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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Los políticos valencianos no son marcianos

Abundan en los últimos días las muestras de perplejidad porque, a pesar de la que está cayendo, los valencianos sigan diciendo que votarán al PP. Hoy mismo Juan José Millás ha recurrido a la un tanto manida metáfora de la invasión extraterrestre para explicar, pero sobre todo explicarse, un hecho aparentemente tan contradictorio. Viva voce, el adjetivo más suave que circula por cualquier conversación es que los valencianos son tontos. He dedicado muchos artículos como éste que ahora lee usted a intentar explicar lo que ni de lejos es inexplicable. Y desde luego a explicar que, por muy en desacuerdo que esté con el partido gobernante en esta comunidad autónoma, o por muy alejado espiritualmente que me sienta de mis coterráneos, todo tiene una explicación a poco que nos pongamos a ello. Y a poco que lo hagamos sin convertirnos, a nuestra vez, en auténticos papanatas, empeñados en demostrar que lo que no nos gusta es incomprensible.

Esta actitud es, desgraciadamente, la de todo progre de bien que aborda el tema, incluidos los militantes del Partido Socialista valenciano. Flaco favor se hacen a ellos mismos, más aún cuando las encuestan no cesan de indicárselo. En cualquier caso, la oposición socialista está aquejada del mismo mal que el partido gobernante: creen que no tienen tiempo. Con la diferencia de que vivir a salto de mata político es una forma factible de actuar cuando se gobierna, mientras que en la oposición es un suicidio.

Pero puede que muchos de ustedes sean como Millás, al punto de creer que lo maravilloso o lo mágico es una explicación más plausible de la realidad que la realidad misma. Para intentar sacarles del error, aquí va un pequeño breviario en forma de preguntas y respuestas para ver si logro explicarlo mejor que hasta ahora.

1. ¿Los valencianos son tontos?
No. Bueno, no más que cualquier otro individuo de cualquier parte del mundo. Sólo son humanos: miedosos, egoístas, vanidosos y envidiosos sí. Pero si eso supusiera ser tontos el género humano todavía no habría bajado de los árboles.

2. Si no son tontos, ¿por qué mantienen en el poder a un partido y unos dirigentes corruptos?
En primer lugar, porque legalmente no hay más remedio. No habrá elecciones hasta dentro de dos años. En segundo lugar, porque ser corrupto no significa necesariamente ser un mal gestor. En tercer lugar, porque la sociedad valenciana es una sociedad que ya ha interiorizado la corrupción como un comportamiento legítimo no sólo en el ámbito estrictamente político, sino en las relaciones de la sociedad con la administración: saben que los procedimientos del estado de derecho y de las administraciones públicas funcionan tan lentamente (sanidad, justicia, servicios sociales…) que es más rápido y por tanto más eficaz contar con un patrono en el partido gobernante o en la administración pública que “facilite” los trámites. Hemos llegado al punto en que el tonto es quien no tiene un patrón. Y esto no es un producto exclusivo de las administraciones y las políticas del PP, sino que en cualquier caso representan la exacerbación de una realidad cotidiana para los ciudadanos valencianos desde el franquismo, y por supuesto durante los (pocos) años de gobierno socialista autonómico. La sociedad funciona así, lo que para más de uno significa, a su vez, que así, funciona.

3. Pero, si dejan de votarles, su poder disminuirá y los nuevos gobernantes podrán revertir la situación.
Lo primero puede que sea inmediato, pero lo segundo no. Lo cual implica que, o bien volvemos a una situación en que las administraciones y los servicios públicos no funcionan bien para todos durante bastante tiempo (todo el mundo debe respetar las listas de espera en sanidad, por ejemplo), o la mitad de la población busca nuevos patronos en el nuevo partido gobernante, que cae en la tentación de repetir el mecanismo mediante el cual el partido anterior se ha mantenido en el poder. Dicho de otro modo, la solución para un número significativo de votantes es peor que la enfermedad, puesto que o bien empeora su situación o bien se mantiene igual pero a cambio de un gran esfuerzo para encontrar un nuevo patrono y ganarse su confianza, o convencerlo de que debe ayudarle. Esto explica que el sistema funcione incluso cuando las arcas autonómicas están vacías: el coste del cambio, sea de sistema o sea de patronos, supone un coste personal siempre superior al simple mantenimiento del statu quo, aunque ese statu quo suponga sólo un pequeño plus sobre el de la media.

