La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
Les pongo en antecedentes. Hace pocas semanas que Francisco Rico (FR) pronunció dos conferencias en la Fundación Juan March, en Madrid. El evento fue convenientemente difundido a través de los medios (véase El País), y las supradichas fueron inmediatamente colgadas en Internet, como todas las que se dicen en la Fundación, gracias a lo cual ustedes podrán escuchar al catedrático y académico, y discutir mis puntos de vista sobre él, si quieren. Si no fuera por lo contento que estoy de que la tecnología moderna me haga más sabio, o, al menos, más conoisseur, tentado estoy de cantar aquello de “qué buenas son las hermanas ursulinas…”.
Bueno, al grano. El tema de las dos conferencias es España y la novela, que, cabe reconocer, no es un invento de Rico, sino un homenaje a Dámaso Alonso. Andaba yo sobre aviso de que su contenido me podía poner los pelos como escarpias por la semi-entrevista de El País, pero como conozco la naturaleza provocativa de Francisco Rico, más bien “escandalosa” en un sentido neotestamentario (¿recuerdan aquello de “Aquel que escandalizare…”?), me reservé para la escucha de las conferencias. Que no son escandalosas, ni escandalizantes. Son pura y simplemente decepcionantes.
A ver si soy capaz de resumir las conferencias adecuadamente. En realidad, la sustancia está en la segunda, ya que la primera es un recorrido historiográfico por el tema a tratar. Dedicar la mitad del tiempo disponible no al análisis de los textos sino a su tradición interpretativa es un vicio de la divulgación académica española por el que colgarían de los pulgares a cualquier conferenciante fuera de aquí, por no ser capaz, o no querer, imbricar la historiografía de la interpretación del texto con la interpretación propia. Y, al fin y al cabo, la conclusión de esa primera hora de conferencia la acaba dando FR en la segunda, con una sola frase: “hablar de España y la novela es hablar de España y la novela moderna, es hablar de España y la novela realista”. En el transcurso de esa primera hora de conferencia hay verdades (la ligazón entre la idea de Menéndez Pidal de la virtud de lo popular que hunde sus raíces en el romanticismo conservador y su continuación en el realismo moderno del siglo XIX en el que se formó), verdades a medias (la descontextualización de la historiografía respecto del medio social y político del siglo XX español, o la vinculación entre Menéndez Pidal y Auerbach, que si existe se debe al hecho de haber mamado de las mismas fuentes –Auerbach no cita jamás a Menéndez Pidal), y arbitrariedades flagrantes como la descalificación categórica de E. R. Curtius y su Literatura europea y Edad Media latina, (que sí cita a don Ramón, y no precisamente para bien) que, con todos sus defectos y extralimitaciones, contribuyó decisivamente a la idea de que la historia de la cultura europea es la historia de la interacción entre sus textos más que la de la interacción entre esos textos y la realidad, o mejor, que la idea de “leer” la realidad no es una metáfora, sino, en todo caso una metonimia, ya que los textos forman parte de esa realidad, y la conforman.
En la segunda conferencia, FR cuenta una verdad: la vinculación entre temas y estilos en la retórica clásica, que puede resumirse en la doctrina de los tres estilos (elevado, medio y bajo), y que pervive a lo largo de todo el antiguo régimen. A continuación, dice una verdad a medias cuando habla de la “proscripción absoluta de la realidad humilde, vulgar, corriente, y aún casi diría que de toda realidad, en todas las doctrinas del clasicismo, sean italianas, sean francesas…”. Cierto, pero “las doctrinas del clasicismo” son prescripciones del estilo elevado, y por lo tanto es lógico y necesario que no aparezca lo que Rico llama “la realidad humilde”, o que ésta deba disfrazarse con la verbosidad del estilo superior. Y miente cuando dice que “el sistema clásico prohíbe, veta y elude la realidad de las cosas de la vida… Del mundo de la ficción está excluida la realidad cotidiana.” El sistema clásico le asigna un estilo, el estilo bajo, y en la medida en que lo hace le da voz, una voz bajita, si se quiere, negligible si no se la quiere oír, tal vez, pero lo que dice FR es tanto como afirmar que el estilo elevado no habla de la realidad. ¿No son realidad, o no forman parte de ella el amor, los celos, la historia, la política, la fortuna, el destino, las acciones heroicas, la traición, la infamia, la verdad o el honor? Su menosprecio a Racine a pié de micrófono, y por extensión de la literatura francesa, emana un tufo de arbitrariedad xenófoba muy del gusto español y seguro que muy del gusto de sus oidores en la Fundación March.
