La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Permitirá el lector amable que esta interrogación sobre el futuro de Europa sea también una pregunta sobre el futuro de la izquierda, en la medida en que podríamos decir que la Unión Europea es el mayor, o acaso el único proyecto socialdemócrata que se mantiene en pie. Y preguntar por cuánto tiempo era, no hace tantos años, un puro ejercicio de imaginación mientras que, ahora mismo, es “la” pregunta del momento, ante las firmes evidencias de ascenso de la extrema derecha antieuropea en su seno, que está contaminando a la derecha clásica, o puede que mejor, antigua.
Pero el ascenso de la extrema derecha no es la causa, sino la consecuencia. Hace años que la Unión Europea, como se decía de los palestinos, no desaprovecha una ocasión de desaprovechar una ocasión: el episodio más reciente ha sido su falta de liderazgo y de política común para afrontar las revoluciones en su “patio de atrás” árabe. De echo, no sólo ha sido una oportunidad malograda, sino una oportunidad que sus enemigos internos han sabido aprovechar. El muy reciente incidente entre Francia e Italia sobre la concesión de permisos temporales de residencia, y por tanto de libertad de circulación en el espacio Schengen ha sido paradigmática. El gobierno italiano, aterrorizado, ha llegado a amenazar con su salida de la UE, y, puede que aún más grave, ha señalado su inutilidad si no era capaz de responder adecuadamente a la crisis de refugiados tunecinos y libios. La verdad es la verdad, la diga Berlusconi o su proxeneta (¿o eran Agamenón y su porquero?). Y en este caso, algo de razón tenía Berlusconi cuando reclamaba que la crisis de los refugiados debía tener una respuesta europea, y no sólo italiana. Que, para vergüenza de (dudo que) muchos, la UE apoyara el cierre de fronteras de Sarkozy es extremadamente simbólico.
Derecha antigua contra derecha antigua, Berlusconi y Sarkozy se han enzarzado en una pelea que les retrata, en la medida en que ambas respuestas eran un movimiento populista que se agota en el mero acto; que, por poner un símil tenístico, sólo pretendían que la pelota pasara la red y quedara en campo ajeno. Y al tiempo retrata a una Unión Europea que no tiene una política de inmigración, sino tantas como países miembros. Además, ponen en evidencia su miedo, y por tanto su debilidad frente a una opinión pública que en ambos casos tardará poco en manifestarse en las urnas, con previsiones poco halagüeñas en el caso de Sarkozy, e inciertas en el de Berlusconi (que ha dicho que no se presentará) y la hegemonía de la derecha en Italia, por lo que no extraña que hayan sido sus ministros (y posibles sucesores) quienes hayan sobrereaccionado.
El problema de Sarkozy es que le han adelantado por la derecha. Marine le Pen y su formación extremista se perfilan como un rival serio, organizado y en crecimiento, y sus esfuerzos por minimizar el campo de juego ejecutando políticas propias de la extrema derecha deja en el elector la sensación de que para eso ya está el Frente Nacional. Es muy interesante el análisis que, a preguntas de los lectores, hace hoy en Le Monde el sociólogo Alain Mergier: las clases populares francesas (e italianas, y españolas, y finlandesas, y…) son incapaces de entender qué está pasando a causa de la complejidad de una gobernanza global multifactorial, lo cual se traduce en una inmediata reacción de estrés social que reclama seguridad y control: seguridad sobre su futuro y control sobre los factores que lo determinan. La imagen de la gobernanza global como un nudo gordiano que las clases populares desean ver resuelto de un solo espadazo es muy gráfica: define a un tiempo las dificultades para comprender lo que está pasando, y la percepción de que es insoluble, y que sólo un acto radical que rompa las reglas vigentes permitirá resolver el problema. En el fondo, pues, las clases populares reclaman una vuelta a una narrativa más simple de los acontecimientos que permita formular respuestas comprensibles, y ahí la extrema derecha les proporciona un relato imbatible en su simplicidad: minoricemos la escala (salida de la UE, o del Euro, o de todo), y retomemos el control (nacionalismo en ocasiones rayano en la autarquía, tradicionalismo a la hongaresa…) y actuemos (expulsión de inmigrantes, cierre de fronteras…).
Aunque las soluciones que ofrece la extrema izquierda no están muy alejadas (minorizar, controlar), la percepción popular es que le falta la tercera pata para que el trípode mantenga el equilibrio: actuar.
¿Y la socialdemocracia? Daniel Innerarity publica hoy un artículo en El País que parece anunciar que algo se mueve en la socialdemocracia intelectual. Su reivindicación del mercado y sus mecanismos como conquista de la izquierda (anacrónico, si se quiere, pero no falto de razón: el capitalismo y la competencia económica nacen contra la lógica del monopolio y del privilegio, es decir, contra el patronazgo feudal), y su reivindicación de un pensamiento sistémico que razone la sostenibilidad económica y redefina las nociones de progreso o crecimiento apunta en la buena dirección.
El problema, ahora, es estabilizar la crisis para poder desarrollar una narrativa política como la que propone Innerarity. Es decir, ¿qué hacemos a corto plazo? Y, para nuestra desgracia, como ya hemos visto, el corto plazo es romper el nudo gordiano.
2011-04-23 20:22
Desgraciadamente hoy apenas sólo existe la llamada retórica de izquierda o farisea. Se hace visible la llegada del contrapunto. Sólo queda como deseable un futuro de equilibrio, improbable en la actualidad.
Pasado, presente y futuro de Occidente: izquierda, derecha, ¿ar?
2011-04-24 22:31
Muy interesante El problema es que la izquierda no tiene mensaje, ni el de Innerarity ni ningun otro. mejor dicho el discurso de la izquierda es “esto es lo que hay”, miren a ZP. Ni un gesto , ni una pista que sugiera que hay alternativa.