La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
El problema es que la gente no sabe cocinar, dice Jamie Oliver, cocinero, en una comparecencia ante el parlamento británico a propósito de la obesidad infantil. “En el quinto país más rico del mundo (…) hay un nuevo tipo de pobreza que no he visto nunca antes. No se trata de zapatillas de deporte o teléfonos móviles, ni de televisiones de plasma. La gente tiene ya todo eso. Es la pobreza de no ser capaz de alimentar a tu familia, independientemente de la clase de la que vengas”. No sé si este tipo cocina bien, ni he visto ninguno de sus programas, pero no me cabe duda ya de que es inteligente. Y no inteligente de esa manera práctica y amoral según la cual decimos que quien gana dinero, o quien estafa, o quien te roba la cartera, o te cocina gato por liebre, es inteligente. No. Este tipo dice que la ignorancia es pobreza, y parece haber leído y contestado a Bordieu cuando el sociólogo francés explicaba que ahora ya no acusamos a los pobres de ser haraganes, sino de ser incultos. Aunque sólo sea a efectos culinarios y alimentarios, que creo que no, Oliver tiene razón.
“El problema es que la gente no sabe lo que pasa aquí dentro”, es lo que podría haber dicho el director del Instituto de Educación Secundaria Abastos, de la ciudad de Valencia, ante las críticas que le han llovido por instalar videovigilancia y control de acceso mediante huella digital en el recinto escolar. Las tertulias de radio y los periódicos han llenado páginas y minutos con el tema esta semana, escandalizándose de que eso suceda en un instituto de un barrio de clase media, y no en un suburbio apestoso (aquí, es evidente, no ha ganado Obama), y muy pocos o ninguno han incidido en el auténtico problema: que los centros públicos de enseñanza no cuentan con suficiente personal para mantener la disciplina y el ambiente de trabajo que deben, controlar las entradas y salidas del centro de los usuarios autorizados (léase alumnos), e impedir el acceso a personas no autorizadas. En la escuela pública esa función la están realizando los profesores, aunque deberíamos inventar una nueva denominación para ellos que incluya los significados de profesor, bedel, policía, enfermero, psicólogo, padre, madre y mozo de cuerda. Hoy mismo se anuncia que la dirección y el Consejo Escolar del centro han tenido que dar marcha atrás en alguna de esas medidas. Lástima. Era un paso en la buena dirección: que el centro escolar sea un oasis, y no un campo de batalla. Si no, ya podemos ir erigiendo a la puerta de cada centro público una estela con aquel verso de Dante: “Lasciate ogni speranza, voi qu’intrate”.
El problema es que la gente no sabe y no quiere saber. Prefiere esnifar chuletones, vivir bien a costa de la riqueza (del saber) de sus hijos, endeudarse más allá de todo límite razonable simplemente porque pueden, porque les dan, literalmente, el dinero, y después descargar su ira contra el primero que pasa porque su hija está gorda, porque su hijo no aprueba la secundaria debido a que el ambiente del instituto es irrespirable e invita a todo menos al estudio y el conocimiento, o porque le han embargado el piso. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos. Y porque la tierra será de los que saben.
2008-11-08 01:25
Amén.
A ver si encuentro tiempo para decir algo más inteligente y más laico.
Saludos
2008-11-11 20:14
No sé lo que significa “Lasciate ogni speranza, voi qui entrate”. A lo mejor es porque no me ciño al tema tratado. Estudié cocinería por si acaso las moscas (siepre he pensado que si más no, esas cosas son una inutilidad), y te puedo asegurar que no por ello me siento menos bicho raro. A la gente no le interesa la cocina, cierto, pero las moscas tampoco. No puedo entender por qué son un fracaso las inutilidades, cuando todo a mi alrededor está que rebosa de inútiles. En mi localidad murió hace unos días un bebé que se llamaba Dante, cosa que no me gusta y que incluso me parece una cruz
aunque sea dantesca. Ojalá hablara de un nacimiento, en lugar de hablar de una defunción. Te suscribiré en cuerpo y alma, si escribes a favor de llamarse como uno quiera, cuando llegue a adulto. (Yo me llamaría Goratinox). Muá2008-11-20 00:50
La alta cultura occidental se basa históricamente, como todas las “altas culturas” en ignorar (salvo para despreciarlos alguna vez) la mayor parte de los componentes de la cultura, y en concreto, la mayor parte de lo que mantiene en pie nuestros huesos y los huesos de la sociedad.
