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La guillotina-piano por Josep Izquierdo

La Factoría de Ultramarinos Imperiales ofrecerá a sus clientes, a través de la guillotina-piano —su dispositivo más acomodaticio—, un sinfín de discusiones vehementes sobre el arte y la cultura, y nada más. Josep Izquierdo es recargador de sentidos, contribuyente neto al imperio simbólico que define lo humano. Y si escribe, escritor.

Si vivir es un crimen por odio

“Si vivir es un crimen por odio, pues que así sea” dice el primer verso de un poema, un Poemita enfermo , de John Ashbery, dentro de su libro Chinese Whispers (que alude al conocido juego de distorsión de un mensaje que va pasando de unos a otros, y que en mi infancia llamábamos El teléfono). Solemos asociar los crímenes por odio con asesinatos colectivos y con la Solución Final, el Holocausto; o bien con aquellos relacionados con discriminaciones de cualquier tipo, sea raza, género, opción sexual, etc. Situados en un plano de excepcionalidad moral, difícilmente vemos en ellos ninguna característica que los haga próximos a nuestra realidad cotidiana, los rechazamos como ajenos a nuestra vida de criaturas humanas. Inhumanos, es el adjetivo más frecuente. Cito a Ashbery precisamente porque su verso, y su poema resitúan la cuestión: ¿no se trata, al fin y al cabo, de una condición de nuestra humanidad que nos negamos a ver?

En los versos siguientes, Dios inspira al sujeto del poema para encontrar “Basura valiosa”, “This lamp, covered in rust, is valuable / though not old. It is collectible, / as we all are, in a sense (…)”: “Esa lámpara, cubierta de óxido, es valiosa / pero no antigua. Es coleccionable, / como lo somos todos, en cierto sentido.” La lectura del poema, resumido en los versos que cito, me trajo a la memoria el concepto que desarrolla Eric Santner de “materialismo espectral” en relación con la obra de Sebald, su sensibilidad hacia los sufrimientos pasados como persistentes en los escenarios de la historia humana, en las ciudades, en las ruinas de los edificios, como “espectros materiales”, como signos que arrojan un significado terrible aunque inarticulado. A través de esa sensibilidad, con todo inaccesible a la empatía, Sebald “da testimonio de la violencia mítica (el concepto es de Benjamin, tal vez cabría decir también simbólica) que ejercen el auge y caída de los estados nacionales, las instituciones o las empresas, cada una de los y las cuales deja enigmáticos depósitos materiales en las personas, con sus angustias, sus distorsiones, sus heridas, sus desfiguraciones o sus cobardías.” Creo que el meollo de la cuestión la dio el mismo Sebald en un artículo sobre la obra de Peter Weiss que en España se incluyó en Campo Santo: “Lo que hacía imprescindible para él esa tarea (la de la exploración literaria del horror) era saber que el proceso judicial por sí solo no podía responder a la pregunta, para él decisiva, de si estaba del lado de los acreedores o de los deudores. Encontró la respuesta a esa pregunta en el curso de su propia investigación posterior, en la medida en que le resultó claro que gobernantes y gobernados, explotadores y explotados son en realidad de una misma especie, y que él, la víctima potencial, debía situarse, en un sentido en absoluto sólo teórico, en el lugar de los autores de delitos o, por lo menos, de los cómplices. Que Weiss estuviera dispuesto a asumir esa obligación moral, la más grave de todas, hace que su obra se eleve muy por encima de todos los demás intentos literarios de lo que se ha llamado superar el pasado.” La cursiva es mía.

Creo que esa obligación moral de la que habla Sebald a propósito de Weiss es muy raramente asumida por cualquiera de nosotros, lanzados atropelladamente en socorro de las víctimas, en su consolación, que es la nuestra, y manifestamos como lugar común el horror que nos provoca no ya la violencia desmedida, sino la violencia sin sentido. Entre monjes octogenarios apaleados aparentemente sin motivo por encapuchados, y madres que intencionadamente meten a su hija de meses en el microondas y lo cocinan hasta la muerte tras una pelea con su novio, incidimos una y otra vez en que su horror reside precisamente en la ausencia de sentido.

Hace unos días leía en la London Review of Books una crónica de Jonathan Raban sobre el asesinato de Rachel y Lillian Entwistle a manos de su marido, Neil Entwistle. El extenso relato nos sitúa desde su inicio, que traduzco: “Como Barack Obama no se cansa de decir, América es un país donde “la gente común puede hacer cosas extraordinarias.” En enero de 2006, Neil Entwistle, un inglés aparentemente común de 27 años de edad con un grado con honores por la Universidad de York, que vivía en los EE.UU. hacía apenas cuatro meses, mató a tiros a su esposa americana, Rachel, y su hija, Lillian, con un revolver Colt del 22 de cañón largo, cogido de la colección de armas de su suegro. Para cuando los cadáveres fueron descubiertos en su casa en Hopkinton, Massachusetts, acurrucados debajo de un edredón arrugado en la flamante cama con dosel comprada por la pareja sólo diez días antes, Entwistle estaba en su hogar, en Inglaterra, conviviendo con sus padres en Worksop, como si lo que había ocurrido en los Estados Unidos fuese un violento sueño de que había despertado a la realidad en su antiguo dormitorio en la parte trasera del 27 de Coleridge Road.”

