La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Hace tiempo que tengo la sensación de que los cambios culturales que suceden mientras discutimos, analizamos y programamos la cultura nos explotarán en la cara cualquier día, si no lo están haciendo ya. Un ejemplo. Los ríos de tinta vertidos en torno a la literatura del yo y la primacía del autor en la literatura culta de la primera década del siglo XXI, sin advertir en qué medida se trataba de una sobrerreacción a la deflación autorial en la cultura popular: si contar historias siempre ha sido un arte comunal —por lo menos hasta la popularización de la imprenta durante el siglo XVIII—, durante el siglo XX los medios de comunicación de masas fueron devolviendo las historias a la comunidad a través de los seriales radiofónicos, el cine y la televisión. Las grandes narrativas populares del siglo XX son el producto de esfuerzos colectivos, comunales, en la medida en que su éxito o fracaso dependen de que reflejen convenciones compartidas con el público que, con su aceptación o rechazo, determina el propio devenir de cada historia o el de las historias que las sustituirán. La reconversión de la novela popular en género auxiliar de la narrativa audiovisual es un síntoma de ello.
De hecho, puede que la poesía nos ayude a trazar el camino que va desde sus orígenes musicales, como asociación de palabras, ritmo y melodía que reflejaban el querer y el saber de una comunidad, a la densificación que la aleja progresivamente del medio popular y la circunscriben exclusivamente al ámbito reflexivo de la palabra escrita. En la actualidad, gracias a los medios de comunicación y de reproducción de masas, nuestros adolescentes consumen (y fabrican) ingentes cantidades de poesía sin que ni ellos ni muchos de nosotros percibamos el vínculo que aún subyace entre sus “rimas” y los orígenes de nuestra arte poética: tengo alumnos adolescentes que rapean, “riman” en su argot, con un virtuosismo que haría palidecer a Arnaut Daniel, al tiempo que reflejan ese querer y saber comunal del que hablaba. Pero, por dios, ni se nos ocurra llamarlo poesia en su presencia, ni el la de nuestros doctos poetas. Si me permiten la maldad, incluso la llamada poesía de la experiencia no es más que un proceso semejante de estilización de las canciones de “autor” que durante la segunda mitad del siglo XX mantuvieron vivo el enlace entre arriba y abajo, entre lo culto y lo popular.
Creo que Don Delillo se equivoca cuando vaticina que la tecnología reducirá la necesidad humana de narrativa en el sentido tradicional, y que las novelas podran ser “customizadas” con un alto grado de individualidad. Si se refiere a la narrativa popular, los hechos le desmienten ya: la tecnología de los medios de comunicación de masas ha aumentado la necesidad humana de narrativa en su sentido más tradicional: como rectora y garante de la sociedad, como expresión de la ideología comunal. Aunque puede que una cosa y la otra no sean del todo contradictorias, o incluso que una cosa sea consecuencia de la otra: que esa narrativa individualizada no sea más que un nuevo medio de penetración de la ideologia comunal, la satisfacción de nuestro deseo de ser uno y al tiempo ser con los otros, a modo de pulsión y represión, o viceversa, según comulguemos con Hobbes o con Rousseau.
Las reflexiones que siguen la primera afirmación, si el lenguaje puede tener la misma profundidad en formato electrónico que en la página impresa, lo dejaremos correr, más que nada porque nuestra pulsión inicial a contestar que distinta, pero no necesariamente menor, puede ser matizada con la última pregunta retórica: “¿la poesía necesita el papel?”
Y en ésas ando. ¿Hemos llegado tan lejos en nuestro deseo de alejarnos de nuestros orígenes, que la poesía, esencia pura de nuestro pasado como comunidad oral, ya no es concebible sin el papel? Creo que a partir de ahora voy a estar más atento a mis aedos adolescentes.