La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Acuciado por la melancolía, y acedía, que un exceso de emociones y de actividad me ha producido últimamente, dediqué el viernes pasado a volver a mis tiempos de estudiante feliz como asistente anónimo a un ciclo de conferencias sobre Ausiàs March, el poeta catalán medieval. No conseguí más que por breves instantes ni el anonimato (era una pretensión vana, si no banal, lo reconozco), ni la felicidad, pero recordé unas cuantas cosas olvidadas, aprendí alguna nueva, y me refugié, embriagado, en el Arte venerable que no tiene nada que hacer, y que no hace nada, si no es poco a poco, como dijo Nietzsche.
De entre todo lo oído déjenme que destaque a Lola Badia. Una conferencia luminosa sobre la influencia del Ovidio exiliado en la construcción del yo poético de Ausiàs March. La relación ya fue señalada, como ella misma insistía, por su discípulo Jaume Torró: “Ausiàs March poeta y maestro de amor escogió a Ovidio y sobre todo al Ovidio exiliado para expresar la triste vida del enfermo de amor”, y para expresarla en términos extremos que el lector medieval, formado, como March, en el estudio de la tradición clásica latina, y en el Ovidio de las Tristia y de las Ex Pontis, especialmente, no podía dejar de reconocer y asociar con la crudeza del exilio ovidiano en Tomis, en las costas del Mar Negro: “Tomis, una ciudad superficialmente helenizada con un clima atroz en el límite extremo del imperio, era un lugar singularmente cruel en el que abandonar al poeta más urbano de Roma”, dice el Oxford Classical Dictionary. Un no-lugar, prácticamente, del mismo modo que la ausencia del Amor, o su carencia, son un no-lugar para la lírica occidental desde los trovadores. Así pues, March se aplicó en decir la inclemencia, la crueldad y el desarraigo que la ausencia del Amor le comportaba en términos que el lector reconocía y apreciaba, ora ovidianos, ora apocalípticos.
Precisamente contra la pérdida de la capacidad de reconocimiento de la tradición clásica, griega y latina, Lola Badia tuvo palabras con las que, como el lector sabe, simpatizo. Y no precisamente porque, como Badia, fuese todavía educado en su estimación, sino precisamente, porque no lo fui. Lola Badia habló “ovidianamente” sobre el “exilio de Roma” de la cultura contemporánea. Dudo que yo sea capaz de hacerlo en los mismos términos, pues mi sentimiento, más que de exilio es de alienación, lo cual la convierte a “Roma” en todo caso en mi futuro y no en mi pasado, y puede que esa deba ser la explicación de que me sienta más tentado a trazar un comentario o una glosa que una elegía sobre la escasa presencia de las letras clásicas en nuestro mundo.
Y ese comentario debe estar estrechamente relacionado con Boris Groys y sus ideas en torno de la institución museal: “Precisamente, si el pasado no se colecciona, si el arte del pasado no está protegido por el museo, tiene sentido –e incluso se convierte en una obligación casi moral– permanecer fiel a lo antiguo, seguir las tradiciones y resistir al trabajo de destrucción del tiempo. Las culturas que no tienen museos son “culturas frías”, tal y como las definió Levi-Strauss, y estas culturas intentan mantener su identidad cultural intacta mediante una reproducción constante del pasado. Esto lo hacen porque sienten la amenaza del olvido, de una pérdida completa de la memoria histórica. Sin embargo, si el pasado se colecciona y se preserva en los museos, la reproducción de los estilos, las formas y las convenciones antiguas es innecesaria. E incluso la repetición de lo antiguo y lo tradicional se convierte en algo socialmente prohibido o, al menos, en una práctica ingrata. La fórmula más general de arte moderno no es “Ahora soy libre para hacer algo nuevo”, sino que más bien ya no es posible hacer algo antiguo.” Contra lo que habitualmente creemos quienes nos dolemos por la práctica desaparición de la enseñanza de la literatura clásica, ésta no ha desaparecido, sino que está permanentemente expuesta. Al llegar a casa tardé escasos minutos en tener a mi disposición ediciones y traducciones de las Tristia y las Ex Pontis. En realidad, creo que hay una fina línea causal entre la accesibilidad de la cultura clásica (más y mejores bibliotecas, Google Books, P2P, Scribd et alii) y su minorización en la enseñanza. La paradoja radica en el hecho que, a mayor invisibilidad de las tradiciones clásicas, mitológicas y religiosas en la “vida” mediática, más se interesa ésta por la producción de imágenes culturales de masas que reflejan la influencia del mundo invisible sobre el mundo visible, ataques de extraños, acontecimientos apocalípticos, historias de redención y salvación, y héroes dotados de poderes sobrehumanos. El deseo moderno de destruir la memoria (los museos, las bibliotecas…) para que nada impida acceder a la “vida verdadera”, a la “realidad” se demuestra, así, como una rabieta infantil contra la evidencia de que, como dice Groys, “en la vida sólo lo extraordinario se nos presenta como posible objeto de admiración”.
2009-12-25 14:39
Muy interesante su argumentación, en particular en lo que se refiere a los museos como tumba de lo clásico. Sin embargo, ¿cuál es la alternativa que propone? Si eliminamos lo smuseos (o no resultan exclusivos), ¿cómo revivimos la antigüedad clásica? ¿Cómo la actualizamos?