El relato intenta reconstruir la psicología del asesino, un licenciado en informática de presencia anodina, obsesionado por superar sus orígenes sociales, geográficos y económicos (la clase trabajadora inglesa y sus apariencias de respetabilidad) a través del paraíso para emprendedores que es internet, pero cuyos recursos personales sólo dan para el timo con páginas porno falsas, libros de autoayuda sexual y asexual y el fraude a través de ebay. Una vida secreta para su esposa americana cuyo descubrimiento (o tal vez sólo su fracaso y bancarrota) puede que esté en el origen del crimen. Muchos de nosotros podríamos dar testimonio de las devastadoras consecuencias personales de la ruptura de la propia imagen, que suelen transitar las vías de la autodestrucción, más que las del asesinato. Con todo, solemos considerar injustificado e injustificable el asesinato de una hija de nueve meses, al punto que la pregunta insistente a través del relato es “por qué”: El juez dijo que sus crímenes “desafían la comprensión”, el fiscal del caso, preguntado en un periódico por el posible motivo que Entwistle pudo tener para hacer lo que hizo, dijo “Algunas veces no se sabe por qué… la ausencia de motivo (no “why”) puede que explique esto. No hay por qué”. Raban apostilla que el fiscal hace gala de una encomiable filosofía al decir esto.

¿En qué medida el crimen de Neil Entwistle es la consecuencia de la violencia mítica, o simbólica, de los enigmáticos depósitos materiales que ésta ha dejado en las personas, con sus angustias, sus distorsiones, sus heridas, sus desfiguraciones o sus cobardías? Es decir, si el crimen cometido es, en realidad, posible para cualquiera, y el “no why” es tan sólo una coartada moral que nos impide ver aquello que no nos consuela. Creo que, como dice Ashbery en el mismo poema citado al principio, “Dios quería que lo supieras, / para que recordaras que tenías que amarlo”.

Josep Izquierdo | 05 de septiembre de 2008

Comentarios

  1. Susana Rodriguez Fernandez
    2008-09-05 16:46

    yo creo que el crimen existe en todos los lugares del mundo, pero en ocaciones es realizado por personas que no tienen tranquilidad en su entorno o estan desesperados frente alguna situacion familiar o personal que los orilla a realizar los crimenes que cometen.

  2. RACHEL,OYUKY Y ROSA CBTis 211
    2008-09-05 17:00

    creemos que la nota nos acerca a lo que ahora es la realidad en la sociedad, puesto que la supervivencia es mas dificil por la falta de cultura en la gente y al no tener comprencion y comunicacion entre la sociedad, el tema nos llamó la atencion por la forma en la que el escritor relata sucesos que se creen irreales pero que hoy en dia son comunes, el saber que los asecinatos, el racismo, la violencia, la descriminacion, etc. son factores que influyen entre las familias volviendolas agrecivas. adios y tomen en cuenta nuestro comentario.:)

  3. RODOLFO FLORES DIAZ, SUSANA RODRIGUEZ FERNANDEZ CBTIS 211
    2008-09-05 17:05

    YO CREO Q CUALQUIER ACTO DE VIOLENCIA Q SE PUDA COMETER ES MALO ASI SE MINIMO Y PUS NINGUNA PERSONA MERESE TENER NINGUN TIPO DE AGRECION PUES LO Q NOS DISEN EN ESTE TEXTO ES PARA TOMAR CONCIENCIA SOBRE TODO LO PODEMOS HACER POR DESESPERACION O POR ALGUN DESEQUILIBRIO EN NUETRA VIDA Y PUS MAS Q NADA TENER LA CONCIENCIA PARA ANALISAR Y ASUMIR NUESTROS ACTOS. PERO ESTOS ACTOS SE REALIZAN DESDE LOS HOGARES CON LA VIOLENCIA INTRAFAMILIAR ASI PROPAGANDOSE ASI HASTA LLEGAR A UN PUNTO EN EL QUE SE AGREDE A TODA LA SOCIEDAD. ÁRA ESTO ES NECESARIO ACUDIR CON UN PSICOLOGO PARA ATENDER ESTOS DESEQUILIBRIOS MENTALES.

  4. Jose
    2008-09-06 00:55

    Parecidas reflexiones a las que haces en este excelente artículo llevo años haciéndomelas. Hemos de hacernos a la idea: el ser humano es malo por naturaleza, o al menos en el sentido de egoísta y asesino en potencia. No podemos pasar por alto que desde que el primer primate se levantó sobre sus piernas no ha habido un solo día en milenios en el que no haya habido asesinato, guerra, destrucción y vejación hacia sus semejantes. Si este mundo es un infierno es porque es reflejo de sus creadores: la especie humana.
    No hay nada más paradójico que tildar de “inhumano” aquello que los humanos llevamos milenios haciendo un día tras otro, y que no tiene comparación con cualquier otra especie animal.


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