La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
No puedo evitar que esta palabreja me traiga a la memoria la imagen de Jack Lemmon en El apartamento, y su cantilena “¡Albricias dadme, porque soy muy feliz!”. En cualquier caso no hay palabra más adecuada en castellano: “Regalo que se da por alguna buena nueva”. La buena nueva es la recién estrenada versión digital de la Revista de libros, que la acerca definitivamente a revistas de referencia en este ámbito como la New York Review of Books o la London Review of Books. La novedad más importante, más allá de la estética, es que por fin es una revista on-line de verdad: cinco de los artículos importantes de cada número, en este caso los cinco más significativos del número de febrero son de libre acceso a través de la página de la revista. Por fin un editor de revista cultural en nuestro país parece haber comprendido que la red es un aliado, y no un enemigo.
Soy lector de RdL desde sus inicios, en los que su ardua tarea de emulación de los hermanos mayores de la cultura anglosajona era un vendaval de aire fresco en nuestras rancias habitaciones culturales hispanas. Ha ido creciendo con los años, asentándose, tomando empaque y presencia, y hoy en día se me hace imprescindible. Durante un tiempo estuve suscrito, pero el correo comercial español es desastroso, y la revista me llegaba pasada la mitad del mes, cosa que mi impaciencia no podía soportar, así que cuando se agotó mi suscripción recuperé la costumbre de desplazarme hasta la ciudad a principios de mes para comprarla en un quiosco-librería que, por ironías del destino, se llama Librería Izquierdo (tendré que coleccionar locales comerciales que lleven mi nombre: Roger me ha regalado otro en Buenos Aires), y que está cerca del colegio de mi hija. Aunque ahora que la revista ofrece en internet un facsímil de la edición impresa para sus suscriptores, no pienso renunciar a estos pequeños viajes mensuales porque una de las muchas virtudes de RdL es su formato y su impresión. Papel de buena calidad (no cuché, que odio), tipografía cuidada, texto a cuatro columnas y grapas sólidas. Leerla en el Metro de vuelta a casa me produce esa rara sensación de júbilo que el personaje de Lemmon transmitía con su cantilena.
El número de febrero, seguramente por su coincidencia con el lanzamiento de la web remozada, es especialmente atractivo, bajo el lema general de “La vuelta de Dios”: lean, para comprobarlo, los tres primeros artículos que aparecen en la página (uno de los cuales ya fue reseñado por Marcos), y entre ellos deténganse con especial atención en el de Álvaro Delgado-Gal, “Teología política”, una reseña de los libros más recientes de John Gray y Mark Lilla sobre el papel de la religión en la política contemporánea, que termina con un vaticinio inquietante, a la luz de los autores reseñados: “lo que podría haber entrado en cuarto menguante es la democracia liberal, no Dios”. Vaticinio que adquiere fuerza si a continuación se lee el de David Martin (el reseñado por Marcos), que en la web está situado, con acierto, a continuación, pero que en la revista impresa lo precede.
Sólo una crítica. A pesar de su excelencia todavía no ha podido traspasar la espesa nadería que envuelve los estudios literarios en nuestro país. En su sección propiamente literaria, que ocupa catorce de sus 50 páginas, hay siempre reseñas útiles porque se evita la babosa autocomplacencia hispana y se aprecia el talento, o su ausencia (en el número de febrero, la de Martín Schifino sobre la última novela de Savater es aterciopeladamente demoledora, y la de Juan Carlos Peinado sobre Vila-Matas, toma nota de los puntuales desmayos de su prosa sin que le tiemble la pluma). Hay también reseñas furibundas, rabiosas, preciosistas en su uso de la motosierra verbal, las de Ricardo Bada, de las que me confieso, más que un fan, un hooligan. Pero falta alguien capaz de poner en relación la literatura en lengua española con el mundo, capaz de crear ideología literaria a través de sus reseñas. Falta una Susan Sontag, que tanto bueno escribió para la New York Review of Books, o una Zadie Smith, que tanto bueno escribe ahora para ella. Justo es reconocer, sin embargo, que esa carencia no debe ser atribuida a los editores de la RdL, sino al complejo de inferioridad del anémico panorama literario y crítico español, que rehúye el debate y el contraste de ideas, especialmente el de ideas estéticas, con ardor digno de mejores causas. Los editores de la revista bastante hacen con levantar la plataforma sobre la que algún día podamos disfrutar de ese debate.
Y no se conformen con la web, de verdad. Cómprenla y léanla. Realmente merece la pena , y el dinero.
2009-02-21 11:43
Una revista imprescindible, sin duda. Como librero, es de las más útiles a la hora de orientar a los clientes, detectar tendencias y, sobre todo, disfrutar con lectura, porque se trata de eso, sencillamente.
Saludos cordiales.
2009-02-23 15:43
Una amiga madrileña me hace llegar esta página que por mí mismo, con mis dos manos zurdas en materia de mundo virtual, seguro es que nunca hubiese descubierto.
Agradezco a mi hooligan sus apóstrofes, el de “motosierra verbal” lo incorporaría a mi escudo de armas si viviéramos en la primera Edad Media; en esta segunda, me tengo que conformar con la cita. Gracias, de todo corazón, y procuraré no defraudarle en el futuro, aunque considerando el material que suelo tener que reseñar, creo poderle prometer que hay motosierra para rato. Vale.