La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Poco amante de las congregaciones, los gremios e incluso las compañías como soy, he obviado hasta ahora uno de los temas mayores del articulismo globalizado durante el último medio año. No crean ustedes que la nominación demócrata y la victoria en las elecciones no me produjo emociones ni reflexiones, simplemente no me parecieron suficientemente interesantes para ustedes. Pero como la mera existencia de esta columna es una forma de asentir a la afirmación de Sloterdijk cuando dice que “el infierno es la imposibilidad de extenderse”, y, sobre todo, como he encontrado algo que merece la pena ser comentado, lo hago, aunque sea brevemente.
Slavoj Žižek nos exhorta, desde las páginas de la LRB, a rechazar el realismo cínico que nos asedia a derecha e izquierda, como el llamado de Chomsky para que se votara a Obama “sin hacerse ilusiones”. Según él, la razón por la cual la victoria de Obama ha generado tanto entusiasmo no es sólo que, contra todo pronóstico, haya sucedido de verdad, sino que demuestra la posibilidad de que tales cosas sucedan. La exhortación de Žižek a “usar nuestras ilusiones”, en la línea de un artículo anterior, sobre la crisis económica, titulado “no hagas algo: habla”, nos sitúa en la perspectiva de contraponer la percepción de la realidad a la realidad, el significado al hecho, o mejor, nos sitúa en la tesitura de que ni la realidad ni el hecho existen más allá de su percepción y de su interpretación. En definitiva, nos sitúa en la necesidad de la exaltación de la política por encima de su ocultación.
La ocultación de la política, en este caso, alude a los ímprobos esfuerzos ideológicos que se han llevado a cabo desde la segunda guerra mundial por imponer la idea de que el capitalismo es el reflejo de la naturaleza humana, y como ella difícilmente perfectible, y por tanto siempre sujeto a períodos alternativos de crisis y bonanza. Žižek propone, pues, la politización de la política frente a la naturalización de la política.
Leo más recientemente en la NYRB la transcripción de la intervención de Joan Didion en un symposium en la New York Public Library patrocinado por la propia revista. Didion habla de la creación de un “territorio libre de ironía” (irony-free zone) en torno al ya presidente, en la medida en que la ironía está pasada de moda, en contraposición a la ingenuidad, traducida como esperanza, y la inocencia es valorada aunque parezca ignorancia, y parece apropiado expresar el partidismo a través del consumo de camisetas con la efigie y el nombre del líder.
Comparto sus escalofríos ante la posibilidad de que “nos estamos preparando para otro encuentro con el idealismo militante, que para mí significa la cómoda pero peligrosa redefinición de asuntos políticos o pragmáticos como cuestiones morales. ‘Cómoda’ porque tal redefinición hace que esos asuntos parezcan fáciles de responder, ‘peligrosa’ porque éste es un momento en que la nación está poco preparada para proporcionar respuestas fáciles.”
Parece que ambas opiniones sean difícilmente compatibles, si no contradictorias, y el caso es que a mí no me lo parecen. Creo que, en el fondo, están hablando de lo mismo: la naturalización de la política y la redefinición de la política como moral son las dos caras de la misma moneda, como han demostrado las administraciones republicanas desde Reagan, por no decir desde Nixon. Cuando Žižek nos exhorta a usar nuestras ilusiones, se cuida mucho de no confundirlas con nuestros entusiasmos, en la medida en que prioriza su uso, y no su mero transporte a través nuestro. En cierta medida nos pide que actuemos de interruptores que procesen y deriven, que no seamos simple material conductor. Y cuando Didion se estremece ante la posibilidad de otro encuentro con el idealismo, lo hace en nombre de la primacía de la política, y contra una moral natural basada en la carencia de ironía, esto es, de distancia, de interrupción del flujo informativo. En resumen, una apuesta por la reflexión.