Casi es un lugar común afirmar que lo mejor de cualquier análisis no es encontrar las respuestas correctas, sino formular la preguntas adecuadas. Y digo casi porque  en estos tiempos el mal es tan banal, en buena medida, porque nadie se tomó el tiempo de formular las preguntas adecuadas: pararse a pensar si estoy entendiendo el problema y si estoy formulando la pregunta necesaria para llegar hasta donde pretendo es una pérdida del tiempo que nos parece tan precioso que no tenemos reparo en echarlo a la basura (si ya cabe en un twuit, ¿para qué pensar más?) antes de haberle sacado todo el jugo.

Como les acaba de pasar a los economistas del FMI. Ellos lo explican como un desacierto en la respuesta a una pregunta que, en realidad, les parece tan prescindible, o tan obvia, que ni siquiera se formula: "Hemos encontrado que los autores de los pronósticos subestimaron significativamente el incremento del desempleo y la caída en el consumo privado y la inversión asociados a la consolidación fiscal". Recuerden los despistados que “consolidación fiscal” es el nombre del héroe en la epopeya que, según la derecha, narrará la victoria del neoliberalismo sobre la crisis provocada, ça va de soi, por la demoníaca e irrefrenable pasión de los pobres por poseer demasiado dinero, preferentemente, en especies como un sistema sanitario y una educación gratuitas y universales, una vejez digna, un techo, un coche, unas cervezas… Consolidación fiscal es lo que los demás llamamos recortes. ¿A qué pronósticos se refieren? Básicamente, al que anunciaba que, si conseguíamos acostumbrarnos a no comer, al final del camino nos esperaba una cornucopia que satisfaría todas nuestras necesidades. Pero esto era la respuesta. La respuesta correcta a la pregunta inadecuada: ¿cómo salir cuanto antes de la crisis?

La respuesta tenía implícita una promesa que apunta al componente mesiánico del neoliberalismo: si conseguimos vivir sin gastar más de lo que ganamos, la crisis no se repetirá. Una falsa promesa, obviamente, porque implica la desaparición del capitalismo y del estado moderno, en la medida en que ambos se fundamentan sobre el crédito, lo cual nos lleva a pensar que la verdadera intención detrás de las políticas de consolidación fiscal era la redistribución de la riqueza: no en vano la brecha de la desigualdad amenaza en estos momentos con convertirse en abismo.

El problema ahora es que llegamos tarde. Y como los futboleros saben, eso significa que en lugar de darle una patada al balón, le partes la pierna al contrario. Las previsiones realistas, pero más optimistas, vaticinan que tardaremos más de quince años en volver a niveles de paro aceptables, y más en recuperar los niveles de bienestar que trabajosamente habíamos adquirido. Y eso en el mejor de los mundos posibles: un mundo en que las consecuencias físicas, psicológicas y sociales de la crisis que vivimos no conlleven nuevos problemas que reclamen de nosotros las preguntas adecuadas.

Y si la desigualdad conlleva la descomposición social, la crisis económica la extinción de la idea de progreso individual y social, y el fracaso de las supuestas soluciones nos hacen pensar que no tenemos remedio, ¿volveremos a las viejas e irracionales soluciones de matriz totalitaria y comunitarista, o ya están apareciendo otras nuevas?