La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Dice Svetlana Boym, en un libro del que tomo el título de este artículo, que “estar en casa es saber que las cosas están en su lugar, y tú también; es un estado mental que no depende de un lugar real. El objeto de deseo, pues, no es realmente un lugar llamado hogar, sino ese sentido de intimidad con el mundo; no es el pasado en general, sino ese momento imaginario en que tenemos tiempo y no sentimos la tentación de la nostalgia.” Para quienes andamos medio convencidos de que el entero mundo que habitamos es una convención imaginaria (y aquí imaginaria significa intangible, y no falsa) no hay novedad en la definición, pero conviene recordarla en los tiempos que vivimos, porque es evidente que no estamos en casa. Sobre el extrañamiento del hogar que supone la crisis económica actual sería muy fácil citar como paradigma a desahuciados, parados, y otros ciudadanos que han sufrido pérdidas materiales por la crisis, pero no es (con ser importante, con ser “reales”) lo más relevante.
Aquello que convierte esta crisis en un acontecimiento que perdurará en la memoria de la humanidad, más allá de la supervivencia del euro e incluso de la supervivencia de Europa, es la tentación de la nostalgia que parte del sentimiento de extrañamiento del mundo: nada está en su lugar, y nosotros tampoco. Además, hemos conocido tiempos mejores, en que era más verosímil sostener y autoconvencerse de la ficción de que todos los aspectos de la vida en sociedad eran decididos por la acción de ciudadanos libres. En ese sentido la teoria de Niklas Luhmann sobre las sociedades como sistemas autocreados avisaba de lo que nos pasa: toda decisión, todo poder, es una ficción de poder. Los mercados como ficción de sujeto que actúa, como posibilidad de que haya un culpable, aunque sea un culpable colectivo y anónimo, son una expresión de ello. Vivíamos en la suspensión de la política y no lo sabíamos, en un estado de excepción que no reconocíamos.
Ahora y en los próximos años el fenómeno cultural dominante será la nostalgia. Nuestra intimidad con el mundo se ha roto por mucho tiempo y, lejos del hogar, añoraremos el lugar imaginario en que tuvimos tiempo y creímos vivir en un presente eterno.