La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Ya, ya, qué me van a contar ustedes sobre lo ocurrentes que nos hemos vuelto todos con el apellido del ministro de Educación… Y hay que reconocer, también, que el ministro, por muy disminuidas que tenga sus habilidades sociales, es un gran comunicador que no solo asume, sino que fomenta que se desvie la atención hacia su persona. Compararse con un toro bravo que se crece con el castigo fue un magnífico lapsus mentis et linguae que define a la perfección su lugar y su trabajo en el actual gobierno español, más allá de que a mí, particularmente, me recuerde más al torito guapo del Fary que al toro de Osborne, o que Joaquín Vidal le hubiese enmendado la plana diciendo que los toros bravos ya no existen porque, entre otras cosas, los mansos que arrojan a la plazas ya no se crecen con castigos sino con perfusiones de anabolizantes.
Pero vamos al grano, que pica. La política del gobierno del Partido Popular consiste en implementar los mecanismos legales y administrativos necesarios para que el capitalismo inmaterial (o financiero, o post-industrial, o comunicativo) genere, en el plazo más corto posible, los excedentes de renta necesarios para generar una nueva burbuja económica que sobrealimente con su maná una sociedad que debe contribuir a ello asumiendo su carácter instrumental (el sentido de sus vidas es ser instrumento de la riqueza de otros) y, como consecuencia, los sacrificios (incluidos los sacrificios humanos) necesarios para que, en el futuro, la riqueza de esos otros nos permita alimentarnos, física y espiritualmente, con las migajas que, a sabiendas o inadvertidamente, caigan de la mesa. Hasta ahora, en el modelo europeo que llamamos estado del bienestar, la administración pública asumía la tarea de repartir dichas migajas de manera eficiente y equitativa, pero a un coste considerable tanto en términos económicos como en términos ideológicos (tiempo) que obligaba a desviar demasiado dinero y durante demasiado tiempo para atender las necesidades de los ciudadanos.
Pero a ojos de quienes poseen dichas riquezas, la reciente burbuja y crisis subsiguiente ha demostrado que dicho sistema de reparto, eficiente para sus beneficiarios, es ineficiente para que el ciclo de auge y caída económico se repita con la suficiente rapidez como para que no genere inestabilidad en el sistema. Es decir, si la caída dura demasiado, puede que los instrumentos humanos necesarios (aquellos que recibirán el golpe durante la caída) cuestionen el funcionamiento del sistema, y puede que su misma identidad como herramientas del mismo. Urge, pues, mejorar el sistema acortando los plazos entre burbuja y burbuja. Dicho de otro modo, el estado social y de derecho es una rémora para conseguir el objetivo, porque desvia riqueza y tiempo hacia el mantenimiento de la paz social, cuando el objetivo es concentrar de nuevo la riqueza y acortar el tiempo en que los ciudadanos permanecen en las tinieblas exteriores del sistema, para que no les dé tiempo a rebotarse. ¿Cómo conseguirlo? Desmantelando el estado social, para que esos recursos reviertan en quienes poseen los medios y puedan, de nuevo, especular con ellos, y de ese modo el ciclo económico abandone las simas y vuelva a las cumbres en que los ricos, ahítos de nuevo, dejen caer las migajas necesarias para que el sistema se engrase.
Estamos, pues, en una encrucijada histórica: el momento en que el capitalismo inmaterial (entiéndase, el que se abstrae de la economia real de la producción, distribución y consumo de materias primeras y manufacturas) plantea, en realidad, un cambio de sistema, que no un parón temporal. La liquidación del estado social (recortes económicos y de derechos; privatización de la sanidad y la educación públicas para que no sea, según su concepto, dinero muerto sino dinero que circula, esto es, que produce beneficios empresariales; desvío de dinero público hacia la deuda de los bancos a costa de la deuda de los ciudadanos…) no es una estrategia momentánea para salir de la crisis, sino la implantación de un nuevo sistema en el que la equidad desaparece para que las clases instrumentales soporten siempre y completamente el coste de las crisis económicas, a cambio de que, supuestamente, esas crisis duren menos.
Desde este punto de vista, la práctica desaparición de la clase media no es una consecuencia indeseada, sino un fin en si misma. En Europa, la clase media ha logrado ser la clase mayoritaria y alcanzar una cierta estabilidad gracias a una combinación de prosperidad económica y estado social. Si las clases medias han de dedicar parte de su presupuesto a suplir lo que el estado ya no proporciona ni proporcionará (pensiones, sanidad, educación, transporte, vivienda aunque fuese en forma de beneficios fiscales, energía, servicios sociales, comunicaciones, cultura, entretenimiento, y no sigo para no aburrir), automáticamente dejarán de serlo. Básicamente existirá una clase privilegiada que detenta el monopolio de la riqueza y otra instrumental que se alimenta de sus migajas.
Naturalmente, esto no figura en el programa electoral del Partido Popular ni de ningún otro que comparta la misma visión del mundo que vendrá (para que no haya dudas, CiU o el PNV), pero la evidencia es tan clara que es necesaria una estrategia de comunicación, que como todos ustedes saben significa una estrategia de ocultación que someramente podemos identificar en dos políticas comunicativas: la primera consiste en negarlo todo. La segunda en desviar la atención. En el caso de las derechas nacionalistas la primera estrategia es substituida por echarle la culpa al gobierno por no financiar adecuadamente sus comunidades autónomas (que sea verdad no implica que no sirva como cortina de humo para el desmantelamiento del estado social que llevan a cabo en sus respectivas comunidades).
Sobre la primera no insistiré: todo el mundo recuerda a algún dirigente del Partido Popular jurando y perjurando que no iban a tocar la sanidad, la educación, o las pensiones. La segunda consiste en exacerbar los conflictos no estrictamente económicos para mantenernos ocupados en otras cosas.
Wert acomete con decisión y entusiasmo la tarea que le ha sido encomendada. Como pirómano social, es el encargado de mantener y alimentar el conflicto con “los otros” catalanes infligiendo las ofensas necesarias para que la llama no se extinga antes de que la agenda de “reformas” económicas se haya cumplido en su totalidad. Al coste que sea. Y ese coste es, en el caso que nos ocupa, el riesgo real de que Catalunya decida independizarse de España. El dato no es baladí: el PP asume que el desmantelamiento de España es un mal menor asumible a cambio de consolidar el desmantelamiento del estado del bienestar.
En este país ya no quedan toros bravos. Bravucones peligrosos sí, pero toros bravos, no.
2012-12-10 13:36
Interesante planteamiento. Me plantea más de una duda. Si el poder adquisitivo de la clase media se resiente, si cada vez nos llegan menos migajas, ¿cómo mantendremos el nuevo sistema, con la consecuente retracción del consumo, si no es base de impuestos? ¿Cómo mantener unos servicios primarios privados si no hay dinero para acceder a ellos? ¿Cuántas legislaturas aguanta en el poder un partido que sube sistemáticamente los impuestos?