La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Para RC. “Pedid, y se os dará” (Mt 7,7).
El Valencia CF Sociedad Anónima Deportiva (esto es, una empresa privada) acaba de recibir un crédito de cincuenta millones de euros por parte de otra empresa, Fomento Urbano de Castellón (FOURCAS) para paliar, siquiera brevemente, su delicadísima situación financiera. Aparentemente no hay nada de lo que hablar: una empresa presta dinero a otra empresa. O quizás, en realidad, eso sea lo más sorprendente. ¿Por qué una empresa de construcción presta 50 millones para ganar (sólo) dos, cuando cualquier sabio movimiento especulativo puede hacerle ganar el triple o el cuádruple? ¿Por qué prestarle dinero a una empresa en quiebra técnica?
Las declaraciones de Eugenio Calabuig, presidente de Fomento Urbano de Castellón (la empresa prestataria) y de Aguas de Valencia (como socio de referencia, junto con Bancaja, la tercera caja de ahorros de España), son cristalinas: “En este sentido, añadió que la decisión de otorgar este préstamo se ha basado en dos argumentos. Primero, ayudar al Valencia CF, entidad que se encuentra muy arraigada entre los valencianos, hacia quienes nos sentimos obligados, ya que consideramos que nuestra acción está relacionada con ellos y con las instituciones –Generalitat y Ayuntamiento– y que traspasa los límites de lo mercantil. Y por otra parte, la operación ofrece una normal rentabilidad económica acorde con las cifras que se manejan”. Lo hacemos porque podemos justificarlo. Pero una justificación es siempre un a posteriori de un acto discrecional. No su causa. Es la factura que puedo presentar a Hacienda para desgravar, no el porqué de la decisión ¿Por qué 50 millones para un club de fútbol y no para un hospital comarcal? La justificación hubiera servido igualmente. Alto, no. Un hospital comarcal no es para “los valencianos”, sólo para un par de cientos de miles de entre ellos. Así que, por un lado, la justificación dice y no dice la auténtica razón (“porque nos lo ha pedido la Generalitat Valenciana y el Ayuntamiento de la ciudad”), mientras pone sobre el tapete, más bien sobre el césped, aquello que realmente está en juego: lo valenciano y sus instituciones a través de uno de los cuerpos virtuales (el Valencia CF) del conjunto social.
Hubo una vez en que alguien pensó que esto no debía ser así. La conversión por ley de los clubes de fútbol en Sociedades Anónimas Deportivas, a principios de los 90, que perseguía independizar la economía de los deportes-espectáculo de la economía de las administraciones públicas –necesariamente sensibles cuando una agrupación social sin, aparentemente, ánimo de lucro cometía alguna torpeza económica y peligraba su existencia–, sólo ha logrado alimentar la sinergia entre intereses privados e intereses públicos: estas sociedades siguen apelando al capital simbólico que atesoran (como uno de esos cuerpos virtuales que cifran el conjunto social: por ejemplo, el Valencia CF y “lo valenciano), y las instituciones siguen acudiendo en su ayuda, sólo que ahora, en lugar de poner dinero directamente, les recalifican viejos estadios y les donan o les venden a precios ridículos el suelo público para la construcción de los nuevos, cuando no llaman a un amiguete empresario para que eche una mano.
La mercantilización de los clubes de fútbol fue extraordinariamente ingenua. Ese tipo de ingenuidad sabionda que anegó los 80 y los 90, según la cual el mercado es neutral en materia de orgullo e identidad, el dinero no tiene patria, ni bandera, y que arrojando el fútbol al mercado lo despojaríamos de sus harapos identitarios y, por tanto, potencialmente dañinos para el conjunto social. El resultado fue, y sigue siendo, justamente el contrario, en la medida en que el mercado explotó las potencialidades de semejantes empresas de capital simbólico: puede que no den dinero (de hecho, creo que los únicos clubes sin dificultades económicas no son sociedades anónimas deportivas: Real Madrid y Barcelona), pero en el mundo globalizado la capacidad de proyección de la propia imagen y la manipulación de la imagen del otro tienen su valor y su precio en el mercado como cortinas de humo que enmascaren la necesidad de reconocimiento y poder. Pero para que funcionen hay que asegurarse el control del espacio medial a través de empresas que se dediquen a rellenar ese espacio con una profusión de signos que ocupen al sujeto y con ello le oculten lo que vería sin ellos. Ocultar, por tanto, aquí, significa confundir. No es que la realidad submedial no pueda ser conocida. De hecho, circula libremente por la red. En la era de la sobreinformación lo importante no es la presencia o ausencia de la información, sino la sinceridad del medio en una economía cultural de la sospecha ante lo mediático. Este efecto de sinceridad del medio se logra porque el propio medio nos puede mostrar, si sabemos encontrarlo, que detrás del fútbol hay un entramado difuso y amenazador de intereses e intenciones (sospecha), pero que se presentan como condiciones necesarias de la existencia misma del fenómeno mediático futbolístico. La estrategia de sinceridad del medio, que anula la sospecha sobre su fondo oculto es, precisamente, mostrar ese fondo : ¿cómo fichar al mejor jugador mundial si no es con los beneficios del negocio inmobiliario? De ese modo la presencia mediática del fútbol (y su relación con las esencias sociales) legitima los chanchullos submediales, que son presentados como necesarios para su existencia. Ésta es la razón del eterno retorno de las guerras mediáticas por el control de los derechos televisivos de retransmisión del fútbol.
