La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Desde que la prensa nacional decidió que lo que ocurría en Valencia tenía alguna relevancia para entender cómo funciona este país, es decir, desde que estalló el caso Gürtel, no hay semana sin declaración extemporánea, o tan cándida que no evite que las amebas se sientan reconfortadas por su inteligencia al oírla, o acto que no se convierta en memez, o memez que algún político no pretenda convertir en acto. Más de un connacional se preguntará qué coño nos pasa a los valencianos desde el verano pasado, mes arriba, mes abajo. Le respondo rápidamente: nada que no sucediese con anterioridad, exactamente con la misma frecuencia y con el mismo grado de inteligencia (es decir, −273,15° C).
Que no quepa duda que la censura de una exposición sobre la fotografía de prensa en 2009 me parece atroz, bla, bla, bla. Que los responsables deberían dimitir, bla, bla, bla. Que alguien debería dar una explicación ante Dios y ante los hombres, bla, bla, bla. Que aplaudo la dimisión del director del MUVIM, bla, bla, bla. Pero lo que me parece inadmisible es la cantidad de veces que hemos callado con anterioridad, la cantidad de veces que gente digna ha colaborado con la administración valenciana por sentido del deber y por lealtad social, y, cuando han caído (recuerdo a más de un director de museo, a más de un director de Teatres de la Generalitat, a más de un artista, a más de un intelectual, a más de una asociación cívica laminada administrativamente…) no hemos sido capaces de defenderlos, de poner el grito en el cielo, de bajar a los infiernos si era necesario para pararles los pies, para hacer que se lo tuvieran que pensar muy mucho antes de volver a vomitar su carencia de autoestima y su ira sobre aquellos que pretenden que el daño que están haciendo a la sociedad valenciana no sea irreparable.
Pero me temo que llegamos tarde porque no llegamos pronto. Que ahora todo esfuerzo sea vano porque la primera vez nos complació que fuesen tan soberbios como creíamos. La segunda que fuesen tan estúpidos como temíamos, y la enésima nos complace que tuviésemos razón. Y así estamos, enormemente complacidos de estar del lado de la verdad y del honor. Solo que los que están de ese lado suelen estar muertos. Muertos civiles muy limpios y con la conciencia muy tranquila.
Ése es nuestro problema, que no nos gusta ensuciarnos: el mismo director del MUVIM no tuvo reparo en explicar que cuando vivió la reacción del diputado de Hacienda de la diputación de Valencia, durante la inauguración de la exposición, supo que la cosa acabaría mal. Si ya lo sabía, si todos lo sabemos, por qué no reaccionamos en ese mismo instante, con los mismos malos modos, con la misma chulería. ¿Por qué no presentó su dimisión allí, en ese mismo instante, a voz en grito en medio de la sala? ¿Por qué esperó que a la ofensa se le uniese la infamia de querer involucrar en el acto censor a la dirección del museo? Sí, ya sé que nosotros somos unos caballeros y ellos no son más que nuevos ricos paletos que tienen miedo de perder lo que tienen. Pero, ¿cuál es nuestro miedo? ¿por qué les tenemos miedo nosotros?
2010-03-12 23:03
Valencia y Madrid son dos laboratorios donde se experimenta con la política del detritus, la de la censura, el miedo, la chulería, la prepotencia, el poder omnímodo y —oh, sí— el totalitarismo. Sorprende que los mismos que denuncian las políticas de Chávez o de los Castro (y que deberían lavarse la boca con jabón antes de hablar de los disidentes) callen y se sonrían ante los procedimientos estalinistas que se observan desde las respectivas consejerías de Cultura, Educación y, en menor medida pero igualmente visibles, todas aquellas de cuyos dineros depende tanta gente. Y, ante todo y sobre todo, con un manejo y un control de los medios públicos (y muchos privados, vía subvenciones o publicidad institucional) que hacen parecer al Alfonso Guerra de los ochenta un simple pringao.
Digo que es un laboratorio porque lo que de ahí salga como efectivo se aplicará luego (ya se aplicó en su momento) a la política nacional, apenas el PP vuelva al gobierno. Pero entre los principales culpables de que esto suceda están, justamente, los principales diarios y medios de comunicación de la Comunidad Valenciana, quienes no sólo no ejercen su obligación de informar debidamente y de vigilar a los poderes públicos, sino que de hecho se pliegan a las exigencias del amo por el acojone de perder los importantes dineros que la Generalitat y las diputaciones ingresan en sus cuentas y que les resuelven en no pocos casos el balance. Y la actitud resultante es de un servilismo que da auténtico asco, y al mismo tiempo enrabieta. Los presentadores de informativos de Canal 9 o Telemadrid ya, incluso, introducen consignas políticas, sin ningún reparo, a la hora de dar las noticias. Todo esto lo sabemos porque lo leemos en innumerables ocasiones en los textos que gente como Juan E. Tur, Juliá Álvaro o Josep en esta misma columna escriben y por lo que podemos enterarnos de lo que los medios “mainstream” ocultan complacientemente.
Sí, estos políticos dan miedo y asco, un repelús inclasificable. Pero tienen cómplices necesarios que son, además, una vergüenza para la profesión de la que hacen gala.