La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
No son pocos los que creen que estamos en un carnaval permanente: la izquierda democrática decreta un estado de excepción (light, pero con todo el sabor y el aroma naturales) para resolver un conflicto laboral. Es más, la izquierda democrática ha decretado nuevamente un estado de excepción preventivo (bajo la forma especiosa de una prórroga) para evitar que, presuntamente, se produzca un conflicto laboral. Que semejante situación se dé para garantizar un derecho como mínimo discutible (el derecho a viajar en avión) solo añade pimienta a la situación. Sí, sí, ya sé que el volumen de pérdidas comerciales y de imagen del país en un sector tan crítico en estos momentos como es el turismo puede desencadenar una espiral descendente en nuestra economía, porque el otro pié de barro (por mucho hormigón que contuviese) de nuestro gigante económico se lo llevó la riada de la crisis. Dejaré de lado si el turismo debe, a medio y largo plazo, continuar sosteniendo nuestra economía, si debe ser muleta o muletilla, vaya. Lo que quiero argumentar aquí es que, efectivamente, vivimos en un carnaval permanente, pero puede que por razones diferentes a las que convencionalmente creemos.
Sobre el origen y el significado del carnaval, es un tópico cultural desde Bajtin y su obra La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento: el contexto de François Rabelais, que supone la inversión de los roles sociales en un tiempo acotado, como manifestación revolucionaria del pueblo que se libera y con ello se renueva para mejor. Decía Bajtin que "durante el carnaval es la vida misma la que juega e interpreta (sin escenario, sin tablado, sin actores, sin espectadores, es decir sin los atributos específicos de todo espectáculo teatral) su propio renacimiento y renovación sobre la base de mejores principios. Aquí la forma efectiva de la vida es al mismo tiempo su forma ideal resucitada." Esta interpretación ha devenido tan tópica como para que la cantemos en cancioncillas alegres: "Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano sin importarles la facha. Juntos los encuentra el sol a la sombra de un farol empapados en alcohol magreando a una muchacha."
Quienes vivimos de cerca estas fiestas carnavalescas (tipo Fallas) no lo tenemos tan claro. Para empezar, las cualidades revolucionarias de lo popular deben ser puestas en cuarentena, si no en duda metodológica. Y puede que todavía con más fuerza deba serlo la identificación entre "la vida misma" y las manifestaciones festivas populares, o esa suerte de neoplatonismo marxista que identifica la liberación de las energías populares (la "forma efectiva de la vida") con la "vida ideal resucitada". Si es resucitada, lo es porque fue, en los orígenes de la humanidad se entiende, la forma natural de relación social: libre, igualitaria, solidaria… Ya sabe el lector asiduo que estoy más cerca de Hobbes que de Rousseau, y que, por tanto, la hipótesis de partida de Bajtin me parece un camelo. Y que su explicación general del carnaval como inversión de la correlación de fuerzas sociales, o de las estructuras de dominación cotidianas, como mínimo insuficiente.
Mucho más interesante y creo que con mayor capacidad de generar una explicación satisfactoria es la interpretación de Karl Meuli de que las fiestas carnavalescas (aquellas en que la ley, es decir el statu quo, es suspendida temporalmente) tiene más relación con formas jurídicas arcaicas que establecen la suspensión de la ley para que sea posible la "justicia popular": la expulsión ritual del "bandido", que deriva del germánico ban, y que indica el poder de mando de los señores, con lo cual poner a alguien "en bando" o "abandonar" significa excluirlo del orden jurídico, expulsarlo de la sociedad. Las manifestaciones medievales de los carnavales, los charivari (como en el Roman de Fauvel) o incluso el mismo Halloween, en que los niños castigan la obligación de donar (un principio de la justicia popular) con manifestaciones de violencia ritual son, en origen, formas de justicia popular —por definición alegales, lo cual implica una una suspensión temporal de la ley— que reiteran costumbres tradicionales y formas jurídicas a través de las cuales era ejecutado el bando y la proscripción. Tomo los datos de Agamben y su Estado de excepción, lectura altamente recomendable.
¿Y qué relación tiene todo esto con el estado de alarma? La situación desencadenada en los aeropuertos españoles por el conflicto laboral entre el gobierno y los controladores aéreos desencadenó un movimiento de justicia popular que legitimó un "bando" contra los responsables. Que esa reacción no sólo estaba determinada por una situación concreta, sino que estaba preñada del descontento popular hacia la gestión de la crisis económica era una evidencia que los medios de comunicación amplificaron hasta la exasperación, y lo era también para un gobierno consciente de que, si no liberaba y lideraba las energías populares, podía encontrarse en la situación de ser él mismo excluido, puesto en bando, como responsable último de la situación. En ese sentido, el estado de alarma es, como decía, una forma light del estado de excepción necesario para que se produjera el cruel ritual a través del cual los "bandidos" son expulsados de la comunidad, sus casas destechadas y destruidas, los pozos envenenados y sus tierras sembradas de sal.
Justicia comunitaria, popular, sin duda. La misma que corremos el peligro de que sea aplicada a otros excluidos, a otros "bandidos": a los gitanos (cuando las barbas de tu vecino francés veas pelar…), a las prostitutas, a los drogadictos, a los extranjeros, a los homosexuales, a los españoles que no quieren serlo, a los frikis, a los que leen, a los que piensan, et caetera multa. Sinceramente, prefiero que esa puerta no esté abierta.
2010-12-18 12:49
Pués me temo que esa puerta ya está abierta. Estupenda entrada, que comparto, quizás vivir en una ciudad puramente carnavalera me hace sentir, especialmente identificada con la exposición que haces.
Ahora veremos cómo maneja y convence (de la mano de esa élite informativa tan objetiva que tenemos) a toda una sociedad borreguil de que lo que nos conviene es jubilar más tarde a un nuevo grupo de “bandidos”,en este caso, “ese grupo de privilegiados que son los que trabajan” (que si se mira bién es cierto, ya que cada día es mas complicado encontrar trabajo); seguramente ira avalado este nuevo despropósito, de informes psicológicos que nos convencerán de que lo mejor para todos es no jubilarnos en la plenitud de los 65, que de todos es sabido la depre que afecta a quiénes se jubilan y no es plan. La oposición y los sindicatos hoy se llevan las manos a la cabeza, pero segura estoy, de que poco a poco de aquí al 28 de enero, irán matizando esta postura y aceptando la “flexibilidad” de esa medida, que seguro que mirándolo bién no debe estar tan mal, porque para que querremos irnos tan jóvenes y dejar de producir, bueno quién trabaje, que a lo mejor llegado el caso ninguno lo hace y no hay que tomar esta medida, que si, que mire usted, a lo mejor no está tan mal, puede, es posible, si lo pensamos bien…….seguramente lo cantaremos en el Carnaval de Cádiz.