La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Problemas de comunicación. La izquierda cree que ganó la batalla de la comunicación durante el corto siglo XX (de 1914 a 1989). Desde entonces, tiene menos crédito comunicativo que un gitano en Francia. Supo sobrevivir con los medios de comunicación modernos, y ha fracasado estrepitosamente con los postmodernos/altermodernos/metamodernos (tachen lo que no proceda, aunque a mi, más que nada por enredar, me gusta el último concepto). La izquierda, toda la izquierda, que cultivó con afán la narrativa del destino trágico en la modernidad mediante un control férreo de la información y la propaganda, vive ahora escrutando su hado en el transparente y denso oráculo de los medios de masas: buscando entre la sobreabundancia de información y la desjerarquización de las interpretaciones el rastro de un complot universal que condena su relevancia en la vida pública al ostracismo. En lugar de salir a explorar con espíritu de aventura la nueva sociedad, se queda a la vera del fuego lamentando que “la sociedad capitalista no es lo que ella dice que es”. Paralizada por lo que percibe como una anomalía lógica que ya denunció Platón, se esfuerza por inundar de luz una caverna que, pese a sus esfuerzos, permanece opaca, intransparente: intenta que todos seamos observadores y todos seamos observados, lo cual implica la contingencia de todos los criterios y de todas las posiciones del observador. Como dice Luhmann, ese cambio permanente de perspectiva implica que “Dios ha muerto”: que no hay un observador último que imponga su criterio de observación. El fracaso de Zapatero a la hora de manejar la crisis como relato es un síntoma de que la izquierda no ha entendido que la realidad es la comunicación de la realidad.
El problema de la moral. En este punto, el problema de la fundamentación moral de la izquierda se hace evidente. La moral metamoderna ya no es un instrumento de cognición de la existencia de un observador último (si existe el bien es porque alguien lo observa y lo garantiza, al menos como concepto) sino un dispositivo que garantice los criterios de observación y creación de realidad de los medios de masas: la bondad y la maldad ya no son percibidos como criterios objetivos, sino como condiciones de observación: lo malo presupone lo bueno, y permite hablar de lo que no existe, al tiempo que introduce un factor de compensación, de estabilidad, en el constante devenir de rupturas temporales y sociales, el conflicto y la diferencia, que los medios de masas necesitan como motores de la comunicación social que representa a la realidad. Si bien todos sabemos que “debe haber ángeles caídos para que se multipliquen los demonios”, en palabras de Jean Paul, también sabemos que la moral es, por tanto, una estrategia, y no un hecho. Puede que la cobardía de Zapatero ante Sarkozy por el tema de la expulsión de los gitanos de Francia sea una decisión de estado, pero como pago por los servicios prestados confirma en el observador que la fundamentación moral de la izquierda es una estrategia, y contribuye con ello a reducir la moral como criterio de delimitación de la realidad a los casos enfermizos: pederastas, asesinos sádicos, genocidas, y poco más.