La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Confesaré que, a la hora de escribir sobre temas que son objeto de debate público, suelo buscar y exponer el punto de vista razonado y razonable menos difundido. Desde luego, siempre es mi punto de vista, pero, como decía Marx, “si no te gusta, tengo otros”. La pluralidad de puntos de vista (de “enfoques” del tema) solo es parcialmente estratégica (qué puede interesar más al lector, por ejemplo), y de hecho responde mejor a los diversos grados de observación que se pueden establecer sobre el objeto de discusión: por ejemplo, si participas en el debate como opinador primario (“Tengo una opinión sobre el tema del debate.”), o como observador primario (“¿Quién tiene razón?”), o como observador secundario (“Tengo una opinión sobre el debate”). La última es el punto de vista cínico, el de “aparta, que me tapas el sol”, y no negaré que suele ser mi preferido. Tres puntos de vista, tres opiniones, y un solo Izquierdo verdadero. La economía de esta disposición trinitaria es estratégica, desde luego, y pueden aparecer las tres, o dos, o una, normalmente en relación inversamente proporcional a su presencia en el debate público, con lo cual el punto de vista cínico suele llevarse el gato al agua.
Pero “cínico” es un concepto que en su vulgarización sólo tiene significados negativos (desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables, dice la RAE) y que suele estar en las antípodas de una posición contraria a, o por lo menos disidente con, el discurso dominante, que no siempre parece el discurso del poder, aunque lo sea.
Pongamos el caso, de nuevo, del Cablegate de Wikileaks. El discurso dominante en la red, los medios de comunicación y la opinión pública es que se trata de un ejercicio democrático de transparencia informativa que hará más visibles, y por tanto más fiscalizables, las relaciones internacionales. Nada que objetar a esa interpretación, si no fuese que la transparencia informativa ha producido, como efecto inmediato, la opacidad (la práctica desaparición de los medios) de otros temas: la reforma del mercado financiero aplazado ad infinitum, la falta de implicación de Alemania (y el dontancredismo de Francia) en el proceso de construcción económica y política de Europa, la desaparición de las agendas políticas mundiales del control de las emisiones contaminantes, como consecuencia de la crisis económica, la utilización de un recurso altamente peligroso (el Estado de alarma) por parte del gobierno español para evitar que la clase media pierda derechos fundamentales como viajar en vacaciones, y ofrecer una imagen de autoridad por medios como mínimo discutibles. Desde que ocurrió tengo una pesadilla recurrente: el PP declara, tras los atentados del 11M, el Estado de alarma…