La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
“A la mañana siguiente me desperté tarde y, después del desayuno, leí largo rato los periódicos, en los que, junto a las noticias habituales de los llamados sucesos cotidianos y mundiales, tropecé con una de un hombre sencillo que, después de morir su mujer, a la que había cuidado durante una enfermedad larga y grave con la mayor entrega, había caído en una tristeza tan profunda que tomó la decisión de quitarse la vida, y concretamente por medio de una guillotina construida con sus propias manos en el rectángulo de hormigón de la escalera exterior del sótano de su casa en Halifax, que pareció a su sentido artesanal, después de sopesar a fondo otras posibilidades, el instrumento más fiable para realizar su propósito, y efectivamente, lo habían encontrado en uno de esos aparatos de decapitar, según se decía en el breve artículo, construido de una forma extraordinariamente sólida y esmerada hasta en lo más mínimo, y cuya cuchilla oblicua, como se decía luego, apenas podían levantar dos personas, con la cabeza separada del tronco y los alicates con que había cortado el alambre todavía en su mano rígida. Cuando le conté esa historia a Austerlitz, que me había recogido alrededor de las once, mientras bajábamos hacia el río por Whitechapel y Shoreditch, durante mucho rato no dijo nada, quizá porque, como me reproché luego, había encontrado de mal gusto mi forma de destacar los aspectos absurdos del caso. Sólo abajo, en la orilla del río, donde nos quedamos un rato de pie mirando el agua de un pardo grisáceo que se metía en la tierra, me dijo, mientras, como hacía a veces, me miraba con ojos muy abiertos y espantados, que podía comprender muy bien al carpintero de Halifax, porque nada podía ser peor que echar a perder incluso el fin de una vida desgraciada. Luego fuimos a pie el resto del camino, desde Wapping y Shadwell, más lejos río arriba, hasta los tranquilos depósitos de agua en los que se reflejan las torres de oficinas de Dockland, y hasta el túnel para peatones que transcurre bajo la curva del río. Allí, al otro lado, subimos por el parque de Greenwich hasta el observatorio real, en el que, en aquel día frío de antes de Navidad, salvo nosotros apenas había visitantes.”
W. G. Sebald, Austerlitz.