La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
>Siempre tengo presente tu cita de Stevens en Antes el paisaje, “The imperfect is our paradise”, que en el poema antecede, cosas de las convenciones estilísticas, los versos a los que debería seguir: “Revisa su vida y tras la encuesta / ve que es otro.” Veo que soy otro. Alguien que cotidianamente debe empujar un carrito de supermercado lleno de certezas precarias pero necesarias para la supervivencia de los mios (“Algo tuvo que romperse para que pudiera decir ‘los mios’.”) entre los que te incluyes, como si hiciera falta decirlo. Soy y soy otro al tiempo, uno que ayuda a mantener, como engranaje de un mecanismo, ese presentismo desaforado con el cual los españoles han construido su coartada moral, que les permite sentirse orgullosos de ellos mismos porque han borrado cualquier vestigio, cualquier recuerdo, cualquier ruina. Metieron el Bulldozer sobre sus mentes con la misma pasión, con el mismo deleite que sobre su territorio. Y construyeron de nuevo, y de la nada, y con nada. En cierto modo soy prisionero de ello, lo vivo como una prisión autoimpuesta: contribuyo en la medida en que trabajo, y enseñar implica descreer de la melancolía inherente a la destrucción del mundo a la que asistimos, pues me gano la vida y gano la vida, o parte, de otros, para que vivan como si el mundo no hubiese muerto ya, proporcionándoles los medios, algunos medios, algún medio, para que puedan realizar ese acto de imaginación necesario para contemplar las ruinas pero ver mundo, ver el mundo. Les pido que olviden cuando yo mismo no puedo. Les pido que avancen a ciegas, como si fuese posible llegar a alguna parte. Y en verdad lo deseo tanto como sé que no sucederá.
Debo insistirme a mí mismo, una y otra vez, que la felicidad, como las sociedades perfectas, nacen de la aniquilación de la imperfección y el dolor: nuestras sociedades lo intentaron y el mundo fue destruido. Olvidarlo es volver al infierno, a la realidad de nueva planta del campo de exterminio.