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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Antítesis para una filosofía de la historia II

7. La séptima tesis de Benjamin es, como escribía Ramiro Cabana en un comentario al artículo anterior, una teoría del zombie. "¿No es el zombie menos con menos? ¿No es el zombie un humano sin destello, sin posibilidad alguna de iluminación? ¿No es el zombie un zombie precisamente porque ha sido tocado por la mano (secreta, oculta, invisible) de lo que De Landa llama antimercado (los monopolios, tanto comerciales como ideológicos, de la violencia, de las finanzas: todo aquello que frena el fluir de las ideas, del comercio, de la vida)? ¿No es esa comunicación de la que escribes una comunicación zombie?" La cita de Brecht que la precede lo anuncia: "piensa en las tinieblas y el gran frío de esta tumba en que resuena la desolación", esto es, in hac lacrimarum valle. La historia sigue siendo el desfile de los vencedores sobre los despojos de los vencidos: nosotros, los zombies. Y el botín que exhiben, esos documentos de civilización que siguen siendo al tiempo de barbarie, son las ideas, el comercio, la vida. ¿Debemos apartarnos de ellos y abrazar las tinieblas y el gran frío, debemos estar lo suficientemente tristes como para recrear Cartago? En buena medida el materialismo histórico lo hizo, y sólo consiguió, en última instancia, aborrecer el Jazz… Pero hoy el antimercado es el mercado, los monopolios con piel de cordero ensalzan sus virtudes para conseguir frenar el fluir de las ideas, y prácticamente lo han conseguido, porque, decía Benjamin, "[la barbarie] corrompe el modo mediante el cual [el documento de civilización]es transmitido de un poseedor a otro". Hay que lanzar una ofensiva para rescatar el botín de las manos de los vencedores y encontrar el modo de evitar los efectos de la barbarie en su transmisión. Puede, pues, que el mercado libre de internet y su lucha por la libre transmisión de conocimientos y productos intelectuales (los documentos de civilización) sea una forma de esa ofensiva.


8. El estado de excepción en que vivimos no es la norma sino la regla. Lo fue a lo largo de todo el siglo XX, y cuando creíamos que el siglo XXI estaba en disposición de cerrar la excepcionalidad, esta se mantuvo más fuerte, si cabe: la presidencia de George W. Bush se fundamentó sobre el concepto de estado de excepción ante los peligros externos (e internos: pobres, minorías raciales, etc.); la gestión de la crisis económica actual, que no sólo es una forma de estado de excepción por la suspensión de derechos ciudadanos (estado de bienestar, conquistas sociales, el buen gobierno como motor de acción) en favor de los intereses del antimercado, sino un auténtico desfile de la victoria de los poderosos, con su botín, nuestra pobreza, a cuestas. Leer a Agamben es más necesario que nunca.


9. El ángel de la historia sigue observando como la tormenta del progreso acumula tras de sí los restos del naufragio, nuestras vidas.


10. Sigue vigente. "Cuando los políticos, en quienes la oposición al fascismo había puesto su esperanza, ceden y confirman su fracaso engañando a su propia causa, la observación atenta desentraña la implicación política de las trampas con que los traidores habían embaucado a sus seguidores. Esta observación reconoce entonces que la fe necia de los políticos en el progreso, su confianza en la ‘base de masas’, y, finalmente, su integración servil en un aparato incontrolable, son tres aspectos de la misma cosa. Lo que da una idea del alto precio que nuestro pensamiento tendrá que pagar por una concepción de la historia que evita cualquier complicidad con el pensamiento al cual estos políticos se siguen adhiriendo."


11. La socialdemocracia sigue anclada en el conformismo: en la creencia en el valor redentor del trabajo. Una de las ventajas evolutivas del capitalismo es que supo poner a disposición de los trabajadores el fruto de su trabajo a través de la organización de la sociedad de consumo. El precio fue el mantenimiento de la tecnocracia y sus resabios fascistas en la organización social y en la explotación de la naturaleza. El engaño consiste en que el progreso infinito sea el premio que nos espera tras redimirnos trabajando más por menos y adorando el tótem de la competitividad y el ajuste. El progreso infinito no existe porque no hay naturaleza que lo soporte. Para empezar, pues, la socialdemocracia debería plantearse una redefinición del lugar del trabajo en la vida económica y social. Una pista: "[un trabajo] que, lejos de explotar la naturaleza, es capaz de liberar las creaciones potenciales que están inactivas en su matriz".


12. Nuestro odio y nuestro espíritu de sacrificio ya no debe alimentarse de la imagen de antepasados esclavizados. Ahora debemos encolerizarnos (indignarnos, decimos finamente) porque nuestros hijos y nietos tendrán una vida peor que la nuestra, porque la redención, que creímos un camino sin retorno, se ha mostrado como un premio más de la ruleta de la fortuna. Ahora debemos ser el vengador que completa la tarea de liberación en nombre de todas las generaciones venideras de oprimidos.

Josep Izquierdo | 22 de junio de 2012

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