FR, a continuación, realiza una identificación espúrea entre ficción y huída de la realidad: “Y eso es perfectamente razonable, incluso es lógico y obligado. Y fue así pese a todas las revoluciones literarias, romanticismo. Es lógico que sea así, si es ficción, vamos a no someterla a las cortapisas de la realidad, si se trata de inventar, inventemos, si huimos del mundo, huyamos enteramente.” Vale, ya estamos llegando: como ven, pasamos del estilo elevado a la ficción, y de la ficción hemos llegado a la evasión: “Las formas de ficción permanentes en occidente, hasta llegar a los bestsellers de nuestros días, son literatura de evasión, de fantasía, de mundos que tienen muy poco que ver con la realidad.” Pero incluso FR sabe que eso no es todo: “contrapesadas con una tendencia que ha existido por otra parte a partir de un cierto momento, a partir de la Edad Media y acusada en el Renacimiento español, como digo, y con sus altibajos en la Inglaterra en torno a 1700, en la Francia en torno a 1800, etc., al acercamiento de la realidad (sic)”. Creo que la intención de convertir la literatura española en la génesis del realismo moderno ya se ve claramente, pero aún falta una vuelta de tuerca tan apretada que hará que el tornillo se rompa definitivamente: “La ficción, si se puede simplificar hasta extremos monstruosos, sigue dos caminos: el suyo más propio, que es hacia la ficción pura, hacia los mundos irreales, y por otra una tendencia a aproximarse a la realidad, a acercarse a la realidad que culmina hoy con la realidad como espectáculo, la realidad en directo, el reality show”. Alto, alto. ¿Ha dicho que Gran Hermano recibe la herencia de la tradición realista española, es decir La Celestina, El Lazarillo y El Quijote, por poner sólo los tres textos que Rico analiza en la conferencia? No sé si es lo que quería decir, pero desde luego es lo que sus palabras significan. Llegados a este punto, FR parece darse cuenta de que ha ido demasiado lejos en su razonamiento, o mejor, que si su razonamiento le ha llevado hasta aquí es que su premisa de partida era falaz, y recompone la figura con una recapitulación que pretende dar cuenta del mundo literario actual: “Esas dos líneas han tenido muy pocos cruces entre sí, han pervivido paralelamente, y hoy tenemos una novela más realista, de una cierta calidad, o de una indudable vocación literaria, [y] tenemos una literatura de masas que está, paradójicamente, está más en la línea de la poética antigua que del realismo moderno.” Y bien, ya le tenemos instalado en un lodazal tan ancho y profundo como su prestigio académico.
¿Qué entiende FR por “literatura de masas”? ¿Me hace el favor de citarme unos cuantos ejemplos, para que yo me aclare? ¿Se refiere a Harry Potter o a El código Da Vinci? Ah, ya caigo. ¡Está hablando de Antonio Gala y de Pérez Reverte! ¿O de Juan José Benítez? En cualquier caso creo que voy a necesitar un ciclo de diez conferencias más para entender qué tienen que ver cualquiera de ellos con la poética antigua, excepto Gala por lo de antiguo y Pérez Reverte por rancio.
Después de haber escuchado estas dos conferencias, tenemos clara cuál era la intención de FR: una defensa de la estética realista como la única a la que puede atribuírsele una “indudable vocación literaria”. Y Gran Hermano como cifra y culmen del genio literario español. Y desde luego le alabo el gusto si prefiere la versión íntegra del reality (las grabaciones 24h sobre 24) a toda la obra completa de Muñoz Molina, porque, ¿para qué queremos el realismo si podemos tener la realidad?
Como postdata, les contaré un secretito que Rico oculta celosamente en las conferencias, porque es un secretito un poco feo: todo este enredo, o sainete, viene del intento de impugnar una página, una sola página del libro de E. R. Curtius: la 553 de la traducción española editada por el Fondo de Cultura Económica. Encontrarán allí a Dámaso Alonso, a Ortega y Gasset, y el razonamiento de Curtius según el cual el “realismo” de la literatura española tiene poco que ver con la realidad (y nada con un supuesto “espíritu español”) y mucho con la literatura, con los textos y sus convenciones a través de los y las cuales “leemos” la realidad.
2009-12-13 19:33
Lo veo ahora (13-XII-2009), por azar. El resumen me parece bastante exacto, pero no siempre en cuanto a la interpretación que doy de los datos. No tenía ahí presente lo de Curtius (aunque ahora estoy escribiendo), pero pienso, y lo he escrito, que ELLMA es un monumental error, tanto de ERC como en especial de sus lectores. Cordiales saludos, Francisco Rico