La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Es prácticamente seguro que no me hubiese leído la Anatomía de un instante de Javier Cercas si no fuese porque me pareció estrafalario que 50 personas consultadas por El País hubiesen dicho que era el mejor libro del año. Más que nada porque, puestos a elegir un ensayo, se me ocurren unas cuantas posibilidades mejores. Eso sí, poco o nada susceptibles de ser leídas por un público mayoritario. Pero esto tampoco es determinante: la vida pública cultural en este país puede ser definida como una sucesión perpetua de decisiones estrafalarias, en el mejor de los casos. Lo determinante es que la decisión fue tan abiertamente estrafalaria que pilló por sorpresa al mismo autor: la presencia de autores en español ha disminuido notablemente entre los favoritos porque “quizá este año no sea una de sus mejores cosechas”.
Leo y releo Anatomía de un instante y sigo sin ver lo que el autor, o los críticos, dicen ver en ella: la hibridación de géneros. Pero sí que veo por qué el autor y los críticos lo piensan. Porque su nivel de exigencia literaria está por los suelos, aunque sean, sin duda, suelos patrios. Si ello es por incapacidad, o, como apunta Cercas, por hacer de tripas corazón, es otra cosa. A los españoles cualquier teoría sancionada socialmente (antes “políticamente correcta”) nos parece real, y por tanto, verdad. Si alguien propone otra teoría, lo llamamos ficción. A la mezcla entre “esta” verdad y “esta” ficción la llamamos hibridación de géneros. La verdad “canónica” es que la historia contemporánea española se divide en: guerra civil; franquismo; transición democrática; Constitución y democracia. Javier Cercas propone la siguiente “ficción”: que hay un ciclo histórico desde el golpe de estado de 1936 al golpe de estado de 1981, y que el resto es literatura, perdón, democracia, de la cual el héroe anti-héroe, o héroe negativo, o el héroe deconstructor y reconstructor fue Adolfo Suárez, quien con un solo gesto, el de aguardar pacíficamente la muerte a tiros de los golpistas sentado en su escaño del congreso, canceló el golpe de estado anterior.
Hay más razones para que el libro haya recibido la etiqueta de “híbrido”: porque no nos gusta llamar a las cosas por su nombre. Javier Cercas ha escrito una novela histórica, pero en España creemos que una novela histórica es siempre un subproducto no demasiado alejado del “peplum” en el cine y que debe situarse, a lo sumo, en la edad media. Ni siquiera Pérez Reverte admite que sus novelas sean “históricas”. Otra razón es que Javier Cercas explicita sus motivos personales. En este país leemos “yo” y deducimos rápidamente que el escritor habla de él mismo, y por tanto que lo que dice es completamente verdad, si nos cae bien, o completamente falso, si nos cae mal, o es una hibridación de géneros si ni fu ni fa. En cualquier caso, la utilización de la primera persona en Cercas está lejos de añadir complejidad a la trama: es un yo tan puramente confesional (esto es, un yo tan verdadero, tan real, tan poco literario) que incluso las Confesiones de san Agustín parecen un dechado de complejidad narrativa a su lado.
Y ese yo real nos lleva a un terreno todavía más resbaladizo. En España creemos que si hay un equilibrio entre fracciones o facciones políticas, aquello que se nos cuenta es verdad. Y la narrativa entera de la Transición española se fundamenta sobre esa verdad: ni vencedores ni vencidos. Mejor dicho: todos vencedores, nadie vencido. La ficción hace tiempo que ha asumido ese paradigma en la medida en que es un paradigma narrativo que no ofende a nadie. En realidad, es el modelo Cuéntame, que persigue, precisamente, la paz social ahora mediante la proyección hacia el pasado del deseo para el presente.
