La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Groys: “La filosofia es una forma de vida, desde el principio. Esto significa también que la filosofía no es enseñable a todos, no puede ser transferida a todos. Para los hombres que no profesan la filosofia como forma de vida, no tiene significado alguno.” Izquierdo: neguémonos a compartir nuestro modo de vida.
València se apresta a convertirse en una gigantesca y virulenta flashmob: convocados por redes sociales analógicas, llamadas casales falleros, o simplemente “la falla” —que no sólo designa el objeto, sino el espacio de reunión e, incluso, el mismo subconjunto social formado por los falleros de una falla— aparecerán aquí y allá, unas veces disfrazados, otras de incógnito, para practicar rituales pirómanos, alcohólicos y estupefacientes a modo de chute de orgullo, identidad y pertenencia. La ciudad es el espacio artístico que lo hace posible y al tiempo una signatura de la realidad que hace extra-real la performance instantánea mediante la cual cualquiera deviene un valenciano de pro, un artista y un espectador de si mismo. Su repetición anual no la hace menos flash: simplemente la inscribe en una tradición, del mismo modo que las flashmobs usuales necesitan de la existencia de otras anteriores para tener significado como tales. Puede que sólo las diferencie la previsibilidad o imprevisibilidad futuras, pero en realidad el mito del eterno retorno que funda las fallas es, en si mismo, una falacia que ayuda a sobrellevar el resto del año.
La fiesta es totalitarista: sólo puedes unirte a ella, o desaparecer. Como la oferta de la mafia siciliana en El Padrino, la oferta de la fiesta no puede ser rechazada.
Si la cultura contemporánea de masas celebra el gasto puro, las Fallas son su quintaesencia.
“Lo que a mi me interesa es el espacio de los surrealistas, los simbolistas, el espacio de la pareja amor-odio, el espacio compartido de los grupos primitivos y de las comunidades imaginarias”. Si a Sloterdijk le interesa València, por lo que se ve, ¿por qué no a nosotros?
¿Tiene razón Sloterdijk cuando dice que “la historia de la crítica moderna de la sociedad sólo sirve al objetivo de entrenar al sistema inmunitario de la sociedad contra la crítica”? ¿Estamos atrapados en un bucle entre resistencia e inmunización? ¿O es en realidad una cinta de Möbius: una sola cara y un solo borde? La única conclusión posible es que formo parte, con mi crítica, del mundo de las Fallas.
2011-03-11 23:30
Por ahí va la vaina. O viene…, que aquí el espacio/tiempo es inseparable; pero no desafecto a la simultanidad
2011-03-12 14:12
Vale, es una tontería, pero no he podido resistirme: En Valencia hay naranjas amargas, hasta aquí todos de acuerdo. Aunque, supongo, que el aroma de la flor de azahar compesa :-)
2011-03-12 20:24
Las hay en la calle: son los naranjos ornamentales, que dan naranjas amargas. Y el aroma del azahar era embriagador, y ahora es estupefaciente. Yo sospecho que fue manipulada genéticamente hace años. Allá por 1995 exactamente.
Un saludo