La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Belleza es una palabra proscrita del discurso mainstream desde el momento en que se secularizó: desde el momento en que descendió del olimpo inmortal y acampó entre paisajes bellos, personas bellas y objetos bellos. Dejó la universalidad platónica y descendió al mundo concreto, tangible, aristotélico. Dejó de proporcionar placer y sólo dio miedo. Puede que allá para principios de siglo, puede que allá por la primera guerra mundial, la belleza devino pecado de lesa estética. Casi un siglo antes ya había pasado lo mismo con el concepto de sublime, cuya complejidad es poco idónea para el mundo moderno y postmoderno, esforzado fabricante de papillas artísticas aptas para todos los públicos. Para Roger Colom y para mí es, sin embargo, una especie de palabra clave, de código secreto que utilizamos en pocas ocasiones. Sólo en aquellas en que ‘belleza’ designa sin atisbo de duda lo que para nosotros significa la palabra. Casi recuerdo cada vez que la usamos, como hitos que jalonan nuestra amistad.
Roger se sorprendió de que utilizara la palabra para su más reciente proyecto, que como tantos en él no es “su” proyecto, sino el de todos aquellos a quienes ha habilitado para realizarlo. Un viaje, una expedición de cinco días, desde Buenos Aires a la Plata montados en bicicletas-casa, obra de Leonello Zambón. Una expedición que no busca, sino que pretende encontrar a su paso más arte y más artistas. Un viaje que no es exploratorio ni colonial, sino celebratorio y desterritorializador, que otorga a cada participante, a quienes viajan y a quienes se encuentran con los viajantes, la dicha del amor fati, de amar el destino que, de momento y por un momento, les une, i les territorializa de nuevo en un lugar que es ya diferente. Como ellos mismos lo definen, “lo que pretendemos es una obra que lo sea en sí misma y que, a la vez, sea una curaduría, una exploración del trabajo de otros, un aprendizaje sobre sus métodos y resultados, una serie de conversaciones, y al final, una muestra con lo que hayamos conseguido y aprendido durante el trayecto.”
El blog de La expedición, que es parte de la obra, y por tanto la obra, puede resultarles incluso intimidante por lo inhabitual. Lo es siempre que el artista, en este caso los artistas, exponen a nuestra miradas y nuestra inteligencia el proceso creativo sin ahorrarnos su vertiente más emocional. Tal se diría un viaje en el viaje, una alterexpedición. Aún nos resistimos a este metaarte como si su mera existencia constituyese una aporía estética; como si el conocimiento del proceso mental, dialogal y emocional que conduce a la obra de arte comportase su autodestrucción, o su devaluación; como si la revelación del estrato submediático deteriorase la obra, inútil ya para su función. La función del arte mediático es mantener oculta la existencia de ese estrato, presentar la obra como un objeto de percepción inmanente, como un objeto de adoración religiosa en un mundo sin dios, como reliquias de la religión artística. Ese es el juego del arte al que juegan los medios de comunicación y con ellos el mercados del arte y buena parte de los museos y las galerías: juegan a la ocultación de aquello que permite percibir más claramente la obra artística como una aporía de la razón, como aquello que en el contraste entre nuestras expresiones conceptuales (la del artista, la del espectador) y la obra en sí misma, nos revela la multiplicidad y la inestabilidad del mundo.
Parafraseando a Schiller, cabría decir que lo sublime contemporáneo está compuesto por el pensamiento artístico, que en su grado más alto se expresa como una dialéctica de la complejidad y el desconsuelo; y por el acto creativo, que conjura y celebra ese mismo desconsuelo. Un proceso dialéctico entre la desesperanza y la esperanza que en su versión artística no comporta una síntesis, sino un eterno retorno de la una a la otra. Entre la pena expresada como un escalofrío y la alegria que llega al entusiasmo se encuentra lo sublime, “y si bien no es precisamente placer, las almas refinadas lo prefieren con mucho a cualquier placer".
La expedición es, en ese sentido, sublime. Y me cuento entre las almas refinadas que disfrutan con esta obra, y sus obras.