¿Y qué hay que ocultar, en este caso? Un sistema económico y un modelo de crecimiento para la Comunidad Valenciana basado en la construcción y la especulación inmobiliaria, en la recalificación y la cesión de terrenos de propiedad pública (e incluso de propiedad privada, como ha denunciado el Parlamento Europeo) para beneficio privado, que alcanza su apoteosis con las entidades deportivas a las que se recalifica el suelo de su viejo estadio (que en el caso valenciano era de titularidad municipal, es decir, pública), con la promesa de rendimientos económicos y simbólicos superlativos, y utilizadas por los empresarios de la construcción (y, a su vez, propietarios y dirigentes de las entidades deportivas) para su propio enriquecimiento. A no ser que fuesen suficientemente ineptos como para no acabar su negocio en tiempo y forma antes de la llegada de la crisis, como le ha sucedido al Valencia CF.
El resultado es que, para empezar, el Valencia CF, como empresa, es una empresa nacionalizada. Como empresa en bancarrota, pertenece a sus acreedores y en esas condiciones su máximo acreedor es su máximo propietario. El máximo acreedor del Valencia CF es Bancaja, a quien debe, entre préstamos y otras fruslerías 240 millones de euros. Bancaja, como cualquier otra caja en España, está regida estatutariamente por representantes de las opciones políticas que gobiernan las instituciones que la sostienen: Generalitat, diputación y ayuntamientos, en este caso controlados por el Partido Popular por mayoría absoluta. Por si hubiese alguna duda sobre el carácter político de su dirección, su presidente, José Luís Olivas, fue consejero de economía con Eduardo Zaplana, y presidente de la Generalitat en el ínterin entre su marcha a Madrid y las elecciones siguientes, en que Francisco Camps asumió la jefatura del ejecutivo, y Olivas la presidencia de Bancaja. Bancaja no sólo es un banco nacional valenciano, sino que es, además, un banco partidista. Nihil novum, desde luego, recuerden la reciente y aún declarada guerra entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruíz Gallardón por el control de Caja Madrid. Pero la confusión entre gestión pública y gestión privada no es privativa de una ideología o de un partido: las recientes declaraciones de José Blanco, He hecho un máster en dirección de empresas que es haber gestionado un gran partido como el PSOE, son marxistas. De ambos Marx. El control político y, por tanto, la connivencia en España entre las administraciones y las Cajas de Ahorros, y a través de éstas últimas con las empresas, es una anomalía esencial del funcionamiento de nuestra democracia en la medida en que es una vía de doble sentido.
De hecho, Bancaja amenazó con retirar su apoyo económico y ejecutar la deuda del club a menos que se diese todo el poder en la empresa a alguien de su entera confianza, Javier Gómez. Pero Bancaja, en los tiempos que corren, no podía refinanciar al club sin asumir el riesgo de la operación, pues elevaría sus índices de insolvencia hasta límites rallanos en la intervención del estado, como el reciente caso de Caja Castilla-La Mancha. De modo que Bancaja ofreció al club un listado de personas físicas y jurídicas solventes que podrían financiar al club. De entre ellas, Eugenio Calabuig y su empresa Fomento Urbano de Castellón fue el elegido. Calabuig es socio de Bancaja en negocios estratégicos relacionados con la administración municipal y autonómica valenciana, como Aguas de Valencia, concesionaria de la red de aguas de la capital y aledaños, y que no sólo gestiona su ciclo integral, sino que diversifica su negocio con la participación en empresas de dudosa relación con su objeto social como, por ejemplo, infraestructuras de telecomunicaciones. Justo antes de que Calabuig pasara a ser socio mayoritario de Aguas de Valencia, allá por 2002, Eduardo Zaplana, entonces Presidente de la Generalitat Valenciana intentó que fuese creado un grupo mediático afín al Partido Popular a través del entonces socio mayoritario Bouygues, empresa constructora e inmobiliaria, de gestión de infraestructuras, telecomunicaciones y propietaria del grupo mediático TF1 en Francia.
