La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.
A la hora de elegir el tema de cada semana, hace tiempo que aparco sistemáticamente dos de ellos, no por irrelevantes, pues si lo fuesen no estarían en la lista, sino porque su sola mención me produce un hastío que no sé como dejar de transmitir al lector: la polémica en torno a la reforma de las universidades conocida como Proceso de Bolonia y el más reciente, but not least, manifiesto en favor de la lengua castellana. En el fondo son reformulaciones o actualizaciones de dos tópicos muy caros al español mínimamente instruido: el deplorable estado de nuestro sistema educativo y las tribulaciones del español en España, que en el fondo no dejan de ser formulaciones bienpensantes del más interclasista “¡esto es una mierda!”, que no es tanto compendio y esencia del carácter nacional como condición de su mera existencia.
Hoy les escribiré sobre el primer tema. Avanzo que en mi caso el hastío conlleva ignorancia: me he negado a mí mismo seguir las informaciones sobre ambos asuntos, por lo cual puedo declararme extensamente y profundamente ignorante de su devenir cotidiano. No los he seguido, e incluso puedo proclamar con cierto orgullo que ninguno de mis navegadores conserva link alguno con este tema, ni ninguno de mis blocs de notas analógicos o digitales ninguna anotación al respecto. Si alguien considera esto pecado, me redimo ahora con el presente artículo, y si alguien ha sentido el mismo hastío que yo, le invito a suspenderlo momentáneamente y a que, al acabar su lectura, lo de por no leído. Tengo la legítima intención de formar parte tanto de la memoria de los hombres como de su olvido. Pero vayamos al asunto.
Sobre el Espacio Europeo de Educación Superior, alias Proceso de Bolonia, andaba yo voluntariamente despistado, como he dicho: con la edad he desarrollado ciertas alergias, entre las cuales la universidad española destaca sobre las otras, tal vez porque mi sistema inmunitario resultó gravemente dañado mientras estuve en ella. Así pues, evitaba exponerme al antígeno tanto como podía. Hace algunos días a una vieja amiga que aún sobrevive en ese medio se le escapó un exabrupto sobre el tema. Le pedí que me lo explicara, en parte por seguir conversando sin más, en parte porque las desgracias ajenas son extrañamente lenitivas, como bien sabe cualquier ejecutivo de televisión.
El panorama que describió era francamente desolador: la desaparición de la idea de universidad tal y como se entendía desde el siglo XIII, y su reconversión al modelo politécnico: el estudiante como futuro engranaje de una máquina empresarial, ergo lo que no produce en términos económicos o lo que no se autofinancia, desaparece. “Es un problema general europeo—me dice—, de muerte del concepto de formación intelectual para la vida. Es mucho más horrible de lo que te imaginabas.” Inmediatamente recordé a Fumaroli, clamando en el desierto, o lo que es lo mismo ante el ministro de Educación Nacional, allá por 1998, por una escuela que proporcionase, a la vez, una conciencia lingüística, una conciencia histórica y una conciencia moral sobre la base de una cultura general construida en torno al buen uso de la lengua apoyada en los elementos esenciales de la mejor tradición liberal de enseñanza: latín, griego, historia y filosofía. Lo que Fumaroli pedía para Francia era ya una utopía para España, que había convertido el latín y el griego en rarezas para los vagos que estudian el bachillerato de humanidades, y en el que el buen uso de la lengua había sido sustituido, en los programas de las asignaturas correspondientes, por el abuso de la gramática del texto. Años analizando las características de un texto argumentativo hurtados a la posibilidad de leerlos no por lo que hacen, sino por lo que dicen. Años de atiborrarlos con novelitas para débiles mentales, no sea cosa que el esfuerzo por entender textos más complejos o mejor escritos les traumatice y les expulse del universo lector. Explicado a profanos, es como tener a los niños atornillando y desatornillando las tuercas de una rueda durante años pero sin enseñarles jamás el coche completo, convenientemente cubierto por toldos y biombos, no vayan a descubrir que, aparte de montarlo y desmontarlo, puede conducirse y llevarte lejos, muy lejos de allí. Y si en alguna ocasión se hace, que lo que se descubra sea un coche de pedales, no sea cosa que les tiente la idea de ir mucho más allá de su acá. Diez años después, vemos a qué señor sirven tales esclavos: a la formación de técnicos diligentes en el uso de la llave inglesa, perfectamente conformados a la sociedad que les acoge y les alimenta física y espiritualmente.
