La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Puede que no esté de más recordar que los humanos somos máquinas de construcción de sentido. Incluso por encima de nuestras necesidades físicas, y que ello sea lo que nos hace específicamente humanos. Ningún animal está en condiciones de desobedecer una necesidad corporal: hambre, sed, reproducción, por poner sólo unos pocos ejemplos de imperativos biológicos que los humanos podemos deliberadamente desobedecer. La teología medieval lo llamó libre albedrío, y la Ilustración lo llamó razón. Pero no desobedecemos a nuestra biología porque sí: lo hacemos en función de un sentido. No minusvaloro nuestra parte animal, ni digo que seguir nuestros instintos primigenios no vaya acompañado de o causado por el sentido que necesitamos otorgarle al acto. El sentido nos acompaña siempre.
Incluso puede que ese sentido deba ser excesivo para que nuestra humanidad se afirme. De hecho, los hombres generamos sentido, sentidos, incesantemente, de modo que siempre hay un exceso: múltiples percepciones del yo, interpretaciones subjetivas del mundo, diferentes modelos sociales y asociales. De hecho, las sociedades humanas operan siempre sobre una reducción a un número manejable (podríamos decir, ritualizable) de la multiplicidad de sentidos que somos capaces de generar, pero ninguna sociedad humana ha conseguido reducir a uno solo los sentidos posibles, y las que lo han perseguido de manera ardiente u obcecada han cosechado frutos bien magros, o simplemente han acabado renunciando al intento de grado o por la fuerza.
La perenne inquisición humana por las causas del mundo físico es un ejemplo de mi argumento, pero puede que en él mismo más contradictorio de lo que parece. Las teorías conspiratorias sobre la causalidad científica (SIDA, Gripe A…) que proliferan en nuestro mundo globalizado son una prueba de esa contradicción: la ciencia reduce tanto el abanico de posibilidades que la mente humana prosigue la búsqueda para que haya más sentidos. Algo así como un grito desesperado, tragicómico, del que desconfía de que la verdad que tiene ante sí no sea toda la verdad: “Pero, ¿hay alguien más?”. Como si el humano temiese más la falta de elecciones posibles que el hallazgo, al fin, del único sentido.
Tanto o más humana que la búsqueda del sentido del mundo físico es la búsqueda del sentido del mal. Desde los compañeros de Jonás en la barca a punto de zozobrar (¿de quién es la culpa?), que resuelven mediante el azar, como una especie de reconocimiento de la multiplicidad de posibilidades que ofrece el mundo, todas válidas (todos somos culpables de algo), hasta la búsqueda de las raíces de la actual crisis económica (inconsciencia inversora, especulación, corrupción, mal gobierno, codicia, o, por qué no, el castigo por un pecado que ni siquiera somos conscientes de haber cometido, como por ejemplo haber vivido durante años por encima de nuestras posibilidades). En la medida en que esa especie de “queste” del anti-graal previene u oculta el hecho de que haya infinitos sentidos, es decir que el mundo esté construido sobre la casualidad, más que sobre la causalidad. O aún mejor, que la causalidad sea sólo la coartada de una insoportable incapacidad para dotar al mundo de sentido precisamente por su indeterminación, fruto de la infinidad de sentidos posibles. Que el mundo no tenga sentido porque contiene todos los significados.
Para Martin Nilsson, filólogo clásico sueco, la religión era la protesta del hombre contra la insensatez de los acontecimientos. Otro filólogo clásico, Walter Burkert, afirma que los seres humanos prefieren aferrarse al excedente de causalidad y de sentido, y que no faltan los mediadores para explorar las conexiones ocultas.
Puede que todo pueda resumirse con la sentencia de Tito Livio: “adversae res admonuerunt religionum”, si a la búsqueda del sentido y al excedente de sentido pudiésemos significarlos con la sola palabra religión. El mal hizo recordar la religión.
2010-05-09 18:41
Acertado artículo, señor Izquierdo. El pavor ante el azar y la necesidad de reducirlo a dimensiones manejables (o siquiera soportables) constituyen el motor de la actividad intelectual humana. Se trata, por descontado, de una batalla perdida. Pero no estoy seguro de que podamos permitirnos el no librarla.
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