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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Historia bipolar de dos ciudades


“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; todos íbamos directos al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”



Ya imaginarán ustedes que no voy a escribirles sobre Londres y Paris. Puede que llegue el día. De momento, no. Tampoco de la Revolución Francesa, aunque, efectivamente, la comparación pueda hacerse en grado superlativo tanto en lo que se refiere al bien como al mal. Tomo, eso sí, a Dickens como excusa para hablarles de las dos almas de una sola.


En Valencia hay dos ciudades. Sólo dos: la de quienes la aman y la de quienes dicen amarla. Normalmente quienes la aman son gente reservada, que no exterioriza sus sentimientos ni siquiera cuando se les acusa de su carencia. Los otros cubren su incapacidad para amar con un manto de palabras vacías, de himnos, banderas y ropajes de fantasía, para acto seguido ejercer sobre ella una violencia devastadora. Y esa violencia ha convertido a Valencia en una ciudad devastada por un enemigo quintacolumnista y falsario, que no sólo la habita, sino que es la propia ciudad.


Quienes dicen amarla dicen también que quieren otra ciudad, que sólo se parece a la original por su nombre y por sus coordenadas geográficas. Dice Sloterdijk que el mundo movido empresarialmente en el fondo sólo necesita el pasado para dejarlo tras de sí. En Valencia este principio hace años que se siguió a rajatabla: la construcción del primer edificio de El Corte Inglés en la ciudad fue precedido del desmontaje piedra a piedra de la iglesia gótica del Convento de santa Catalina que ocupaba el solar, para ser remontada en un solar perdido de las afueras de la ciudad. Si el mundo movido empresarialmente sólo necesita el pasado para dejarlo tras de sí, o como mínimo en la periferia, el mundo movido populistamente sólo necesita el pasado como solar sobre el que edificar el futuro, y necesita que el pasado no sea real, que no exista literalmente. Ni siquiera su traslado a la periferia es satisfactorio, pues se convierte en memoria del delito. Debe desaparecer para que su recreación, su invención, pueda tener credibilidad.


Tal es así en El Cabañal, el antiguo pueblo de pescadores y de veraneo de la burguesía valenciana durante el siglo XIX. Una de las escasas muestras del modernismo popular que sobreviven en Europa. Quienes aman la ciudad ven casas modestas, de una o dos alturas, funcionales para una población que vivía a medias del mar y de la huerta, con fachadas de azulejos que aunaban por un lado la tradición cerámica valenciana y por otro el interés modernista por este tipo de materiales (recuérdese a Gaudí). Ven una trama urbana que guarda la memoria de una relación no siempre afectuosa, pero siempre mutuamente dependiente.


Quienes dicen amarla sólo ven casas viejas con alicatados de cuarto de baño. Ven calles que se alinean de norte a sur, paralelas al mar, impidiendo el acceso de los ahora burgueses a su sacrosanto derecho turístico al sol y la playa en su vehículo particular. Si por ellos fuera, después de destrozar la trama para acceder sin rodeos a la arena, convertirían el resto del barrio en plazas de parking.


Por eso quienes se oponen, esa gente callada que ama su ciudad y su barrio sin sentir la necesidad de hacerlo desaparecer para que así su recuerdo ya no pueda ser mancillado por la realidad, son acusados de terroristas y provocados para que se produzca un estallido que legitime el expolio. Y si ni siquiera así se les ocurre utilizar la violencia como medio, si se limitan a resistir pacíficamente, pues se les da unas hostias a ver si así reaccionan y justifican lo que hemos dicho de ellos. Pero ni así. Cobardes.


Josep Izquierdo | 23 de abril de 2010

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