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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

El naufragio del texto

Los tópicos pocas veces decepcionan, si se sabe lo que puede esperarse de ellos. Novelar un naufragio debería ser cosa segura, casi funcionarial,  si nos atuviéramos a los precedentes, y un suicidio a poco que depositemos en ello esperanzas de gloria.  El ahogamiento y la asfixia han sido una de las formas predilectas de la muerte voluntaria de escritores, una metonimia del naufragio en donde el hundimiento personal prefigura el social, donde el derrumbe de la escritura aboca al pozo, a la acequia, al rio, al mar, o a la cuerda que pende en el interior de un garaje de adosado, como antes pendió de un árbol o un granero.


Pero el naufragio sólo puede ser ya una metáfora. Ya no hay naufragios reales, sólo accidentes: un ferry con novecientos pasajeros en un remoto mar asiático, o en un río africano, o un avión hundido en el mar, como mucho. Los barcos actuales no se hunden, ya no naufragan. Además, el naufragio conllevaba la posibilidad de permanecer al margen de la sociedad por tiempo indefinido (una isla desierta, un país extraño, una tribu salvaje…), lugares y situaciones que ya no existen en un mundo globalmente comunicado.


Pero su desaparición no es sólo el resultado de la fiabilidad técnica: un naufragio, como exponente de la fragilidad humana, la presupone. El hombre de hoy ya no es frágil, aunque siga siendo mortal, porque su mortalidad se mide frente a peligros que él mismo produce, no frente a la naturaleza: la posibilidad de una hecatombe nuclear enmascaró la destrucción padecida por el maremoto en Japón. Las dificultades de los ecologistas extremos para hacer llegar su mensaje a la generalidad de los ciudadanos proviene, en buena medida, de esa percepción: funciona mejor contra las centrales nucleares que contra la deforestación del Amazonas.


Con todo, la rentabilidad metafórica del naufragio sigue intacta, porque el naufragio fue siempre una tragedia personal, una conciencia de fragilidad y de sometimiento a la fortuna que hoy percibimos como una categoria psicológica más que social. La metáfora del naufragio se asentó en la antigüedad porque existían los dos términos de la comparación en toda su amplitud y su profundidad, pero hoy en día es sólo la pervivencia letrada de la memoria de la humanidad. El naufragio, que en su vertiente humana presupone la supervivencia, es la metáfora del destino del hombre sobreviviendo a su expulsión del paraíso.


Textos:


Aprecia la calma de mi ánimo y alaba mi desprecio por la província seleuciana, y mi agradabilísima asociación con César (ésta, en verdad, es la única tabla que ha dejado este naufragio para mi placer).


Cicerón, Cartas a Ático, IV, 19.

Séame permitido decirlo sin ofenderos, nueve hermanas: vosotras fuisteis la principal causa de mi extrañamiento. Como el artífice del toro de bronce pagó la pena merecida, así yo la debo igualmente a mi Arte. Yo no debiera nunca acordarme de escribir poesías, ni confiarme de nuevo a las olas después del naufragio; mas, en mi demencia, vuelvo de nuevo a su fatal estudio.


Ovidio, Tristia, 12

¿Aún vacilo en cortarme la mano
para no escribir, y como demente lanzo los dardos
que me han sido tan fatales? ¿De nuevo me arrojo a
los antiguos escollos y a las olas en que el naufragio
destrozó mi nave?


Ovidio, Ex Ponto, XIV

No comprendí de inmediato la verdadera significación de aquel naufragio. Me
parece que la comprendo ahora, pero tampoco estoy seguro… al menos no del todo.
Lo cierto es que cuando pienso en ello todo el asunto me parece demasiado
estúpido, y sin embargo natural.


Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas.

Y, en la popa, inclinado hacia el oleaje, esclavo tristemente alegre, contemplo la orgullosa e inútil estela. La cual, al no alejarme de ninguna patria, no me lleva hacia ningún naufragio.


Samuel Beckett, Molloy.

Fuimos abrazados a la angustia de un presagio
por la noche de un camino sin salidas,
pálidos despojos de un naufragio
sacudidos por las olas del amor y de la vida.
Fuimos empujados en un viento desolado…
sombras de una sombra que tornaba del pasado.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza,
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.


Homero Manzi, Fuimos (tango). 1945.

En los naufragios, al hundirse la nave, los marineros del Danubio rezaban: Duermo; luego vuelvo a remar. Hermano de la Muerte dijo del Sueño, Homero, en la Ilíada.


Jorge Luís Borges, “La metáfora”, en Historia de la eternidad.

Esta forma humana que le había sido tan próxima, acribillada ahora por el venablo, abrasada por el mal sobrehumano, doblegada por todos los vientos iracundos del cielo, se sumergía a sus ojos en las ondas de la peste y él no podía hacer nada para evitar su naufragio.


Albert Camus, La peste.

¿Y por qué esta obsesión que me impulsa a arremeter contra toda destrucción, como si me hubieran nombrado protector del mundo? ¿Qué soy yo en realidad? Un ser indefenso a quien se le van muriendo uno tras otro los seres que tiene cerca, que no puede retener en la vida aquello que más le pertenece, un naufragio total, un lastimoso grito.


Elias Canetti, La provincia del hombre, apuntes de 1959.

Los positivistas (y él lo fue) acaban fácilmente cayendo en la teología. Valéry hizo del lenguaje su dios, se entregó a él, como todos aquellos que, una vez excluido lo absoluto, se aferran a sucedáneos. Escogió las apariencias, se convirtió, él, tan atento al matiz, en un fanático del verbo, o, si se prefiere, de la «forma». Fue ésa su manera de hundirse. Pero hoy, naufragio mucho más grave, no se cree ya en el verbo sino en la ciencia del verbo. A la pasión por el lenguaje ha sucedido la lingüística, nueva prueba, si falta hiciera, de nuestra decadencia espiritual. Lo derivado sustituye en todo a lo original, a lo esencial. La idolatría del lenguaje representaba ya un paso lamentable hacia esa decadencia. ¿Qué decir entonces de esta segunda idolatría, mucho más desmoralizadora que la primera?


Émil Cioran, “Valéry y los estragos de la perfección”, en Ejercicios de admiración y otros textos.

Las señales luminosas que cuajan en la pantalla de bordes curvos formando sombras coloreadas que dan la ilusión de moverse y de hablar, con ligeros ecos electrónicos y acústicos, diciendo para nadie en particular lo que todos parecíamos saber de antemano, lo que creemos haber ya pensado alguna vez, son materia suficiente, fragmentos reconstituidos de un modo aproximativo con los restos de lo que podríamos llamar nuestro naufragio, si hubiese habido alguno entre nosotros que, antes de concluir en ese sopor hechizado hubiese de verdad atravesado, después de aventurarse en lo exterior, algún mar desconocido.


Juan José Saer, Lo imborrable.

Josep Izquierdo | 25 de junio de 2011

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