Otra forma de verlo es que la gangrena que empezó en las piernas del sistema está llegando a la cabeza. Los adalides de las innovaciones lo describen como “disminuir el protagonismo actual de la lección magistral, mayor implicación del alumno en su proceso de aprendizaje, más realismo en el contenido de las materias y, sobre todo, aumentar la utilización de los distintos métodos de enseñanza-aprendizaje.” Mi amiga lo explica muy gráficamente: “Y eso sin entrar en las innovaciones didácticas, que significa que les tendremos que pasar audiovisuales chorras, bajarles más aún el nivel, y procurar entretenerlos en clase, como si fueran preescolares”. ¡Ay, amiga, en secundaria hemos acumulado ya una larga experiencia en ese campo! Yo no dudo que la formación de un ingeniero mecánico pueda y deba prescindir de la clase magistral en favor del manejo de la llave inglesa, pero sí que la formación de un historiador, un filósofo, un filólogo y, si me apuran, un abogado, pueda prescindir de su llave inglesa: la palabra, el comentario, la idea y los textos de quien sabe explicados a quien no. Y el resto son ganas de cogérsela con las pinzas de la batería. O más llanamente aún: el objetivo parece ser expulsar a las humanidades del ámbito universitario, como ya lo hemos conseguido en la secundaria, y nos falta muy poco para lograrlo en bachillerato.
A mí, con todo, hay un argumento de los defensores del Proceso de Bolonia que no me ha pasado desapercibido, aunque puede que sí a sus detractores: “más realismo en el contenido de las materias”. Fíjense que sólo puede haber dos interpretaciones posibles: realismo del contenido en relación con la sociedad, realismo del contenido en relación con el sujeto (alumno). Si lo segundo, significa no proporcionarle más de lo que necesita para desarrollar su capacidad como pieza especializada de un engranaje superior. Si es humano que sólo superemos nuestras limitaciones en el acto de alcanzar algo por encima de nuestras posibilidades actuales, me temo que lo de la innovación y la investigación se va a ir a la mierda.
El realismo del contenido en relación con la sociedad supone suprimir todo aquello que no sea pertinente para la sociedad aquí y ahora (no pueden incluir el pasado ni el futuro, pues no son “reales”), de donde se deduce que reducimos el contenido a “lo que está de moda”, pues la moda, por definición, es lo que no tiene pasado ni futuro, y si los “utiliza” es como cita y no como causa o consecuencia. Hablando en plata, pretenden instalarle un limitador de velocidad: siempre un paso por detrás de la sociedad. De la fijación o anclaje sobre el presente y el olvido de causas y consecuencias, es decir de pasado y futuro, se deduce que el Proceso de Bolonia persigue la desaristotelización de la universidad europea, que es tanto como desandar el camino de la laicización de la sociedad para reinstaurar a Dios, llámesele Mercado, como eje único de su actividad.
Se me dirá que, llamémosle sociedad o mercado, someter a la universidad a sus criterios y designios no puede ser malo a priori. Bueno, ya me lo dirán ustedes cuando empiecen a salir las primeras listas de proposiciones heréticas cuya enseñanza conlleve la expulsión, si no la hoguera. Mi amiga concluye, con un atisbo de esperanza, que espera que no se cree una policía universitaria para reprimir el racionalismo catacúmbico. Lasciate ogni speranza… porque si el mal asciende, no falta nada para que eso suceda: en Valencia, los inspectores de Educación han entrado en las aulas para controlar la actividad y los contenidos que imparten los enseñantes por primera vez desde el Franquismo. Al final, las humanidades acabaremos siendo, si no lo somos ya, el Judío contra el cual se cohesiona la sociedad, en el que cristaliza el miedo al monstruo que se esconde tras la realidad, un monstruo que en el fondo somos nosotros mismos.
Pero no crean que lo que les acabo de contar es un cántico de plañidera, porque, y aún a riesgo de hacer enfadar a mi amiga, a mí en el fondo me parece bien. Es una oportunidad de oro para que las humanidades recuperen el lugar del que no debieron salir jamás: la sociedad. Muchos temes que sus conocimientos altamente especializados no puedan sobrevivir en el mercado, que no consigan recursos para sus investigaciones. Pero a ninguno de ellos se les oculta que lo que hacen lo hacen ya gratis et amore, con dinero de su bolsillo, según un mecanismo perverso mediante el cual yo publico en revistas y editoriales de prestigio que sólo leerán mis colegas, con lo cual mis rendimientos por derechos de autor serán cero, pero mis colegas tendrán que pagar por leerme, con lo cual siguen dependiendo de los recursos económicos que les proporciona su universidad en forma de bibliotecas.
Salgamos a la intemperie. Publiquemos libremente, rompamos ese círculo de pobreza y miseria que acompaña la investigación en humanidades. No conseguirás más dinero, pero sí, seguro, más lectores, y desde luego mayor relevancia social. Yo mantengo la esperanza en las humanidades que vendrán. En las que, para algunos de nosotros, ya son.