4. Y no sólo no dejan de votarles, ¡sino que aumentan su porcentaje de voto y su distancia con el segundo partido!
Lógico. En realidad la única vía para integrarse en un sistema de patronazgo que le permita un acceso decente al estado del bienestar, o que le sitúe claramente entre el sector de población que goza de mayores beneficios que la media es la asimilación al sistema, y el voto como moneda de cambio. En unos casos por necesidad (necesitan más servicios que la media, cosa que explica el éxito del sistema entre las clases bajas), en otros por envidia (el deseo de las posesiones del otro en tanto que son poseídas por otro y no por uno mismo: votar al patrono es un rasgo de pertenencia a la clase que tiene más que la media).

5. ¿Y esto no significa que en Valencia se vive inmerso en un mundo desigual que debe mantener esa desigualdad para poder sobrevivir? ¿no significa que en Valencia hay ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda?
Sin duda. La desigualdad es inherente al sistema, y para que el sistema pueda existir debe haber ciudadanos de primera (patronos y patrocinados), de segunda (quienes no pueden o no quieren tener patronos), de tercera (quienes ni siquiera han descubierto cómo funciona el sistema), y de cuarta (quienes no tienen ninguna posibilidad de acceder al sistema: inmigrantes pobres, inmigrantes ilegales, etc.). El sistema funcionará mientras los ciudadanos de primera sean más que el resto, o parezca que sean más: en realidad sólo hay que mantener una cierta masa crítica que oscila en torno a un tercio de la población, porque hay un tercio que no vota, y por tanto están excluidos del sistema.

6. ¿Pero no votaban al PP por la política de grandes eventos y por el crecimiento económico provocado por una economía basada en la especulación inmobiliaria?
En realidad lo que sucede es que confundimos los instrumentos para una política de patronazgo con los motivos para el voto. La política de grandes eventos (y de construcciones emblemáticas) tienen como función reforzar el prestigio que todo patrono debe tener: sirven para reforzar su imagen de “conseguidor” que les hace patronos fiables. Promover la especulación inmobiliaria crea una ciudadanía endeudada, y por tanto dependiente económicamente: de sus hipotecas y de los patronos que les pueden conseguir lo que ya no pueden pagar.

7. Al parecer el sistema de patronazgo se retroalimenta, y parece inmune a las crisis económica o a los escándalos políticos. ¿Quiere esto decir que puede durar siempre?
No es eterno, y en la medida en que es un sistema humano, está más bien sujeto a una evolución constante, solo que sus ciclos son un poco más extensos que nuestras ansias. También como sistema humano cuenta con paralelismos que pueden iluminar esa posible evolución. Un proceso histórico semejante se produjo durante la alta edad media, en los primeros tiempos del feudalismo cuando los propietarios de tierras aceptaban cierto grado de dependencia a cambio de protección. Ese sistema se estabilizó posteriormente mediante la fosilización de una estructura social desigual e impermeable a los procesos de ascenso o descenso social. Y en el que la aceptación de la protección acaba en aceptación de la coerción, y por tanto deviene un sistema plenamente autoritario, necesario para mantener en situación de dependencia a la mitad o más de la población.

8. ¿Valencia acabará convirtiéndose en un estado autonómico autoritario?
No creo que sea posible, aunque la frontera entre la democracia estética y el autoritarismo es tan difusa que entiendo que haya quien piense que ya nos encontramos en esa situación. Desde luego no se caerá en ello de forma abierta y declarada, puesto que existen mecanismos para corregir esa situación tanto en la constitución española como en la legislación de la Unión Europea. Aunque tanto España como Europa deberían implementar más y más eficaces mecanismos jurídicos para que no se produjeran este tipo de situaciones. Su necesidad no sólo está ilustrada por la situación en Valencia, sino por la Italia de Berlusconi o la república Checa de Václav Klaus.

9. Pero, aunque existan mecanismos jurídicos que lo eviten, eso no impedirá que los votantes continúen apoyando a quienes ellos creen que más les puede beneficiar.
Desde luego. Y por tanto cualquier partido que pretenda acabar con la hegemonía del PP debe tener muy en cuenta qué entiende la gente por beneficio. Y desde luego no entiende como beneficios sutilezas del alma como la reinstauración de una auténtica democracia, o la erradicación de la corrupción.

10. ¿Hay algo que pueda hacerse para echar al PP del poder?
Desde luego: convencer al elector de que saldrá beneficiado con el cambio, de que con él desaparecerá su miedo, se saciará su egoísmo y su vanidad, y que serán los demás quienes le envidiarán. Y que todo eso sólo le costará el esfuerzo de depositar su voto en la urna.

Josep Izquierdo | 10 de octubre de 2009

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