La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Comenzamos el curso con una discusión enjundiosa. Un portavoz del ministerio de Hacienda ha justificado la subida del IVA para los soi-disants productos culturales porque “hay que distinguir entre productos culturales y de entretenimiento”. Entre los segundos, las entradas para espectáculos, entre los cuales se citan explícitamente cines, teatros y “otros” (que seguramente alude a conciertos). Entre los primeros, museos, archivos, bibliotecas, centros de documentación, galerías de arte y pinacotecas. En realidad, el IVA sube para todos, pero como ya ha demostrado este gobierno hasta la náusea, no todos son iguales: para la alta cultura sube un 2%; para la cultura “entretenida” sube un 13. Dos líneas de crítica se me aparecen claramente. Una, esa suerte de feudalismo holista (todos somos hijos de dios, pero dios decidió que no somos iguales) que la derecha intenta meter como una cuña en los intersticios de nuestras sociedades antes conocidas como democráticas; Otra, la misma distinción y su fundamentación posterior, que no parten de las premisas expuestas, pero dan las verdaderas razones de la medida: a mayor volumen de negocio, mayor subida del IVA.
En cualquier caso, déjenme afirmar que la cultura es entretenimiento siempre. Y más cosas. Para mayorías y para minorías, su objetivo nunca ha abandonado la ligazón entre la enseñanza y el deleite al que un espíritu cultivado dedica su ocio. Dulce et utile es lo contrario del negocio que, en su afán recaudatorio, el gobierno intenta hacer con la cultura, negocio al que intenta reducir toda la vida en sociedad.
El gobierno intenta desplazar unos milímetros la frontera entre la alta cultura (la cultura de verdad de la buena) y la cultura popular, en un mundo en que esa frontera fue la primera en desaparecer como presagio de tantas otras que han caído. De hecho, podríamos decir que la desaparición de la barrera entre alta cultura y baja cultura es la característica fundamental de aquello que conocemos como modernidad en el sentido histórico, y por tanto también en el artístico. Lo que me ha dejado patidifuso, de todas formas, es la desfachatez con que, otra vez, mienten. El Gobierno, dice el portavoz, es “consciente en todo momento de la necesidad de cuidar la cultura y que ésta no debe considerarse nunca como un lujo”, y para ello, apunta el portavoz, que será necesario mejorar la seguridad de la oferta cultural en internet, e impulsar nuevos negocios en la red. Dicho sin rodeos, que no sólo habrá que pagar más, sino que se perseguirá a los defraudadores, piratas, usuarios pobres y otra gente de malvivir que en lugar de consumir y callar (o no consumir y callar), se busca la vida con alternativas que no son negocio.