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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

El héroe de Francisco Camps

No hay nada para conocer a un hombre como saber a quién admira. La enigmática personalidad de Francisco Camps (enigmática por transparente, probablemente: hoy en día lo que se enseña no es la realidad, sino la máscara de una verdad oculta) ha recibido una luz inopinada gracias a un desliz verbal en pleno fragor del combate dialéctico. El héroe de Francisco Camps, su doble, su alma gemela, aquel a quien admira tanto como para temer su misma suerte, es José Calvo Sotelo.

Y de repente uno siente que debería haber caído en la cuenta mucho antes. Unos y otros habíamos especulado con afinidades bonapartistas, o con el mesianismo neocatecumenal como motores de su vida y su acción política, y ni se nos había ocurrido echarle un vistazo a su currículum, meter los datos en un buscador y esperar qué otros nombres propios aparecían asociados a su perfil. Y mira que no ha hecho falta. Él mismo ha proporcionado la clave: “A usted le encantaría coger una camioneta y venirse de madrugada a mi casa y que, por la mañana, apareciese yo boca abajo en una cuneta”, le reprochó a Ángel Luna, portavoz de la oposición socialista en las Cortes Valencianas. Morir a traición, como un héroe, como su héroe.

José Calvo Sotelo fue Director General de Administración pública durante la dictadura de Primo de Ribera. Francisco Camps su equivalente durante el gobierno de José María Aznar: Secretario de Estado de las Administraciones Territoriales del Ministerio de Administraciones Públicas. No es baladí que Calvo Sotelo modernizara durante su gestión las administraciones locales y la organización de las diputaciones provinciales, incluso estableciendo un procedimiento para regular la formación de “regiones”. Esta modernización administrativa está en la base del consenso entre derecha e izquierda que durante la transición establecería las “comunidades autónomas” (i.e. regiones) como nueva forma de organización del Estado Español. ¿Cómo un político de derechas que comenzó su carrera en la administración local, para luego pasar a la política autonómica podía no tener como referente a Calvo Sotelo? Es más, que hablen los propios protagonistas:

No admito la Confederación. El Federalismo me parece inadecuado. ‘Estimo sagrada la unidad patria, pero compatible con ella la autonomía regional’, sobre la que habla, con autoridad notoria, un texto legal que yo redacté: el libro III del Estatuto provincial, que admite la región […] y la define con enorme amplitud al reconocerle todas las atribuciones que el Estado no deba reservarse ‘consustanciales con su soberanía’. A esos preceptos me ciño: Nación, sólo una: España; Estado, sólo uno: el español. Y dentro de él las regiones que se quiera, con autonomía plena, intensa y profunda, pero sin romper jamás el cordón umbilical que debe unirlas a la madre patria. Wikipedia.

Constitución, España, autonomía, prosperidad y convivencia. Nuestro modelo, que es el autonómico, es excepcional. No es federal, y con un Estatuto como el nuestro se consagra la España de las Autonomías y se rechaza frontalmente la España federal. Esto significa que la soberanía reside en los 43 millones de españoles, y no en otro lugar. Por tanto, nada de soberanías fraccionadas. ABC.

No es necesario que especifique quién es quién, ¿verdad?

Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Francisco Camps fue concejal de Hacienda en el Ayuntamiento de Valencia. Y Calvo Sotelo ministro de Hacienda. ¿No es comparable!, me dirán. No, cierto. Pero justamente de la distancia nace la admiración. Y de la empatía con las dificultades propias y del otro: tanto como sufrió Calvo Sotelo para encontrar su encaje en la derecha española durante la república, y tanto como sufrió Francisco Camps para encontrar su encaje en la derecha española tras ser cooptado para la presidencia de la Generalitat Valenciana y distanciarse de su mentor, Eduardo Zaplana, y de su patrón, José María Aznar. La derrota en las elecciones generales de 2004 fue su salvación.

Pero la derrota que le salvó, aquella derrota dulce para él, le acercó aún más a su héroe, al obligarlo a cohabitar durante los años siguientes con un gobierno que no era su gobierno, con una España que no es su España. Acosado judicialmente y denostado públicamente, intenta desviar la atención hacia la situación de la economía española, como recoge un diario gratuito:

A su juicio, España necesita “hoy más que nunca, hablar de economía y que las decisiones no estén ligadas a las ideologías” porque “nos estamos jugando el futuro del Estado del Bienestar”. Por ello, instó a hablar de ello “con crudeza y realidad, sin tapujos ni demagogia, porque es una cuestión de urgencia nacional”. Apostó por cambiar las “estructuras económico fiscales” y tomar “decisiones valientes que benefician a todos los españoles” porque, apostilló, “España es un estado autonómico, no federal”, y los “46 millones de habitantes están esperando decisiones de tipo económico y fiscal para todos, vivan donde vivan”. Qué.

Tan absolutamente legítimo y democrático como aquel otro pronunciamiento, del 16 de junio de 1939, que Calvo Sotelo realizó en las Cortes:

…el concepto de Estado integrador, que administre la justicia económica y que pueda decir con plena autoridad: ‘no más huelgas, no más lock-outs, no más intereses usurarios, no más fórmulas financieras de capitalismo abusivo, no más salarios de hambre, no más salarios políticos no ganados con un rendimiento afortunado, no más libertad anárquica, no más destrucción criminal contra la producción, que la producción nacional está por encima de todas las clases, de todos los partidos y de todos los intereses”. (Aplausos) A este Estado le llaman muchos Estado fascista; pues si ése es el Estado fascista, yo, que participo de la idea de ese Estado, yo que creo en él, me declaro fascista. Wikipedia.

Cierto que a Camps le faltó la apostilla que siguió a los aplausos. Pero algo de esa apostilla hubo en los aplausos de su grupo parlamentario cuando pronunció ayer su reproche a Ángel Luna. Pero, ¿le reprochó algo, realmente? ¿No hubo en su voz un matiz desiderativo en medio de tanto sufrimiento y tanta decepción? ¿No deseó el President, por un instante, una muerte digna de un gran hombre, digna de un héroe, digna de un mártir, que le evitara pasar a la historia como corrupto, deshonesto, ladrón, prevaricador, nepotista, simoníaco y dilapidador del dinero de los demás? Sólo le faltó pedir, por favor, que la camioneta llevase bien visible el número 17.

Josep Izquierdo | 13 de noviembre de 2009

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