versos bajo el balcón a la luz de la luna, no. Él es un romántico como Shelley, como Byron, como Novalis. Con dos cojones. Bárcenas no es un montañero pijo que compense su anodina vida poniéndola en peligro en lugares donde los pobres no alcancen. Él aprecia de verdad la divisoria entre lo bello y lo sublime, entre lo femenilmente delicado, tímido, pequeño, suave y ligero, y la sobrecogedora grandeza, la vastitud, el asombro o el terror que inspira la varonil naturaleza, algo mucho más poderoso y estéticamente relevante que lo bello. Uno no sube al monte Olimpo, o a la cima del Cáucaso, y después se lanza al descenso esquiando porque el paisaje sea bonito, sino con nietzcheana fuerza: “Vosotros miráis hacia arriba cuando queréis elevaros; yo miro hacia abajo porque estoy en las alturas. ¿Quién de vosotros puede reírse y al mismo tiempo estar en las alturas? Quien escala las cimas más altas se ríe de todas las tragedias, ya sean reales o ficticias”. Bárcenas no huye de la realidad hacia montañas nevadas (por cierto, hay quienes recordamos todavía el entusiasmo franco-falangista por el montañismo), sino que, desde ellas, desde ese estado de excepción que supone la comunión entre el hombre y la naturaleza sublime, se ríe de todas las tragedias. En la montaña y desde la montaña puede ejercer como el superhombre que genera su propio sistema de valores, que identifica como bueno todo lo que emana de su genuina voluntad de poder. Los 22 millones en Suiza no son la razón para subir al Mont-blanc, sino la consecuencia. ¿No dijo Hemingway que sólo el montañismo y los toros son deporte, lo demás son juegos?
Schlegel dijo de Novalis que “el destino puso ante mí a un joven que puede llegar a ser cualquier cosa”. Lo mismo debió pensar don Manuel Fraga cuando fichó al joven Bárcenas allá por 1982. Y aquel joven, con el tiempo, ha construido la mejor novela sobre ligas, complots secretos, estafadores, falsificadores y falsarios que la imaginación romántica, a quien tanto gustaban, pudo soñar.
2013-02-23 02:04
Parece que para ser periodista se tiene que haber ido a la universidad y conseguido un título.
Pero existe otra posibilidad, aunque lejana: se les podría exigir que aprendiesen a leer.
2013-02-23 11:50
Ya se sabe que la cabra tira al monte.