Resumiendo: el PP valenciano controla Generalitat, diputaciones y ayuntamientos. Generalitat, diputaciones y ayuntamientos controlan Bancaja. Bancaja controla el Valencia CF. ¿Lo quieren por otra vía? El prestatario de los cincuenta millones no sólo es socio de Bancaja en Aguas de Valencia, sino cuñado del Director general de relaciones con las Cortes Valencianas de la Generalitat, y mano derecha de Vicente Rambla, consejero de Presidencia, a su vez mano derecha de Francisco Camps y sucesor in pectore tras la más que probable retirada de éste de la primera línea política, con dos mayorías absolutas y un par de trajes en el zurrón. ¿Nepotismo? No, nepotismo es colocar de asesor a un hijo gandul. Esto es connivencia entre el poder político y el poder económico, o si me pongo decimonónico, esto es plutocracia. Por cierto, Eugenio Calabuig es presidente de Aguas de Valencia gracias a Vicente Boluda, actual presidente del Real Madrid, naviero que vendió sus acciones en Aguas a partes iguales entre Calabuig y Bancaja (a través del filial Banco de Valencia).
Lo que se oculta tras la realidad medial sobre “lo valenciano” ligado al fútbol es la lucha por la identidad valenciana, pero no al nivel en que se juega con el Valencia CF y su identificación con el cuerpo social, sino a nivel submediático, en cuanto infraestructura que permanece oculta bajo la capa de signos: el modelo de país y el modelo de crecimiento económico. Los dirigentes actuales y los empresarios que los apoyan siguen apostando por un modelo basado en la construcción, el turismo y la intermediación de servicios. Hay un affaire reciente que ilustra la calidad de la apuesta del empresariado valenciano por la sociedad que medialmente tanto defienden. Hace un año, GDF-Suez, socio minoritario de Aguas de Valencia, quiso tener representación en el consejo de administración: con, entre otros argumentos, el de que su empresa destinaba 60 millones anuales a Investigación y desarrollo (I+D), y que ése era un valor importante que debería darles voz en el consejo a la hora de decidir estrategias empresariales. Los socios mayoritarios (recuerden, Eugenio Calabuig a través de FOURCAS y el gobierno valenciano a través de Bancaja), se negaron, e incluso Calabuig se permitió refutar los argumentos de Suez con un “la tecnología se compra y ya está”. Para qué investigar y desarrollar, si puedes comprar lo que otros investigan y desarrollan. Más o menos es un “que inventen ellos” que yo lo compro, una suerte de carlismo económico. El otro argumento para la negativa, cómo no, disfrazaba con ropajes identitarios la posibilidad de perder el control sobre la empresa: Suez es socio de referencia en Aguas de Barcelona, un competidor directo en la adjudicación de contratos de distribución y mantenimiento de redes de agua, algo que en el imaginario identitario valenciano sonaba a que los catalanes nos querían quitar la paella y las fallas. A esta luz es posible atisbar qué estaba en juego en la llamada “guerra del agua” que opuso a la administración autonómica y la administración central la pasada legislatura: más allá de las necesidades hídricas de la Comunidad Valenciana, o del conflicto identitario con Catalunya, el transvase del Ebro perseguía una fuente de suministro que no obligara a Aguas de Valencia a invertir en I+D, al tiempo que requería para su realización aquello que los propietarios de Aguas sí sabían hacer: sembrar hormigón desde el Ebro hasta Murcia.
El problema de fondo en la lucha por Aguas de Valencia era, pues, el choque entre dos modelos empresariales, y dos políticas para el país. La de Suez basado en la investigación y el desarrollo de tecnología, y la de Calabuig, que veía en Aguas de Valencia un negocio funcionarial, seguro (quién no necesita agua), que puede crecer en la medida en que crezca la demanda del suministro de agua mediante nuevas canalizaciones para atender la demanda de nuevas zonas urbanizadas o nuevos y más grandes núcleos turísticos. Un negocio y un país basado en la intermediación de servicios (en este caso concreto, agua), la construcción y el turismo, que son (oh sorpresa) los negocios de Calabuig. Y para alimentarlo es más importante (es decir, más útil) dedicar 50 millones a rescatar el Valencia CF que 60 para I+D. Cuando hace unos días Francisco Camps proclamó solemnemente que la vía valenciana para salir de la crisis era seguir apostando por la construcción y el turismo, lo hizo en nombre de los valencianos o en nombre de todos los Calabuig y las FOURCAS de Valencia? No creo que sea capaz de apreciar esa distinción, lo cual es bastante más grave que un traje de más en su armario, pero que a su vez explica la ausencia de factura por ese traje: la homogeneización de lo público y lo privado conduce a una sociedad homogénea en donde el tránsito entre los diferentes niveles sigue siempre una doble vía: el servicio público es también servirse de lo público, y de lo privado, al fin y al cabo ya indistinguibles.
