La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Hoy el patio de mi instituto fue, por un momento, el universo mundo. Llovía. Puede parecer una metáfora pueril, pues nos pasamos el día usándola (“con la que está cayendo y…”, añadan los ingredientes que prefieran), pero es que llovía. sin preocuparse del agua sobre sus cabezas o a sus pies. El movimiento de la masa fue seco, y rápidamente se organizó en torno a un núcleo en el que inmediatamente me imaginé lo peor: no ya una pelea, porque ninguna que yo hubiese presenciado había generado tal expectación, sino la pelea de las peleas, o un auténtico linchamiento. Por auténtico quiero decir con muertos.
Me lancé hacia el círculo que habían formado los aproximadamente mil alumnos presentes en el patio. Tuve que empujar, y ser empujado, y sobrenadar la testosterona y la adrenalina que mantenía el círculo formado para poder atravesar la última línea de adolescentes que daba acceso al interior alrededor del cual estaban todos concentrados e ingresar así al epicentro de… la nada. Como lo leen. Nada. Ni pelea, ni sangre, ni muertos, nada. Absolutamente desconcertado, me dediqué a ejercer de antidisturbios a mi pesar, no ya porque las reuniones estuviesen prohibidas, sino porque la descarga emocional que aún intentaba descubrir por qué se había producido amenazaba seriamente la integridad de algunos que ya se enzarzaban en peleas particulares que canalizaban tanta hormona circulando a chorro por sus venas.
Volvió la calma, dispersáronse las masas, y al fin una de mis compañeras, que había presenciado el fenómeno de cerca, pudo explicarme que todo ocurrió porque un grupo de alumnos mayores manipuló al resto haciéndoles creer mediante gritos de ánimo y aplausos (esto es, jaleando) que cierto alumno famoso por su habilidad para el baile hip-hop estaba realizando una nueva exhibición.
Terminado el patio, comentaba con uno de mis compañeros que semejante demostración de dinámica de masas y conducción es, en realidad, el pan nuestro de cada día, puesto que la fisiologia del estrés forma parte del sistema cognitivo de los organismos complejos, en el cual el resultado cognitivo es desencadenado por la percepción de un elemento estresante en el marco de una reacción binaria del tipo ataque-retirada. Las masas son los mercados y sus participantes, y los agitadores quienes recogen beneficios simplemente haciendo correr el rumor, sometiendo a estrés a la masa y provocando las descargas hormonales que provocarán las reacciones pertinentes de ataque y huida.
El problema es que esa dinámica en un estado de estrés permanente deja de estar provocada externamente para estar permanentemente autoprovocada. Ya no es necesario que alguien asuste a los mercados, porque los mercados están permanentemente estresados (asustados, si quieren). Y eso del estrés permanente es muy malo. De hecho, las musarañas arborícolas (que no se crean, a pesar de su nombre son quasi-primates) después de ser derrotadas por un congénere, reaccionan a la derrota con apatia total, sus niveles de catecolaminas y cortisol que segregan como reacción al estrés se mantienen en niveles máximos, dejan de comer y de dormir, y mueren en dos o tres días.
Eso sí: solo si continúan viéndole. Así que en cuanto pasen las elecciones voy a hacer una cura anti-estrés: instalaré un filtro de internet que bloquee cualquier contenido que incluya las palabras Rajoy, crisis, deuda, mercado, futuros, paro, recortes, más trabajo, menos salario, herencia recibida, sanidad, educación…
Al menos hasta que mis niveles de catecolaminas y cortisol vuelvan a la normalidad y pueda, así, estresarme de nuevo.