La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
El gobierno de la Generalitat Valenciana ha decidido prolongar oficialmente la vida útil del Palau de les Arts, el contenedor de la programación operística valenciana, de 100 a 300 años. Los gestores de la empresa pública decidieron triplicar la longevidad del edificio “por considerar que este periodo es el más razonable para la recuperación íntegra de la inversión y por su diseño, morfología y calidad de ejecución”. Creo que es un pecado monumental, y con ello no quiero decir que sea mayúsculo, o mortal y por tanto merecedor de condena eterna, sino que es una decisión que pretende establecer por decreto la percepción pública del Palau de les Arts como monumento.
La primera reacción, perceptible en el artículo de El País, ha sido interpretar la decisión política como un subterfugio contable para aliviar el déficit estructural que arrastra el teatro lírico desde la primera temporada. Y digo estructural no ya porque el desfase entre ingresos y gastos alcance el 450%, o porque los gastos anuales en personal y mantenimiento de un edificio que costó 400 millones de euros superen ampliamente a los gastos de programación, sino porque alguien debería explicar cómo es posible que, con el mismo presupuesto, millón arriba, millón abajo, el Teatro Real sea capaz de llevar a escena dieciséis obras en una temporada, y el Palau de les Arts sólo ocho, o más bien siete, porque dos de ellas, breves, suman una sola y se programan juntas. Pero lo peor de todo es que parecen atisbarse claros indicios de la caducidad de la apuesta autonómica por la ópera, de la cual la monumentalización del edificio es sólo un primer paso necesario. La eliminación del programa para la temporada que empezará próximamente de una producción propia es un síntoma que podría pasar simplemente como un ajuste debido a la crisis económica. Si no fuese porque eso sitúa el número total de montajes escénicos para la temporada en siete, uno menos que la temporada anterior y cuatro menos que la temporada 2007-2008.
Cien años es una cifra razonable para un edificio de hormigón, al fin y al cabo, e incluso optimista si pretendemos que en esos cien años el modelo de espectáculo operístico al que sirve el actual edificio no haya cambiado. Trescientos años de vida útil introduce inmediatamente en los espíritus cultivados la idea de que el edificio acabará siendo un cascarón vacío, inadaptado a una realidad cuya principal característica es, y nada hace pensar que deje de ser, la eterna novedad de sus formas y sus contenedores. Para que el Palau de les Arts sea un monumento debe, en primer lugar, escapar de su función, escapar a la razón y permitir el sueño, y para que esa huída sea victoriosa, el monumento debe ser plenamente inútil. El mismo Santiago Calatrava apuntó esta idea: “Uno llega a la conclusión de que un modo de dignificar el tedio, la decadencia, la ordinariez de la periferia de nuestras ciudades, construidas hace 30 o 40 años, es introducir edificios de calidad, que recalifican el sitio, le dan identidad y hacen soñar a la gente que vive en sitios mejores”. El sueño y la inutilidad íntimamente unidos, porque el objetivo es que la gente crea que vive en sitios mejores, no que viva en sitios mejores. Los edificios útiles mejoran la vida; los edificios inútiles, los monumentos, la hacen más bonita, y por tanto nos consuelan. Es más, no tengo ninguna duda de que el fracaso del proyecto operístico para el Palau de les Arts proporcionará a su futura imagen como monumento inútil, vaciado de su función, el aura de objet trouvé que toda obra de arte contemporánea necesita para ingresar en el museo, ese desplazamiento de sentido desde la utilidad a la inutilidad que confiere al urinario duchampiano su valor artístico.
Hace unos años imaginé con Roger una Ciudad de las Artes y las Ciencias semiderruida por la acción de un ejército invasor que tenía sitiada a Valencia. Aquella obra de teatro postulaba que los políticos de la ciudad deseaban secretamente que fuese ocupada y todo rastro de su propia obra borrado. De cuando en cuando los políticos de esta ciudad se esfuerzan mucho, pero mucho, en hacernos más caso del que sinceramente merecemos.
2009-09-19 01:20
Pobre pibe… http://www.youtube.com/watch?v=4zeagyMVqWg