2008-09-26 12:41
Josep, el tema es complicado. En primer lugar, yo creo que está claro que hay muchas universidades y facultades que necesitan un cambio radical, pero al final somos las mismas personas haciendo lo mismo, con lo que va a ser difícil que de verdad se produzca.
Pero me gustaría matizar algunas cosas.
Dices: “La desaparición de la idea de universidad tal y como se entendía desde el siglo XIII, y su reconversión al modelo politécnico: el estudiante como futuro engranaje de una máquina empresarial, ergo lo que no produce en términos económicos o lo que no se autofinancia, desaparece.” Pues como siempre, depende de cómo se haga, porque si hay algún sitio donde el concepto de universidad tal y como se entendía sigue vigente es en el MIT, donde están surgiendo tanto desarrollos tecnológicos como ideas nuevas en el campo del pensamiento. Pero, claro, en el MIT no entra cualquiera. Yo creo que en Europa, y especialmente en España, hay otro mal de fondo, hay demasiados universitarios, así que al final la universidad está sustituyendo a una buena formación profesional.
Lo de las innovaciones didácticas es fundamental, ahora bien si alguien sólo sabe innovar con audiovisuales chorras, es otra cuestión, pero que hay medios que mejoran notablemente la clase magistral, no hay duda.
Dices: “Explicado a profanos, es como tener a los niños atornillando y desatornillando las tuercas de una rueda durante años pero sin enseñarles jamás el coche completo, convenientemente cubierto por toldos y biombos, no vayan a descubrir que, aparte de montarlo y desmontarlo, puede conducirse y llevarte lejos, muy lejos de allí. Y si en alguna ocasión se hace, que lo que se descubra sea un coche de pedales, no sea cosa que les tiente la idea de ir mucho más allá de su acá.” Sinceramente, no creo lo más mínimo que les preocupe que salga gente crítica y bien formada, porque vayan a suponer ningún peligro, ojalá, simplemente es el tipo de educación en la que creen, porque muchos de ellos o no han visto el coche o no les interesa.
2008-09-26 23:35
En mi modesta opinión y desde un punto de vista situado en las escuelas de formación profesional y dentro del P.V, las universidades se están quedando muy retrasadas respecto a éstas y es curioso como cada vez más personas optan por carreras universitarias o F.P. que no incluyan eso que se etiqueta como humanidades.
En mi opinión se lo han ganado a pulso al ser incapaces los interesados (artes, literatura, filosofía, etc.) de comunicarse con el resto de la sociedad (esa que no necesita para nada de ese tipo de ‘actividades’) y no ser capaces, ni entre ellos, de realizar ‘acción política’ (yo solo pinto, yo solo hago oemas, yo solo me pajeo con el barroco, etc.)
Es lo malo de recluirse en el monasterio, las esperiencias místicas son muy chulas, pero bajar de monte como Zaratrusta a explicar la cosa y toparse con el pueblo (aká mercado o sociedad) es un asunto para la que no están preparados. De ahí cojean la mayoría de los artistas y fauna afín, les gusta mucho el estupendo, bello, cómodo y confortable edificio de la abadía.
Y la sociedad o el mercado soportan muy mal la suficiencia, la chulería, prepotencia, o las gilipolleces de ese club que en nada colabora por resolver los verdaderos problemas que tienen las personas (o seo que llaman hombre, humanidad, etc.).
Un suponer
2008-09-27 01:56
Estar a varias cosas simultánemente no es bueno, me queda ba algo por decir. Coincido con el autor en que yo tambien tengo confianza en las ‘humanidades’ que, no solo están por llegar, sino que ya se han instalado y terminarán definitivamente con eso que algunos aún hoy llaman ‘artista’. La muerte del ‘artista’ ;-)
2009-02-07 13:58
Me imagino que usted ya esta al corriente, pero quiza alguno de quienes le leen no sepan que:
1. Los presidentes de algunas de las mayores multinacionales USA son licenciados en historia o en literatura. Eso si, sus representantes españoles son contables o vendedores, por mucho tono que se den.
2. En Alemania, las carreras tecnicas y cientificas incluyen diversas materias de lo que se llama humanidades. Siempre ha sido asi y a todo el mundo le parece muy bien.
Me temo que España, que fue miope cuando desprecio la ciencia (“Que inventen ellos,” creo que dijo el bueno de Unamuno) demuestra seguir con la misma cortedad de vista al despreciar las humanidades. En realidad quiza lo que hay detras de tanta farfolla son solo las pocas ganas que hay de dar palo al agua. Cuanto menos haya que estudiar para que te den un papelito que teoricamente te da una posicion social, pues tanto mejor. Como en Africa.