La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Hacia 1819 Percy B. Shelley compuso una alegoría sobre Londres en el tercer canto de Peter Bell the Third, intitulado Hell. La releo y me parece tan extraordinariamente actual que me pregunto qué hay de similar entre su tiempo y el mío. Tal vez, que algo más de un siglo más tarde, Walter Benjamin y Bertold Brecht se entretuvieran en traducir el poema, y quedara un rastro de dicha traducción en el Libro de los pasajes de Benjamin (M 18), y en otra nota en que alaba la utilización de la alegoría en Shelley frente a Baudelaire (J 81, 6) y en un poema de Brecht, que dice:
Contemplando el infierno —oí una vez—
mi hermano Shelley encontró que era un lugar
muy parecido a la ciudad de Londres. Yo,
que no vivo en Londres, sino en Los Ángeles,
encuentro, contemplando el infierno, que es,
debe ser aún más como Los Ángeles.
También en el infierno,
no lo dudo, existen estos opulentos jardines
con flores tan grandes como árboles, marchitándose, por supuesto,
muy pronto, si no son regadas con agua carísima. Y fruterías
con grandes montones de fruta que, sin embargo,
no tienen ni aroma ni sabor. Y los trenes sin fin de coches,
más ligeros que sus propias sombras, más rápidos que
estúpidos pensamientos, relucientes vehículos, en los que
gente sonrosada, que viene de la nada, va a ninguna parte.
Y casas diseñadas para la felicidad, permanecen vacías,
incluso cuando habitadas.
Incluso las casas en el infierno no son tan feas.
Pero la preocupación por ser lanzados a la calle
consume a los habitantes de las villas no menos
que a los habitantes de los cuarteles.
Y aquí les dejo una traducción tentativa del poema de Shelley, pues no soy capaz de encontrar una traducción al castellano.
El tercer Peter Bell
Percy B. Shelley
El infierno es una ciudad parecida a Londres—
una ciudad populosa y llena de humo;
Hay todo tipo de gente en la ruina,
Y hay poca o ninguna diversión;
poca justícia, y aún menos piedad.
Hay un Castles, y un Canning,
un Cobbett, y un Castlereagh;
todo tipo de cobardes cadáveres tramando
todo tipo de trampas para trepanar
cadáveres menos corruptos que ellos.
Hay un… que ha perdido
el juicio, o lo ha vendido, nadie lo sabe;
camina con una doble sombra,
y, aunque tan delgado como el fraude—
cada vez se hace más sombrío y rico.
Hay una Cancillería; un Rey;
una turba de obreros; una banda
de ladrones enviados por ellos mismos
para representar a ladrones como ellos;
un ejército; y una deuda pública
transformada en un sistema de papel moneda,
lo cual significa, cuando se lo interpreta:
"Abejas, guardad vuestra cera, dadnos la miel,
y plantaremos, cuando luzca el sol,
flores que en invierno todavía servirán."
Esto es una gran charla sobre la revolución—
y una gran oportunidad para el despotismo—
Soldados alemanes campos – confusión –
Tumultos – loterías – furia – decepción –
Gin – suicidio – y metodismo;
Y también impuestos, sobre el pan y el vino,
Y la carne, y la cerveza, y el té, y el queso,
de lo que estos puros patriotas se alimentan,
Que engullen antes de ir a la cama vacilantes
La esencia decuplicada de todo esto.
Hay mujeres remilgadas, maullando
(como gatas, que amant misere,)
sobre su propia virtud, y empujan
a sus hermanas más encantadoras a esa ruina,
sin la cual ¿qué sería la castidad?
Abogados – jueces – viejos usureros
Están aquí – alguaciles – cancilleres –
obispos – grandes y pequeños ladrones –
rimadores – panfletarios – brokers –
hombres de gloria en las guerras,
seres cuyo negocio es, sobre las damas
inclinarse, flirtear, mirarlas fijamente, y sonreírles neciamente,
hasta que todo lo que es divino en la mujer
deviene cruel, cortesano, lacio, inhumano,
crucificado entre una sonrisa y un gimoteo.
Empujando, afanándose, lamentándose, agitándose,
Enfurruñándose, rezando – vaya revuelta!
Cada uno trabajando sin descanso,
Mientras cree que puede engañar a su vecino,
engañando a su propio corazón en silencio.
Y todo esto se encuentra en las recepciones;
Banquetes amicales y políticos;
Cenas de poetas épicos; tés
Donde la cháchara agoniza;
Desayunos profesionales y críticos;
almuerzos y aperitivos tan municipales,
que con uno se podrían hacer diez,
donde reina el pánico por la lengua cretense,
Para que las noticias rusas, holandesas o alemanas
No puedan hacer perdedores, o ganadores;
En los debates – bailes –
Reuniones pías – y saloncitos –
tribunales – comités – invitaciones
matutinas – clubs – librerías –
iglesias – mascaradas – y tumbas.
Y esto es el infierno – y en esta humareda
Todos son condenables, y condenados;
Cada uno, condenando, condena al otro
Son condenados por otro,
Por ningún otro son condenados.
Es mentira decir, "Dios condena!"
Dónde está el fiscal general del cielo
Cuando primero nos enseñan mentiras como estas?
Que haya un final para las vergüenzas,
Son minas envenenadas.
Los hombres de estado se condenan a ellos mismos a ser
malditos; y los abogados condenan sus almas
a la subasta de sus honorarios;
los clérigos se condenan a ellos mismos a ver
el dulce amor de Dios entre brasas.
Los ricos son condenados, más allá de toda cura,
A injuriar, y matar de hambre, y pisotear
Al débil y al miserable; y los pobres
Condenan sus corazones rotos a soportar
azote sobre azote, con gemidos sobre gemidos.
Algunas veces los pobres también son condenados
A tomar, – no los medios para ser felices, –
Sino el rapé de Cobbett, la venganza; esa hierba
Con la cual los gusanos que la comen
Acaban con menos de lo que tenían.
Y algunos pocos, que conocemos,
Son condenados – pero solo Dios sabe por qué –
A creer que su inteligencia les ha sido dada
Para hacer de este feo infierno un cielo;
Y en esa fe viven y mueren.
Así, como en una ciudad golpeada por la peste,
Cada hombre, esté sano o no,
Debe, sin distinciones, caer enfermo;
Como cuando el dia comienza a oscurecer,
Nadie distingue una paloma de un cuervo, –
Así, buenos y malos, sabios y locos,
El opresor y el oprimido;
Esos que lloran de ver lo que los otros,
Sonriendo infligen a sus hermanos,
amantes, aborrecidos, los peores y los mejores;
todos estan condenados – respiran un aire,
enfermo, infectado, que aleja la alegría:
Cada uno persigue lo que le parece más deseable,
Minando como topillos, a través de la mente, y allí
Excavar los vastos palacios cavernosos en donde la inquietud
Reside eternamente en su trono.