En ignorar que la mayor parte de la cultura, y la mayor parte de la más relevante, es la transmisión (la “traditio”) de cómo vivir.
Cómo criar a los niños, cómo traerlos al mundo, cómo cuidar a los enfermos, cómo llevar una familia y unas relaciones, cómo cocinar, cómo cultivar la tierra, cómo administrar el dinero, cómo conducirse, y también en gran medida, cuales son las canciones, las melodías y las imágenes de nuestra vida.
A lo largo de los últimos siglos, la alta cultura ha descubierto (y expropiado) sucesivamente la melodía, la letra de la melodía, la técnica de cultivo, la medicina, el nacimiento de los niños, la educación, la higiene, y así siguiendo una cosa tras otra.
Cada descubrimiento y expropiación han supuesto al principio la dislocación del conocimiento y la práctica tradicionales sumergidas bajo la línea de lo públicamente visible.
Y no siempre fue para bien, porque el conocimiento tradicional no fue recogido, sino pasado por alto por su pretencioso e incipiente sustituto, al principio generalmente más torpe (anda que la medicina letrada hasta el XIX…). A veces para redescubrirlo tiempo después con gran alharaca (en otros casos, como el nacimiento de los niños, ese feliz momento de reconciliación no ha llegado todavía).
En ese camino también por supuesto se ha ganado precisión, conocimiento científico y sistematización, y se han dejado de lado supersticiones (o se han cambiado por otras más pretenciosas).
Parece que a la alimentación y la cocina le llegaron su turno.
Hay países donde ya hace mucho que se cocina poco y mal, porque no es un componente muy estimado ni importante de su cultura, como en Inglaterra según el ya viejo tópico, que algo de cierto debe tener.
Hay países, como el nuestro, donde nunca se ha dejado de cocinar ni de apreciarse el comer bien, pero el asunto ha pasado últimamente de pertenecer a la vida particular y sumergida a ser un cruce entre el negocio del espectáculo, las Bellas Artes y la vanguardia experimental. Alta cultura de la más acreditada, con su lenguaje abstruso y sus estrellas mediáticas… Mientras en las casas cocinamos cada vez menos, por supuesto.
En Inglaterra debe pasar lo mismo, solo que partiendo de un nivel de interés y conocimiento general más bajos. Los estragos de los precocinados, las grasas industriales y la comida basura estarán por tanto mucho más extendidos.
De modo que, según parece, la salud alimentaria de todo el mundo estaba secretamente sostenida sobre el hecho de que las mujeres, aun poniendo poco interés en ello en casos como Inglaterra, estaban en casa cocinando lo poco o mucho que habían aprendido de sus madres, y la industria (ignorante, codiciosa, despreocupada y controlada por nadie) de los alimentos preparados no había tomado el relevo. Y eso ha cambiado.
No sabíamos que sabíamos dar de comer.
Así que nadie se ha preocupado de transmitir, conservar o mejorar ese conocimiento. También nos protegía la falta de disponibilidad de dinero y mercado para comer mal.
Ahora solo queda huir hacia delante: el asunto en España está en manos de la sección de Sociedad y los suplementos de los periódicos serios, y en Inglaterra parece que va entrando en las discusiones del Parlamento y las garras de los especialistas.
Algún día la nutrición estará en los curriculos escolares, en los estándares de fabricación industriales, habrá los correspondientes ISOS y la correspondiente multitud de especialistas que enseñarán desde cero y en lenguaje técnico a los hijos de los que no saben cocinar y nietos de los que sí sabían pero dejaron de enseñarlo.
En parte las cosas ya son así.
No sé si no queremos saber, como dice. O estamos desconcertados acerca de lo que hay que saber, o aprender de nuevo, o aprender que debemos aprender, porque antes lo aprendíamos sin saber que lo sabíamos.
… Algo así.