Pero lo que cuenta Javier Cercas no tiene nada que ver con la dilucidación de nuestro pasado histórico. Ni siquiera con la verdad, con la realidad o con la ficción. Es la narración del franquismo, la transición y la democracia como un conflicto generacional finalmente resuelto (la consolación por la historia, léase sobre todo el epílogo del libro), y como un proceso salvífico (en su sentido religioso), a través del cual España, o el pueblo español alcanza la redención del pecado original golpista cancelando un golpe triunfante con un golpe fracasado a través del gesto redentor de los tres héroes que permanecieron erguidos ante la acometida de los golpistas (en el fondo, de todos nosotros). El conflicto generacional es la extensión al conjunto de los ciudadanos españoles del propio conflicto del autor, un irreflexivo joven de izquierdas, como todos, con su padre, suarista convencido, al que finalmente da la razón con este libro. Si bien los conflictos generacionales son generalizables, éste en concreto lo es difícilmente: no todos los padres eran suaristas, o de derechas, o habían pertenecido a la falange o a Acción Católica, o daban su apoyo a Suárez. Ni los hijos hemos madurado (puede que no lo suficiente) como para lanzarnos sin red al culto heroico de la memoria de Adolfo Suárez.
En el libro estas conclusiones se generalizan a partir de algunos presupuestos que pretenden ser inclusivos: 1) todos tuvimos la culpa del 23F, y en la medida en que éste clausura el del 18 de julio, todos tuvimos la culpa del primero. La culpa es necesaria para que haya redención, y una culpa colectiva es necesaria para el culto heroico, ya que la misión del héroe es redimir la entera sociedad a través de su sacrificio; 2) nadie se rebeló contra el 23F, como nadie se rebeló contra el franquismo: ergo todos fuimos franquistas, o contribuimos en alguna medida al franquismo; 3) todos necesitamos consuelo y redención, todos necesitamos ser salvados de nosotros mismos, de la muerte y la infelicidad.
Hay otra razón todavía: del mismo modo que los héroes de la Ilíada forman parte de un culto que permite a la polis naciente establecer un puente social y cultural con su pasado, pero que lo cancela (del mismo modo que los héroes griegos descubren a su vuelta de Troya que el mundo que dejaron atrás ya no existe), los héroes de Javier Cercas nos dicen que “ese” mundo ya no está. Que debemos celebrar el culto de nuestros héroes precisamente porque nuestro mundo ya no es su mundo. Pero la obsesión por apartar nuestro presente del pasado es significativa en la medida en que el miedo a repetir la historia nos obliga a marcar los límites. Pero el miedo significa que algo hay que emparenta todavía nuestro presente con la abdicación social que supuso el franquismo, y que no es fácilmente reducible a una historia de padres franquistas e hijos rebeldes. Y es precisamente de ese miedo de donde surge la necesidad de consuelo y redención. Una España inicua, desleal, inmisericorde e insolidaria, profundamente desigual y profundamente ignorante en su confusión entre el libre albedrío y la libre arbitrariedad es, aún, nuestro presente. El libro de Javier Cercas hubiese ganado muchísimo en profundidad y en inteligencia, es decir, hubiese sido un verdadero ensayo, o un verdadero género híbrido si hubiese jugado conscientemente con el hecho de que, en realidad, hablaba de nosotros, y de ahora.
2010-01-02 01:45
Espléndido artículo. No tenía intención de leer el libro de Cercas, y me acabas de facilitar el trance de explicar por qué.
2010-01-02 22:15
Tu comentario me suena al que en su día hizo en El País Semanal Javier Marías sobre la película Babel. Es fácil: se parte primero del resultado y luego se construye la argumentación. Como lo que se quiere decir es que el libro es una bazofia se inventa lo que no es: el libro trata de la Transición, no de la España de ahora; que la España actual es mejorable, y proviene de aquellos polvos, no sólo no lo discute Cercas, sino que lo afirma; pero lo que sí dice es que probablemente la Transición, que en ningún momento fue un proceso modélico (no voy a extenderme en el por qué, que Ricky Mango se lea el libro y lo comprobará), resultó como resultó, y no vale hacer cábalas a 30 años vista.