Pero nuestra perplejidad puede provenir en realidad de una mala comprensión de los mecanismos de rección social de lo valenciano. Un cuerpo social que sólo aparentemente está regido por leyes, instituciones y un sistema parlamentario, cuando en realidad funciona, como explica Peter Sloterdijk a propósito de la conversión de la democracia en una arena mediática, a través de un sistema basado en el estrés sincronizado a pequeña escala provocado por la interacción con los medios de masas (la posibilidad de que el Valencia CF desaparezca, y con él un cacho considerable de “lo valenciano”, y por tanto de la identidad individual y colectiva), estrés que subsume la relación entre lo público y lo privado en una relación de imitación envidiosa y excitación colectiva al servicio de la identidad que la sociedad reclama a sus miembros frente a otros realissimum, frente a otras sociedades. Esta imitación y excitación es ennoblecida mediante los restos de los potenciales utópicos todavía presentes en la sociedad, a pesar de su aparente desencanto. De entre estos potenciales utópicos los que se relacionan con la fraternidad siguen teniendo una poderosa capacidad de atracción, y una de sus versiones, la generosa donación de uno mismo en aras de la construcción de una sociedad perfecta se manifiesta en el caso del Valencia CF de un modo tan ridículo como paradigmático, que ejemplifica grotescamente el modo en que la sumisión de lo público al interés privado no es sólo un asunto económico, sino, sobre todo, simbólico: una página web pide a los aficionados del Valencia CF que se apunten a trabajar voluntaria y gratuitamente en la construcción del nuevo estadio: “del nuevo estadio, depende en gran parte el futuro económico del Valencia CF, si tu sentimiento valencianista es tan fuerte como el nuestro y no se te caen los anillos por ponerte el mono de trabajo, apúntate voluntario/a a ayudar a acabarlo”. La “generosa donación de uno mismo” es trabajar gratis, y “una sociedad perfecta” es aquella que dispone del lugar de culto al fatum (el culto al destino y la fortuna opuestos al autocontrol y el libre albedrío) de la moderna religión de masas, el estadio deportivo.
Así pues, la sociedad dirime en el estadio mediático sus miedos e inseguridades, y por tanto su necesidad de control, a través de mecanismos retóricos de innovación y cambio que pretenden ocultar una situación submedial en que el poder político está subordinado al poder económico, puesto que lo público está subordinado a lo privado, y en el que la mayoría sirve a la minoría a cambio de prestaciones mínimas para la subsistencia y prestaciones máximas para la autoestima y la identidad. Para ello es necesario reinstaurar las nociones de Fortuna y Destino (fatum), transustanciados en el espectáculo deportivo: como dice Sloterdijk, en la fascinación que provoca al espectador la contemplación de la distinción entre victoria y derrota. Este entramado estable de intereses económicos está dominado por la idea del aseguramiento, del mantenimiento. Un mantenimiento que necesita ante todo su ocultamiento como entramado, pues, de no ser así, si en lugar de realidad submedial fuese signo medial, estaría sujeto a la misma economía retórica de innovación y cambio que cualquier otro signo, y por tanto, desaparecería a corto plazo para ser substituido por otro. La volubilidad del signo mediático, especialmente el político y el económico, es bien conocido en sociedades orales y aurales como la medieval y como la nuestra, y el clásico catalán Bernat Metge lo expresó casi aforísticamente: “la gent (…) totstemps se alegra de novitats, e especialmente de novella senyoria” (la gente siempre se alegra de las novedades, y especialmente de un nuevo gobierno).
El carácter submedial de la identidad entre el poder económico y el poder político en Valencia, que se resquebraja por la crisis y por los “escándalos”, debe ser reforzada con una “sobreexposición de los signos” identitarios que neutralicen la necesidad de cambio y diferencia de la población. Un equipo de fútbol victorioso es retórica de la diferencia entre vencedores y vencidos, y del lugar que ocupa la propia sociedad entre ellos. Impartir Ciudadanía en Inglés es retórica sobre innovación y diferencia, como implantar el chino mandarín como optativa de bachillerato, o una ley de protección del no-nato, et caetera multa.
El objetivo de todo ello es, pues, lograr la conformación de una sociedad unánime frente a una sociedad polémica, fundamentada en el contraste de pareceres. El triunfo de la arena romana frente al foro romano, la victoria del monólogo frente al diálogo, de la autoridad frente a la libertad, la justicia y la propiedad que se nos hurta a los ciudadanos para que nos sea retornada previo pago a precio de mercado.
2009-04-18 02:28
Impresionante. Soy futbolero desde hace cuarenta años. Me gusta el fútbol, pero siempre he odidado que mi afición por un equipo se emplee en manejar sentimientos, con fines inconfesables, que nada tienen que ver con el gol. Lamentable.
2009-04-18 03:02
Una lectura muy interesante.